HASTA SIEMPRE, MUJERCITAS
Marcela Serrano
Santiago de Chile, Planeta chilena, 2004, 286 p.
Cuatro primas, Nieves, Ada, Luz y Lola, se parecen a las protagonistas de “Mujercitas”, el clásico de Louise May Alcott. Viven de niñas en una finca situada en un pueblo al sur de Santiago, en un aserradero propiedad de la familia, administrado por la tía Casilda con mano fuerte, una mujer que no se casó, seca y vestida como una ermitaña. La madre de Ada es también madre de Oliverio, tenido antes del matrimonio del que nació la niña. Este hermanastro va a jugar un papel de primer orden en la novela.
Las primas van reconstruyendo sus vidas en el recuerdo, ahora que ya se aproximan o pasan de los 40. También utilizó Marcela Serrano ese mecanismo en su novela “Nosotras que nos queremos tanto”. La ilusión de Nieves fue casarse y tener hijos; se casó pronto, con el primer enamorado que tuvo, y tuvo cuatro hijos. ¿Es feliz por haber logrado su sueño, el único que se planteó? En la parte final de la novela, se lo cuestiona con toda su alma. Ada se parece a Casilda. Eternamente enamorada de Oliverio, su hermanastro, se debate entre el horror y el deseo, y odia a todos los que se le acercan demasiado. Cifra su meta vital en ser escritora de fama; lo logra después de muchos años, pero su vida sigue vacía. Luz, siempre protegida, la “buena” de las cuatro, orienta toda su vida a hacer el bien a los demás. Se hace enfermera y viaja a Uganda. Muere muy joven y lejos de sus primas, aunque sí realizó su ideal de vida. Lola es la menor, la más ambiciosa. De espectacular belleza, rival eterna de Ada en el amor por Oliverio, cifra su existencia en la riqueza y en ser admirada. Su talento emprendedor la lleva a fundar su propia empresa y a tener mucho dinero. Los hombres codician su hermosura, su talento, su empuje. Se casa con un banquero, tiene dos hijos, pero su talento y ambición es superior al de su esposo y termina por abandonarlo para montar su propia empresa. Años más tarde logra el sueño de su vida que es casarse con Oliverio.
Marcela Serrano nos vuelve a meter en la vida de las mujeres de mediana edad, como lo hizo en “Nosotras que nos queremos tanto”, escrita 12 años antes. La visión de estas mujeres acerca de la vida, los hombres, la familia, el destino, las metas que se trazan, sus defectos y cualidades, nos meten en un mundo totalmente femenino del que es difícil salir indemne. La narración avanza y retrocede, enfoca de diversas maneras temas y sucesos, desde la distinta óptica de las cuatro mujeres. Las relaciones entre las primas son complejas, de amor/odio, de cercanía y repulsión, pero sin que puedan prescindir unas de otras. Sobre todas ellas, Oliverio, objeto de admiración y deseo, también él cansado al cabo de los años de una vida convencional.
Las novelas de Marcela Serrano no son feministas, en el peor sentido del término, sino reivindicativas del papel cada vez más importante de la mujer en la sociedad. Una sociedad en la que todavía son los hombres los que dictaminan qué es la verdad, qué es correcto, qué se debe hacer o decir. En esta sociedad actual una mujer valiosa tiene que luchar el doble para que acepten su valía.
La redacción del último capítulo por parte de Luz, la prima muerta, quien las ve como desde un plano superior, es original. Este capítulo lleva a la liberación de Nieves por términos imprevisibles, y a la reconciliación entre Ada y Lola. También es original contar la génesis de la novela dentro de la propia novela: Ada escribe su primera novela contando la historia de ella misma y de sus primas, que es justamente lo que el lector ha leído hasta ese momento.
A diferencia de otras novelas, sí aparece el tema religioso de pasada, sobre todo a propósito de Luz y en algunos momentos dramáticos, como en el suicidio que presencia Lola.
Dice Luz:
“Conversando con Henry, uno de mis compañeros de misión, sobre las motivaciones que tuve para unirme a Médicos sin Fronteras he debido sacarlo de su error: no, Dos no tiene arte ni parte en ellas. Mi compromiso no tiene nada de divino, son los pobres los que me mueven, no Él. Todo terrenal: ferozmente terrenal es la pobreza, terrena el hambre, terreno el miedo, terrena la enfermedad. La eventual intervención de Dios habría sido crearlo todo: me niego a afirmar que este mundo fue su deseo, ¿cómo podría haberlo querido así? En mi experiencia, los que enarbolan esa bandera son todos unos fanáticos. Y bien sabemos que cuando se es fanático de una causa, cualquiera que sea, puedes terminar siendo tan imbécil como el que abraza la causa contraria. No, no es a Su amor a quien me debo, celoso y exigente, no es en Su nombre que invoco el sacrificio. Me llena de dudas que merezca tanto honor y alabanza si ésta es Su obra. La tierra es un horror. ¿Fue idea suya? Por haberme enterado muy temprano de ello, me arrogo el derecho de repetirlo: la tierra es un horror. Créemelo: en mi propia piel, Uganda hoy día, Chile 1973. El Holocausto en pieles ajenas que hago propias. Y así, suma y sigue. Suma y sigue. La lista es tan inmensamente larga (pp. 128-9).
Agosto 2005