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LA GRANJA

John Grisham

Barcelona, Ediciones B, 2001, 461 p.

Esta vez John Grisham nos ofrece una novela distinta. No hay crímenes que aclarar, ni abogados tramposos, ni juicios brillantes. Es una novela de la Arkansas rural, de los campos de algodón, de las catástrofes que provocan las tormentas, del señuelo de las ciudades que prometen una vida mejor. Estamos en 1952 y a ese pequeño rincón de un condado desconocido de ese estado sureño todavía no han llegado la electricidad ni el teléfono, mucho menos la televisión. El protagonista es un niño de 7 años, Luke, que evoca el último verano que pasó allá antes de que sus padres emigraran a Chicago en busca de una vida mejor. Los recuerdos afloran con viveza y mucha nostalgia: la vida en la gran familia, con los abuelos paternos que han vivido allá desde siempre y los padres del pequeño, que se plantean una vida mejor; la contratación durante septiembre y octubre de recogedores de algodón, un grupo de diez mexicanos y una familia de las montañas de Ozark; los días rudos de trabajo, desde el amanecer hasta los últimos resplandores del sol poniente; las conversaciones familiares, centro principal del aprendizaje de Luke; los viajes cada sábado al pequeño pueblo de Black Oak, donde está la desmotadora y empacadora de algodón y que constituyen el centro de la vida rural, y los domingos a la celebración religiosa de la iglesia baptista, con su predicador inaguantable, tronando contra el pecado, que él descubre en todas partes.

Luke se ve envuelto por su curiosidad, por escuchar conversaciones de los mayores o por asomarse a situaciones que luego resultan peligrosas, en una serie de secretos que debe guardar y que pesan demasiado para su mente infantil. Presencia una paliza que se convierte en un crimen, una reyerta entre un trabajador mexicano y el fortachón de la familia montañosa que comparten recogida del algodón, que tendrá graves consecuencias; observa los momentos de un parto que los mayores quieren mantener oculto. Traba una desigual amistad con Tally, la bonita muchacha de los montañeses y la ve bañarse desnuda en el río, escena de gran erotismo que despierta en él sensaciones desconocidas. Luke no pierde ocasión de espiar a los mayores y de levantarse en medio de la noche cuando siente que algo raro está en el aire. Es un niño despierto y atrevido, pero al mismo tiempo ingenuo y bondadoso, que sueña con ponerse algún día el uniforme de los cardenales de San Luis, pero que es capaz de renunciar al dinero ahorrado por ayudar a comprar los potes de pintura que hacen falta para la fachada de su casa, renunciando así a la chaqueta de los Cardinals. Su gran ídolo es Ricky, el tío menor que está en la guerra de Corea y que le había servido de hermano mayor. Ricky está siempre presente en las conversaciones y temores familiares y tendrá una presencia inesperada, varios meses después de marchar, en la hija mayor de los Latcher, familia paupérrima que vive en los linderos del terreno.

Grisham describe la vida rural con gran realismo: la estrechez económica, consecuencia de las malas cosechas, el trabajo duro y sin descanso, la falta de horizontes, que se refleja en los chismes que vuelan y en los temores colectivos. La influencia de los viejos es determinante, así como la de una religión estricta. Los jóvenes sólo sueñan con huir de la pobreza, con abrirse camino en las fábricas del norte, con respirar los aires nuevos que trae una modernidad incipiente.

Lenguaje narrativo directo, sin artificios de ninguna clase, que sirve a una acción lenta y condensada, que se carga a veces con los nubarrones de la premonición y de la tragedia.

Junio 2001

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