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 ARRÁNCAME LA VIDA

Ángeles Mastretta

Seix Barral, Barcelona, 2002, 13ª edición (1ª 1992), 238 p.

Cuenta su historia Catalina, una muchacha poblana de la que se enamora Andrés, un charro que le llevaba quince años, un padrote que dejó hijos con todas las mujeres que se le antojaron. Todo el mundo interior de la mujer, sus filias y fobias, sus contradicciones, sus idas adelante y atrás, sus amores, sus deseos, sus ansias, sus riquezas y vacíos, sus sueños y sus ensueños. Catalina, una mujer magnífica, sacada de la nada por ese hombre duro y atravesado, que si no ganaba arrebataba. Ella va ascendiendo socialmente, gracias a su marido, y se va codeando con la alta sociedad de su época, los años cuarenta y cincuenta. Catalina es voluntariosa, compasiva, inventiva, no convencional, pero también, antojosa y enamoradiza. Se sabe objeto sexual de su marido, pero también le abandona y le es infiel. Saben tratarse mutuamente, en una especie de complicidad no expresa, para que cada uno saque a la vida el provecho que busca.

Andrés Ascencio, el marido, es un hombre sin ningún escrúpulo, capaz de todo con tal de obtener poder, riqueza y placer. Va amontonando haciendas, posesiones de toda clase, las mujeres que le gustan, las haciendas que se le antojan, los puestos de gobierno. Llega a ser gobernador de Puebla, y deshace a los que se le oponen. Quiso llegar a la presidencia de la nación, pero no logró quitar de en medio a su rival, a quien desprecia como a todos los que se le oponen, pero que se convertirá en el “destapado” del presidente, su compadre, que elige al otro a pesar de los lazos de compadrazgo con Andrés.

Un partido que no hace falta nombrar, – el PRI – que ha regido los destinos y los sinsabores de todos los mexicanos por más de 70 años. Todos los arreglos, amenazas, engaños a la gente común, promesas no sólo incumplidas sino pronunciadas con toda intención de no cumplirlas. El que intentó combatir ese partido, en nombre de ideales más o menos discutibles, fue un valiente y se encontró con frecuencia la calumnia, las amenazas y hasta la muerte. Vida y muerte son los contrapuntos constantes de esta novela, que parece un calco de la realidad mexicana de los años cuarenta y cincuenta.

Catalina es una mujer con muchos recursos. Físicos, desde luego, porque es bonita y codiciada por todos los hombres que se va encontrando en el camino. Pero sobre todo con recursos de habilidad, de astucia, de aguante cuando ve que no es posible otra cosa. No le gusta ser madre – y tiene dos hijos con Andrés y cinco más que ella cuida cuando él se los trae a casa. Sabe darse la buena vida, ir a fiestas, llamar la atención, rodearse de gustos y caprichos. Por ejemplo, enamorarse primero de un director de orquesta, y después un cineasta. Al músico, amigo de gente del partido opositor, lo manda matar Andrés, como a tantos otros, sin escrúpulos ni blandenguerías. La mujer no se lo perdona, aunque tenga que aguantarse y disimular.

El lenguaje mexicano de la novela es delicioso. Toda la sarta de pinches, hueros, chingada, caravana (reverencia), moño (lazo), chongo (moño), chapopote, alberca, argüendera, chingona, escuincle, crudo (borracho) y un largo etcétera. Y más que nada las expresiones y las entonaciones, que se perciben claritas en todas las conversaciones, sueltas todas, picaronas, rápidas, incisivas, deliciosas.

Una novela, pues, de acción y de denuncia, con episodios rápidos, cargada de intención y de malicia, como la vida misma.

Febrero 2003

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