PABLO VI, EL PRIMER PAPA MODRNO
Peter Hebblethwaite
Buenos Aires, Javier Vergara, 1995, 720 p.
El título indica ya la opinión que el autor, antiguo jesuita, periodista y gran conocedor del Vaticano por dentro, tiene del Papa Pablo. Efectivamente, Pablo fue el que dio rumbo al Concilio, convocado e inaugurado por Juan XXIII sin saber muy bien a dónde se dirigía. Aportes fundamentales hizo Pablo al rumbo de la Iglesia y del Concilio, sobre todo la apertura de la Iglesia hacia el mundo – gran novedad –, la colegialidad de los obispos con el Papa y el ecumenismo. Pablo venía de ser la mano derecha de Pío XII aun sin ser cardenal ni siquiera obispo. Sus raíces familiares lo orientaban hacia el papel del laico en el mundo – su padre fue un político católico eminente desde su periódico en Brescia hasta que vino la debacle del fascismo. Pío XII aleja a Montini de la curia romana, donde siempre se había desempeñado a satisfacción, y lo hace Arzobispo de Milán, posiblemente para ceder a las presiones de los conservadores, que veían en Montini un hombre sospechoso de la apertura a sinistra. En Milán se entendió bien con los obreros, él que era refinadamente intelectual. Pío XII no lo hizo cardenal, algo que enmendó inmediatamente su sucesor Juan XXIII, nombrándolo cardenal en el primer consistorio.
Cuando lo eligen Papa en 1963 los cardenales están haciendo justicia a su trayectoria inteligente, generosa y muy espiritual. Pero como Papa comienzan los problemas. Se ve constantemente empujado de aquí para allá tanto por la tendencia conservadora como por la liberal, representadas ambas tanto por algunos cardenales como por ciertos obispos. Siempre estudia los asuntos a fondo, pero no se decide a adoptar una posición clara y definida. Cuando toma una postura, lo hace queriendo no perjudicar a los que opinan de forma diferente, a los que respeta y da la palabra. En consecuencia, su pontificado estuvo lleno de vacilaciones, de marchas adelante y atrás, siempre por ese afán de salvar la proposición del contrario y darle su oportunidad.
El cardenal belga Leo-Joseph Suenens fue un dolor de cabeza para el Papa, porque representaba la corriente de apertura y quería profundizar las conclusiones del concilio. Dejó de ser un problema el día que se convirtió al movimiento carismático. Mucho más angustiante para el Papa fue la actuación del obispo Marcel Lefevbre, antiguo superior general de los Padres del Espíritu Santo, que criticaba el Concilio en su totalidad y quería hacer regresar la Iglesia a Trento, y que concluyó estableciendo un grupo cismático. Pablo lo trató con mucha caridad, pero al final no tuvo más remedio que separarlo de la Iglesia por su obstinación maliciosa.
Muchos esfuerzos hizo el Papa Pablo por abrir la Iglesia al ecumenismo. Fue el primer Papa que salió del Vaticano y viajó para llevar la voz de Cristo al mundo. El primer viaje fue a Jerusalén, la cuna de la Iglesia, para entrevistarse con el patriarca Atenágoras. Siguieron otros encuentros ecuménicos con la Iglesia anglicana de Inglaterra – por la que Pablo sentía particular afecto – y con las Iglesias ortodoxas. Otros viajes lo llevaron a la ONU, donde su discurso fue muy bien recibido, a Bogotá y Medellín, a la India, a Filipinas y a Portugal. Inauguró así un nuevo estilo de ser Pontífice, de mucha mayor cercanía a la gente. Acabó también con la pompa vaticana, para despecho de muchos arcaicos curiales, y estableció la edad de retiro para los obispos a los 75 años y para los cardenales a los 80.
Tuvo muchas dudas y vacilaciones cuando lo apremiaban en una u otra dirección. Después de consultar a ginecólogos y matrimonios cristianos escribió la Humanae Vitae sobre el control de natalidad, sin tomar en cuenta sus opiniones. Esa encíclica despertó tal polémica, que hasta algunas conferencias episcopales la enfrentaron. En el tema moral Pablo fue un hombre temeroso de que el espíritu moderno acabara con las nuevas costumbres. Algo semejante ocurrió con relación al divorcio, descrito por él como inconveniente y contrario a las costumbres, y que sin embargo fue aprobado por la mayoría del Parlamento italiano, en el que había mayoría católica. Estos y otros temas constituyeron para él motivos de profundo pesar. Nunca perdió sin embargo la esperanza y la alegría, apoyado en una espiritualidad de altos quilates. Sufrió con la pérdida de sus mentores, a los que vio desaparecer antes que él: Romano Guardini, Karl Adam, Jacques Maritain.
El autor de esta documentadísima biografía presenta las figuras de la Curia Romana sin ahorrarse un comentario cáustico cuando lo considera oportuno. Aparecen obispos y cardenales de renombre en aquel tiempo y los presenta tal como él los ve: Suenens, Helder Cámara, Felici, Benelli, Minsdszenty, Villot, Pellegrino, Siri, Wyscinsky el polaco. Aparece en varias oportunidades Carol Wojtila, obispo de Cracovia, y tengo la impresión de que al autor no le cae demasiado bien.
En fin, una biografía basada en innumerables documentos y testimonios, de los que se puede entresacar un juicio aprobatorio y benévolo del pontificado de este Papa inteligente, tímido, inseguro, de gran sentido de la responsabilidad, de gran espiritualidad. Él consideró el pontificado como una cruz y vivió a fondo su camino de seguimiento a Jesús hasta el Calvario. Sintió sobre él todo el peso de la Iglesia y lo resistió gracias a su sólida espiritualidad. Quiso abrir la Iglesia al mundo, pero supo en carne propia que el mundo no estaba demasiado interesado en esa apertura.
Dos simpáticas citas del autor, al margen de la biografía, que he creído de interés, una de humorismo maternal y otra referente al papel de los medios de comunicación, en la que «el pontífice» Marshall McLuhan se permite criticar al Vaticano II.
- «El cardenal Basil Hume… relata una deliciosa anécdota acerca de Robert Weakland, entonces abad general de la orden de los benedictinos y después arzobispo de Milwaukee. Cuando era abad general, Weakland llevó a su madre a una audiencia privada con Paulo VI, que prodigó alabanzas a Weakland y dijo que la dama era muy afortunada de tener un hijo tan maravilloso, tan espiritual, tan erudito, tan notable, etc. ´Escucha eso, mamá´, dijo Weakland, ´y recuerda que él es infalible´. Y la mamá contestó: ´Nunca tuve antes una crisis de fe, pero por cierto que ahora la tengo´. (p. 685)
- «La prensa necesita citas candentes y puntos de vista ásperos. Las auténticas noticias son las malas noticias. Como la prensa vive de la publicidad, y toda la publicidad está formada por buenas noticias, se necesita gran cantidad de malas noticias para vender las buenas. Incluso la buena noticia del Evangelio puede venderse únicamente gracias al fuego del infierno. El Vaticano II cometió en esto un grave error como en otros asuntos». (Marshall McLuhan al primer ministro canadiense Pierre Elliott Trudeau, 24 enero 1969) (p. 434)
Septiembre 2002