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EL INCINERADOR

Tami Hoag

Barcelona, Grijalbo Mondadori, 2000, 456 p.

Un asesino sádico se pasea con descaro por Minneapolis. Es un pervertido lúcido, inteligente y amoral, que disfruta asistiendo a las conferencias de prensa que da la policía para buscarlo. Mutila los cadáveres y luego los incinera. Elige como víctimas preferentemente a mujeres de la calle, pero ahora se trata de la hija de un multimillonario. ¿Por qué ese cambio? ¿Cómo entrar dentro de su mente perversa para poder atraparle?

El director general del FBI, amigo del padre adolorido, encarga al mejor detective del momento que esclarezca el crimen y atrape a los culpables. El mejor es John Quinn, el hombre que aplica instinto certero e inteligencia aguda para descubrir asesinos. Pero esta vez el caso es difícil, muy difícil. La única testigo, una muchachita de la calle, se niega a colaborar. Kate Conlan es asignada para proteger a la testigo y es la única que logra sacarle algo, pero luego la muchacha es aparentemente asesinada en la casa donde la tenían en custodia.

Kate y John fueron amantes, pero rompieron hace cinco años. Las heridas de la separación persisten, pero las difíciles circunstancias del asesinato los unen de nuevo. Las tensiones se multiplican, apenas duermen, de comer tranquilos hace tiempo que se olvidaron. La acción de búsqueda prosigue su curso, hay alternativas variadas, las situaciones violentas van aumentando en intensidad, las sospechas pasan de uno a otro hasta concluir en un final inesperado.

La autora utiliza un lenguaje provocador, con frecuencia chabacano, siempre rápido, a veces demasiado elíptico. Los personajes que aparecen, fuera de los dos protagonistas mencionados, se caracterizan por rasgos humanos deformados, repulsivos, patológicos. El conjunto parece un trasunto literario de alguna pintura del Bosco. Los periodistas que se lanzan sobre el caso sólo están interesados en la primicia. Son buitres carroñeros, jauría desatada. Los políticos locales quieren sacar provecho del caso, promocionarse ante los medios. Los policías son brutos, desentendidos del sufrimiento de las víctimas, sólo quieren esclarecer el caso. En fin, sólo se salvan de esta galería de personajes torcidos Kate y Quinn, quienes muestran sentido humano, derivado posiblemente de su propio enamoramiento. Son sin embargo personas solas, desarraigadas de su propia familia, que enfrentan la vida como llaneros solitarios. Muestran un carácter duro frente a los crímenes, pero por dentro reclaman a gritos un apoyo que los demás no se atrevan a darles. Este rasgo es muy típico de la novelística y la cinematografía norteamericanas.

En conjunto se trata de una novela dura, en la que la agudización de las situaciones roza algunas veces la inverosimilitud. No recomendable para quien desee tomarla como lectura de noche en vistas a un sueño plácido.

Diciembre 2003

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