FIEBRE
Robin Cook
Buenos Aires, Emecé, 1982, 302 p.
El doctor Charles Martel, como consecuencia de haber perdido a su esposa, se convirtió en investigador de la enfermedad que la mató, el cáncer. Le gusta trabajar solo, es tenaz, pero obstinado y de malas relaciones con los demás. Su hija pequeña de 12 años, Michelle, contrae la leucemia, posiblemente como consecuencia de la contaminación con benceno que arroja en el río una fábrica vecina. Pero resulta que es esa fábrica la que subsidia la investigación del laboratorio donde trabaja Charles. El drama está servido, la tensión crece tanto que por momentos no se puede seguir leyendo, por miedo a que ocurra lo peor. Charles lucha contra la fábrica, en vano, presenta las denuncias, las autoridades se ríen de él, porque la fábrica da de comer a los habitantes de la zona. La tensión aumenta, casi ocurre lo peor, y el lector está a punto de echarle la culpa al testarudo carácter de Charles. Pero la mayor odiosidad la provocan otros personajes: un investigador celoso del trabajo de Martel, el director del laboratorio, los dueños de la fábrica, la torpe policía local. La tensión crece al máximo cuando echan a Charles del laboratorio, siendo así que él está a punto de descubrir el antídoto contra la enfermedad que mata a su pequeña… Tampoco los otros hijos del doctor cooperan, sobre todo Chuck, enfrentado al padre por problemas de adolescencia. Sólo la nueva y joven esposa, Cathryn, logrará tender el puente salvador para evitar que Charles caiga en la locura, cuando todo le sale mal, o para que no sea maltratado por los esbirros de la fábrica o arrestado por las autoridades. Cathryn es su ángel salvador y la que hace que la situación llegue a buen fin.
Los personajes están bien delineados, sobre todo Charles. Este hombre es admirable, pero a veces provoca ahorcarlo, por su terquedad y falta de sentido común, que le lleva a desafiar lo razonable y a meterse gratuitamente en problemas. Hay una crítica fuerte en la novela acerca de la total ineficacia de las autoridades encargadas de evitar la contaminación, que se pierden en mil tareas burocráticas y en definitiva no hacen nada. También hay una fuerte crítica contra la corrupción de los grandes industriales, que se ríen de la ley; contra los policías, presentados como venales, torpes y brutos; contra los medios de comunicación, ávidos de noticias tremendistas y violentas. Cathryn, la joven esposa, que ve que su marido se va alejando, que lo cree al borde de un colapso, que teme por su juicio, decide ponerse de su lado y así lo salva y contribuye a la salvación de Michelle. La suegra, la madre de la joven esposa, insoportable. Los hijos adolescentes, hermanos de Michelle, son distintos uno de otro: Jean-Paul, más tranquilo y amoroso; Chuck, en permanente rivalidad con su padre, pero que al final lo admira y se pone de su parte.
El novelista extrema las dificultades, las tensiones, que llegan al máximo hacia el final, pero que reciben una solución feliz, tal vez demasiado rápida. Se lee a gusto, a veces la tensión hace que no se pueda seguir leyendo, lo cual es una alabanza para el arte del escritor.
Mayo 2004