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EL CÓDIGO DA VINCI

Dan Brown

Barcelona, Umbriel, 2003, 557 p.

Un thriller, que mantiene la atención desde la primera página hasta la última. Es una novela policíaca, en la que el autor sabe presentar dosificadamente nuevos y sorprendentes datos, situaciones inesperadas y mantiene así el suspenso. A veces roza lo inverosímil y forzado, pero el lector se lo perdona por lo agitado de la trama. Maneja un lenguaje rápido y nervioso, presenta diálogos bien armados y descripciones acertadas, que no desvían el interés sino que ayudan a perfilar los personajes o las situaciones. El despliegue tecnológico de que hace gala el autor sitúa a su novela en los sofisticados tiempos actuales.

Dicho esto a favor de la novela, el fondo argumental es totalmente inaceptable. Los templarios, la famosa orden que ahora concita tanta atención de los novelistas (recuérdese “La lápida templaria”, de Nicholas Wilcox y su trilogía: “Los falsos peregrinos”, “Las trompetas de Jericó” y “La sangre de Dios”, además de “Iacobus”, de Matilde Asensi) son supuestamente los únicos depositarios de la verdad que la Iglesia ha tratado de ocultar durante sus dos mil años de existencia. Todo el poder del Vaticano – que ya existía, según el novelista, en el siglo IV – se ha usado sin escrúpulos para este gigantesco engaño. La orden del Temple o Priorato de Sión, en estrecha conexión con la masonería, ha estado regida secretamente por grandes figuras históricas. El cargo de Gran Maestre ha sido ocupado entre otros por Leonardo da Vinci, Sandro Botticelli, Isaac Newton y Víctor Hugo, y su principal función ha sido mantener oculto el Santo Grial, que no es el cáliz que usó Jesucristo en la Última Cena, sino un sarcófago con los huesos de María Magdalena y un cúmulo de escritos antiguos que dejan a los Evangelios como impostores. Todos los maestres de la orden supieron ocultarlo y expresaron o hicieron expresar veladamente su visión religiosa acerca de los primeros tiempos del cristianismo en multitud de símbolos plasmados en conocidas obras de arte de la pintura, la escultura, la arquitectura y la música.

Algunos miembros del Priorato consideran que ha llegado el momento oportuno y conveniente para que los documentos secretos se hagan públicos, y como consecuencia perderá todo su poder el Vaticano. Y aquí interviene el Opus Dei, presentado como una especie de brazo ejecutivo de la Iglesia, que trata de impedir por todos los medios la revelación de los documentos, aunque tenga que recurrir al asesinato. Pienso que si la novela hubiera sido escrita hace unas décadas serían los jesuitas los que llevarían el peso de lo sórdido en esta absurda trama. El Gran Maestre del Priorato, Jacques Saunière, curador del Louvre, muere asesinado dentro del museo y deja una serie de criptogramas y pistas extrañas que solo será capaz de descifrar su nieta Sophie Neveu, a quien van dirigidas. Pero todas las señales apuntan como asesino a Robert Langdon, norteamericano experto en simbología. El jefe de la policía de París, Bezu Fache, trata de acorralarlo, pero Langdon se escapa del cerco, ayudado por Sophie, que ha comprendido desde el principio que su abuelo quería encaminarla a Langdon para que le ayudara a proteger el secreto amenazado, y no para señalarlo como asesino.

No se trata de contar la trama de la novela, ni mucho menos su desenlace, sino apuntar a su artificialidad y sordidez. La Iglesia queda presentada como la gran impostora, aunque el autor concede que hay mucha gente de buena fe en ella. Lo único que realmente le interesa, según el autor, es mantener el poder ocultando la verdad. No muestra ningún respeto por la fe cristiana en la figura de Jesucristo, que queda presentado como un judío normal y valioso, simple descendiente de los reyes judíos y llamado a perpetuar su reinado a través de su matrimonio con María Magdalena. Tampoco se respeta la historia. Se presenta el Vaticano como un poder ya organizado desde el siglo IV, que logra ocultar el secreto de los manuscritos primitivos. Desde luego, es totalmente inverosímil que un secreto como el que supuestamente custodia el Priorato se hubiera mantenido como tal en dos mil años de cultura occidental. En fin, a los lectores poco versados en cuestiones religiosas, la novela les puede impresionar y hacer algún daño. Y como ahora está de moda todo lo que sea escandaloso, no es difícil suponer que más de un guionista querrá transformarla en película. Por lo pronto la novela ha sido un bestseller y eso es el mejor aval para que algún director de cine la quiera poner en pantalla.

Febrero 2004

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