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EL MANUSCRITO DEL SANTO SEPULCRO

Jacques Neirynck

PPC, Madrid, 1996, 365 p.

Una novela trepidante, imposible de dejar de las manos, que embiste los temas teológicos más delicados con un atrevimiento y una soltura desconocidos hasta ahora. Tres personajes son sus protagonistas, los tres suizos, los tres hermanos. Cada uno carga su fardo particular: el mayor, la obsesión de la perfección; el segundo, la falta de sentido de una vida consagrada a la Curia, agravada por una enfermedad incurable; la menor – psiquiatra que ayuda a enfermos terminales – la búsqueda de la autocomplacencia en sus aventuras con un gigolò romano. Los tres se ven envueltos en una trama espectacular alrededor de la Santa Sábana de Turín y luego del Santo Sepulcro, que los van llevando a enfrentar temas religiosos tradicionales de alta sensibilidad: la virginidad de María, la resurrección de Jesús, la constitución y funciones de la Iglesia, la realidad después de la muerte. Tendrán que enfrentar a los guardianes de la ortodoxia y saldrán victoriosos gracias a su insobornable humildad en la búsqueda de la verdad, y también gracias a su fe en un Dios mucho mayor y también mucho más cercano al hombre común, de lo que lo hemos hecho los hombres, especialmente los eclesiásticos.

Theo, el mayor de los tres hermanos, conoce bien los problemas científicos y no teme las consecuencias de sus descubrimientos. Aunque sabe que la fe y la ciencia están en planos distintos, no cree que sean irreconciliables. Emmanuel, el cura, comienza a sufrir el mal de Parkinson, pero esto es justamente lo que le salva de una vida gris. Descubre tanto sentido humano y curativo en el trabajo que realiza su hermana en California que él mismo se transforma en otra persona. Su actuación frente a la prensa internacional al anunciar el resultado de los descubrimientos en la tumba es uno de los pasajes cumbre de la novela. Colombe, la hermana en apariencia frívola, es la más humana y la más libre, y es ella la que saca a sus dos hermanos del atolladero en el que se encuentran por su enfoque de la vida y por su carácter. Las páginas en las que Emmanuel contempla admirado su trabajo en California son conmovedoras (158-179). En ellas aparece un enfoque de la muerte y de la forma cómo se puede enfrentar que pueden ayudar mucho en situaciones difíciles.

El autor no acepta una Iglesia estructurada de acuerdo a modelos antiguos que no tienen otra finalidad que conservarse a sí mismos. La escena final en la que el nuevo Papa se despoja de todos los títulos y de todas las vestimentas quiere ser profética.

El estilo es rápido, de acción. Usa poco la descripción, a no ser de los estados interiores de la persona, en los que tiene aciertos indudables. Es una novela de pensamiento, de acción trascendente, de densidad teológica, de apertura al mundo actual, de anticipo de lo que debería ser en la Iglesia como comunidad de creyentes y no como organización.

Algunos pasajes interesantes

Se nos juzgará del amor (334)

¡Deberías conocer la cita! Se nos juzgará del amor. Y tú deduces que se trata del amor a los demás. Una idea bienpensante: amad a vuestro prójimo, sacrificaos, si llega el caso, y obtendréis vuestra recompensa, vuestra recompensa en el cielo. Tú enseñaste a los demás, les ayudaste, has sido generoso con Amnistía Internacional, con la Cruz Roja, con Cáritas y con otras muchas asociaciones. Tú te dedicaste a enseñar. Y a través de otros visitaste a los prisioneros, curaste a los enfermos y alimentaste a los hambrientos. A través de otros, porque prefieres delegar estas tareas en manos de profesionales, de médicos, de trabajadores sociales. Amas a tu prójimo a distancia, porque no soportas el espectáculo del dolor del hombre. Y no lo soportas porque no soportas tu propio sufrimiento. Lo niegas. Para no arriesgarte a sufrir, evitas toda pasión, todo placer. No haces esfuerzo alguno o lo haces mínimamente, para ser feliz.

Tres posturas ante la muerte y el destino final (336-7)

Al final de la vida, el hombre se presenta provisto de una especie de pasaporte para la eternidad. Hay tres tipos de experiencia. En primer lugar, algunos no han vivido para nada. Lo único que hicieron fue cultivar el mal por el mal. Ésos, los grandes criminales, lúcidos y conscientes, no tienen ninguna experiencia sensible de la muerte inminente. Caen en el vacío. No tienen vida eterna. Es sin duda en eso en lo que resume la condenación. En segundo lugar, están la mayoría de los moribundos que experimentan un momento de sufrimiento, de pena o de sentido del ridículo a la hora de su muerte, pero tienen el tiempo, por decirlo de alguna manera, de sobreponerse y de llegar al estadio del encuentro con ese ser de paz, de luz y de bondad, que es sin duda una manifestación de Dios. Pasan por el purgatorio, retomando el vocabulario tradicional, pero el último estadio les deslumbra de tal forma que olvidan o minimizan el estadio doloroso. (…) Hay un tercer caso: el del santo que accede a la luz sin pasar por la prueba del sufrimiento. Aparentemente, tú no formas parte de los santos. Sin duda porque te afanaste en conseguir la santidad a través de medios matemáticos. Y el Evangelio no cesa de repetirnos la misma lección: Dios no se deja embaucar por nuestras demostraciones de piedad. Nadie tiene seguro de salvación y mucho menos los que buscan ese seguro.

Crítica a la forma de ejercer el poder en la Iglesia: discurso del nuevo Papa (351-359):

La Iglesia actual es una inculturación del cristianismo en la civilización mediterránea y, especialmente romana, caracterizada por el juridicismo, el centralismo y la autocracia. Nada en las enseñanzas de Jesús obligaba a organizar la institución eclesiástica tal y como la conocemos hoy, según el modelo trasnochado del Imperio Romano, que se hundió bajo el peso de su propia estructura, hace ya quince siglos (…). Independientemente de cuáles hayan sido los motivos legítimos para comprometer a la Iglesia con el poder, hoy han desaparecido. La sociedad civil es democrática y nosotros no cesamos de proclamar el interés de este sistema, siempre que no se aplique a la propia Iglesia. Sostenemos la tesis de que la Iglesia no puede ser democrática, porque el ministerio sacerdotal es de institución divina y no humana. No es la asamblea de fieles la que designa al sacerdote o al obispo. No todos los poderes emanan de la base. Al contrario, bajan de las alturas. Este mecanismo de gestión de una organización humana es concebido a imitación del poder político anterior a la revolución industrial. ¿Cuánto tiempo todavía podemos gestionar esta sociedad de hombres siguiendo un método de gobierno que ningún ciudadano ni ningún trabajador sufre ya en su país o en su empresa?

Diciembre 2000

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