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IACOBUS

Matilde Asensi

Barcelona, Plaza & Janés, 2002, 5ª ed. (1ª en 2000), 376 p.

Galcerán de Born, monje del Hospital de San Juan, viene de la isla de Rodas con una encomienda de su orden y del Papa nada sencilla: esclarecer muertes muy importantes, nada menos que la del rey de Francia y la del antecesor en el trono papal. Se atribuyen esas muertes a la Orden del Temple, recién extinguida. Sus miembros han tenido que huir y sus tesoros han pasado a manos de los reyes en cuyos territorios se extendían los monasterios templarios, muy numerosos por aquellos tiempos. Ellos escondieron sin embargo esos tesoros antes de su extinción y ahora es Galcerán el encargado de descubrirlos.

La encomienda comienza en Ponç de Riba, monasterio de su orden en Cataluña, de donde sale acompañado por un novicio transformado en paje, que es su propio hijo, tenido en tiempos de juventud con una dama noble y a quien no había vuelto a ver. El paje no sabe al comienzo los lazos que le ligan con el monje disfrazado de caballero. La encomienda le lleva primero a París, para esclarecer el crimen del rey de Francia – cosa que logra – y allí encuentra a una joven hechicera judía que va a jugar un papel muy importante en el resto de la narración. Cuando comunica al papa reinante en Avignon Juan XXII los resultados de sus pesquisas, el Papa le encomienda descubrir los tesoros de los templarios en el Camino de Santiago, pero le pone como vigilante a un siniestro personaje con orden expresa de matarlo si se desvía de su encomienda.

Galcerán, bien conocido en su orden como Perquisitore, descifra con enorme intuición y maestría los símbolos templarios que le conducen hasta los tesoros, esculpidos en capiteles o en las formas de las capillas. Pasan toda clase de aventuras los tres personajes, Galcerán, su hijo Jonás y la judía Sara. Son perseguidos a muerte, encerrados en unos laberintos antiguos en la comarca del Bierzo, de donde logran escapar por la capacidad del hombre de descifrar las señales secretas. Al final todo termina bien, para complacencia del lector que ha cobrado simpatía por los protagonistas.

La Iglesia de aquellos tiempos que la autora presenta en esta novela es terrorífica: un papa avariento y sin escrúpulos, unas órdenes – los templarios y los hospitalarios – sólo sedientas de dinero y de poder. Personajes siniestros y malencarados casi por todas partes, a excepción de los tres protagonistas. Un poco recargadas las tintas, pues. La narración se lee a gusto y se admira la maestría con que la autora enlaza indudables hechos históricos con las fantasías de una escritora de aventuras.

Diciembre 2002

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