EL ÚLTIMO PARTIDO
John Grisham
Barcelona, Ediciones B S.A., 2003, 189 p.
Un antiguo jugador de fútbol americano, Neely Crenshaw, quien fue el ídolo de la escuela y el pueblo de Messina, regresa después de quince años al escenario de sus triunfos. Se fue dolido por el trato que le dio Eddie Rake, el entrenador del equipo, un ídolo del pueblo y de los jugadores, todavía más famoso y admirado que el mismo Neely. Éste es ahora agente inmobiliario, tiene 33 años y una vida sin relieve ni sentido, después de su fracaso matrimonial. Se había hecho la promesa de nunca regresar, pero la incumple sin saber muy bien por qué, añorando los días de gloria, buscando la juventud perdida para siempre.
El entrenador está en agonía. Los antiguos compañeros de equipo, los Spartans de Messina, se van reencontrando en el campo y restablecen una relación que el paso del tiempo no había borrado del todo. Neely pregunta por Cameron, la muchacha que lo adoraba, que deseaba hacer vida con él cuando fueran mayores y a la que despreció por irse con otra muchacha, desenvuelta y provocativa, ahora convertida en una mujer gorda y fracasada.
La novela de John Grisham tiene tintes autobiográficos, como los tenía “La granja”. No pasa nada extraordinario, son reconstrucciones de un pasado glorioso, enfrentadas a un presente gris y sin horizonte. El entrenador Rake muere y el entierro convoca a un gentío, entre ellos a Cameron, ahora felizmente casada con Jack. Neely se entrevista con ella buscando lo que no puede ser. El diálogo final entre los dos es un ejemplo maestro de relación humana, que muestra cuándo hay que saber decir que no.
“Estaban sentados de nuevo en los peldaños de la entrada. Las luces estaban apagadas. El señor y la señora Lane se habían ido a dormir. Eran más de las once.
– Creo que ahora tendrías que irte – dijo Cameron al cabo de unos minutos.
– Tienes razón – corroboró Neely.
– Antes has dicho que ahora piensas constantemente en mí. Tengo curiosidad en saber por qué.
– No tenía ni idea de lo mucho que duele un corazón destrozado hasta que mi mujer hizo las maletas y se fue. Fue una pesadilla. Por primera vez, comprendí lo mucho que tú habías sufrido. Y me di cuenta de lo cruel que había sido contigo.
– Lo superarás. Se tarda unos diez años.
– Gracias.
Neely bajó por la acera y después dio media vuelta y regresó.
– ¿Cuántos años tiene Jack? – preguntó.
– Treinta y siete.
– Pues entonces, según las estadísticas tendría que morir primero. Llámame cuando haya muerto. Estaré esperando.
– Y un cuerno.
– Lo juro. ¿No te consuela saber que alguien estará esperándote?
– No se me había ocurrido pensarlo.
Neely se inclinó hacia delante y la miró a los ojos.
– ¿Puedo besarte en la mejilla?
– No.
– Hay algo mágico en el primer amor, Cameron, algo que siempre echaré de menos.
– Adiós, Neely.
– ¿Puedo decirte que te quiero?
– No. Adiós, Neely.”
Los discursos en el acto del sepelio son emotivos, especialmente el del padre McCabe (Eddie era católico) y el del reverendo Collins Suggs, antiguo miembro del equipo de los Spartans, un negro fuerte y carismático, que adoraba a Rake por haber sido el primer entrenador que introdujo la mezcla de razas en el equipo. También habla Neely Crenshaw, sobreponiéndose al miedo escénico, y su testimonio constituye una reconciliación póstuma con el entrenador. Permiten también acudir al sepelio a un traficante de drogas, Jesse Trapp, quien purga condena en la cárcel del condado, y que fue uno de los jugadores preferidos de Eddie Rake. Su entrada hace estremecer a todos sus antiguos compañeros y al gran público que observa conmovido la escena.
Una novelita que en su aparente sencillez presenta sentimientos muy humanos que todo el mundo lleva a flor de piel, aun los más rudos en apariencia.
Julio 2004