ÉBANO
Ryszard Kapuscinski
Barcelona, Ediciones Folio S.A., 2004, 312 p.
Impresionante recorrido por la realidad africana el de este periodista polaco, que con razón ha sido entrevistado en todo el mundo, premiado en diferentes ocasiones y traducido a muchos idiomas. Desde 1958 hasta finales del siglo 20 Kapuscinski ha recorrido muchos, no sé si todos, los países africanos, ha presenciado revoluciones, ha entrevistado a gentes de toda clase social, religión, cultura y status económico. Su visión es rica y variada, sus análisis certeros, sobre todo el juicio al colonialismo europeo como raíz de todos los males que sufre este continente abandonado. No teme adentrarse en los desiertos o en las selvas húmedas y asfixiantes, compartir la miseria y la suciedad con quienes nada tienen. Como resultado, nos presenta una realidad absolutamente desconocida para el europeo o americano común, la realidad de millones que viven al día sin saber por qué están en la vida ni qué hacen allí, vagando sin sentido de un lado para el otro, buscando mendrugos donde no los hay, famélicos, abúlicos, atacados por la malaria y otras enfermedades tropicales, carne de cañón para revoluciones tribales que encaraman a tiranos de pacotilla, quienes, una vez arrebatado el poder, masacran sin ningún escrúpulo a los adversarios, pero terminan muriendo de forma tan grotesca como vivieron y son olvidados de inmediato.
Kapuscinski comienza su periplo africano en Ghana, 1958, pocos años antes de que se iniciara la ola independentista que liberó de la tutela europea a casi todos los países. En Acra, la capital, conoce a jóvenes entusiastas, los gobernantes próximos, que creen de todo corazón que la libertad es una especie de panacea, que transformará el país de raíz. Los años siguientes convertirán a la mayoría de los jóvenes líderes africanos en tiranuelos ávidos de riqueza y en sangrientos exterminadores de toda oposición.
El polaco va conociendo realidades tan distintas a las de su cultura que se queda alucinado. Por ejemplo, el mundo espiritual del África negra, animista, plagado de superstición y magia, de mal de ojo y creencias en la influencia de seres malignos y benignos, que determinan lo que ocurre, desde una sequía arrasadora hasta las enfermedades recurrentes, el hambre o la muerte de un niño. O el ritmo lento del vivir, con un sentido lánguido del tiempo, que no se ocupa sino en dejarlo pasar, en espera de algún acontecimiento que saque a la gente de su letargo. O el arraigadísimo sentido tribal o de clan, que deja poco o ningún espacio a la conciencia de autonomía individual. Resalta la extrañeza del negro ante el blanco, ante su forma de pensar y de vivir, a quien considera dueño de inmensas riquezas por ser simplemente de raza blanca. Al revés, en el mundo blanco, negro es símbolo de atraso y canibalismo… Los prejuicios no sólo funcionan entre las razas, sino dentro de la misma raza, del mismo clan, hasta entre pueblos vecinos. El calor aplasta al periodista hasta el punto de que piensa que es el principal culpable de todo lo que ocurre a su alrededor: el ritmo de vida, la inactividad, el carácter de la gente, la pobreza… Conseguir una sombra puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte.
África es un continente absolutamente diferente e incomprendido: “Las lenguas europeas no han desarrollado un vocabulario que permita describir adecuadamente mundos diferentes, no europeos. Grandes cuestiones de la vida africana quedan inescrutadas, o ni siquiera planteadas, a causa de una cierta pobreza de las lenguas europeas. ¿Cómo describir el interior de la selva, tenebroso, verde, asfixiante? Y esos cientos de árboles y arbustos ¿qué nombres tienen? Conozco nombres como “palmera”, “baobab” o “euforbio”, pero precisamente esos árboles no crecen en la selva. Y esos árboles inmensos, de diez pisos, que vi en Ubangi y en Ituri, ¿cómo se llaman? ¿Cómo llamar a los más diversos insectos que topamos por todas partes y que no paran de atacar y de picarnos? A veces se puede encontrar un nombre en latín, pero ¿qué le aclarará éste a un lector medio? Y eso que no son problemas más que con la botánica y la zoología. ¿Y qué pasa con toda la enorme esfera de lo psíquico, con las creencias y la mentalidad de esta gente? Cada una de las lenguas europeas es rica, sólo que su riqueza no se manifiesta sino en la descripción de su propia cultura, en la representación de su propio mundo. Sin embargo, cuando se intenta entrar en territorio de otra cultura y describirla, la lengua desvela sus límites, su subdesarrollo, su impotencia semántica”.
Kapuscinski abre más interrogantes y más inesperados sobre este continente de los que nadie es capaz de responder. Plantea problemas humanos de tales dimensiones que cualquiera de nuestros problemas domésticos o nacionales, incluso de todo el conjunto de Occidente, semejan querellas de niños pequeños. Y deja entrever situaciones de futuro que traerán cuestiones inéditas, todas ellas referentes al encuentro de razas y culturas, al mestizaje necesario y espinoso. La humanidad se juega en todo esto su supervivencia tanto o más que en los grandes problemas ecológicos que el hombre occidental ha desencadenado sobre el mundo por su consumismo desenfrenado. África está muy lejos de problemas típicos de las sociedades ahítas, como la obesidad, las enfermedades cardíacas o el tedio, pero sigue sufriendo la expoliación de sus recursos por parte de sus mismos habitantes y de las compañías transnacionales. ¿Qué males prenuncia esto para el futuro de la humanidad entera? Ojalá no sea África el anticipo de lo que nos espera si no cambiamos nuestro comportamiento cultural generalizado.
Septiembre 2004