EL REINO DEL DRAGÓN DE ORO
Isabel Allende
Caracas, Random House, Mondadori, 2003, 312 p.
Segunda novela de la trilogía iniciada con “La ciudad de las bestias”. Kate Cold, una abuela aventurera y estrafalaria, emprende esta vez un viaje extraño al Nepal, en compañía de su nieto Alexander, joven de 16 años, y de su amiga Nadia, una adolescente brasileña de quien se hizo inseparable en el viaje anterior a la región de las bestias. Esta vez el Reino Prohibido se exhibe ante los visitantes como una amalgama exótica de paisajes himalayos, personajes rotundos – encarnaciones del bien o del mal –, poderes extrasensoriales, espíritu budista, tecnología de punta, toda una abigarrada mezcla. El choque de estos ingredientes, la actividad hiperkinética, la superficialidad y la banalidad del mundo americano preparan el terreno para que esta novela sea llevada a un film de alta tecnología y efectos especiales. También podría tratarse de un western rodado en los Himalayas y con los alardes de la última generación tecnológica.
Todos los personajes buenos caen bien, especialmente el lama Tensing y el príncipe Dil Bahadour, quienes destilan sabiduría, espíritu benigno, amor por la naturaleza. Nadia y Alexander forman una pareja juvenil invencible, capaces de transformarse en los momentos críticos en sus respectivos animales totémicos, el águila blanca y el jaguar. Borobá el monito hace también su papel como una persona más. La abuela Kate, ya conocida por el lector, con sus arranques de mujer solterona de buen corazón y sus meteduras de pata. Los yetis – los infaltables antropoides de las nieves – no tienen un papel importante, pero contribuyen al exotismo de los escenarios. Isabel Allende ha metido en la coctelera cuantos ingredientes llamativos circularon por su imaginación y prepara con ellos una bebida muy del gusto de la adolescencia cocacolera occidental.
El guión es inverosímil de punta a cabo, pero eso no le importa al lector, si acepta desde el principio la ingenuidad de los planteamientos. El budismo sirve de telón de fondo, decorado con los cuatro elementos que el esnobismo norteamericano ha tomado de él sin comprender su esencia. En fin, una novela entretenida, muy distinta de las que solía escribir la novelista chilena cuando nos presentaba con realismo mágico la saga de sus antepasados chileno-orientales. O esa veta se agotó, o Isabel Allende quiere entrar en la onda del Señor de los Anillos y esperpentos semejantes…
Diciembre 2003