En Reseñas de libros
Califica esta reseña
Gracias

COMANDANTE. LA VENEZUELA DE HUGO CHÁVEZ

Rory Carroll

Madrid, Editorial Sexto Piso, 2013, 341 p.

 

Rory Carroll, periodista irlandés del diario The Guardian, con gran experiencia en reportajes difíciles sobre diversos países del mundo, emprende una aventura que le dura seis años (2006-2012): ver de cerca al tan mentado y discutido gobierno de Hugo Chávez. Queda cautivado por su persona y le va siguiendo de cerca y entrevistando a personas de ambos bandos, de los que lo adoran y de los que lo odian. Y el resultado es un reportaje real fascinante, al borde del realismo mágico, que considero lo mejor que se ha escrito sobre este personaje que nos ha tocado sufrir. Su influencia sobre Venezuela ha sido enorme y devastadora, todavía presentes durante un tiempo impredecible, pero Carroll no toma partido fácilmente: se limita a desplegar las piezas de este rompecabezas y deja al lector sacar conclusiones.

Chávez, tal como lo presenta Carroll, encarna perfectamente las virtudes y defectos del típico venezolano popular, simpático, muy vivo para captar los momentos y las personas, aprovechador, inteligente, improvisador al máximo. Pero con una ambición de poder, en su caso, con un ego del tamaño del mundo, que lo va a convertir en un autócrata temido e impredecible. El libro comienza con la anécdota del viaje en avión que comparten desde La Habana en 1999 García Márquez y Chávez, en el que el colombiano queda impactado por la doble personalidad de su interlocutor: un hombre que puede hacer un gran bien al país o un tirano más. Y el libro va mostrando cómo es la segunda posibilidad la que escoge el comandante.

No fue así desde el comienzo. El punto de inflexión fue el intento de golpe de 2002 y la subsiguiente huelga petrolera. A partir de ahí fue cambiando el mandatario y refugiándose en los brazos de Fidel Castro, a quien vio como modelo, padre y mentor. Lo mismo que el cubano, Chávez no sabe de economía ni le importa. Los altísimos precios del petróleo le proveen de unos ingresos que él dilapida a su gusto, comprando voluntades dentro y fuera del país, convencido de ser el portaestandarte de los países pobres que se oponen al imperialismo norteamericano, a su capitalismo, al que culpa de todos los males de la historia universal. No entiende de producción, de inversiones, costos y ganancias – él siempre ha vivido subsidiado – y deja todo en manos del “monje” Giordani, quien trata de aplicar forzadamente su ideología marxista a una economía que no le obedece.

Chávez es voluble, cambiante e incluso contradictorio, y los que le rodean le temen. No saben por dónde va a salir, de qué humor va a estar aquel día. Se apoya en el G-2 cubano para espiar a todos los ministros y subalternos importantes, para intervenir sus teléfonos, que son tratados por estos como “material radioactivo”. Hay una paranoia colectiva que él se encarga de cultivar a gusto. Un ministro – dice Carroll – necesita dominar tres técnicas: 1) El equilibrio entre la quietud y el movimiento; ser una piedra, porque el único que puede tomar iniciativas, resolver un problema, teorizar sobre la revolución o expresar una opinión original, es Chávez. Y, además, ser de repente un ejecutor inmediato de las iluminaciones y ocurrencias del jefe. Debe elaborar a toda prisa planes fastuosos que sirvan para los impactantes anuncios presidenciales, pero que siempre se quedan en el papel. 2) La adulación, que recompensa a los que la practican. Todos se visten de roja gorra y roja camisa, y vacilan un día en que el jefe aparece de azul. 3) Moldear el rostro como una máscara, pero cambiar por el asombro y la risa cuando las cámaras enfocan. Una mueca se convierte en sonrisa o al revés, según las circunstancias lo demandan.

El país se va desmoronando: se hunden muchos puentes, las carreteras se estropean, la producción agrícola y pecuaria se hunde debido a las expropiaciones y la incapacidad de las cooperativas que han sustituido a los dueños. Pero los medios de comunicación – una vez eliminados los opositores – no lo reflejan en absoluto. Sus pautas informativas son pautas publicitarias del gobierno, que a base de repetir consignas parece crear una realidad ficticia. Ante la violencia que domina las calles Chávez no dice una palabra en todo su gobierno. No es su problema, él está sólo atento a su imagen, que sigue manteniéndose porque el pueblo lo ve como un semidiós a quien no se puede culpar de lo que pasa, porque él no lo sabe. Son los que le rodean los culpables. Los testimonios de antiguos chavistas muy cercanos al comandante y que luego se desilusionaron de él son contundentes: Chávez se crea un mundo propio y no admite críticas. Su compadre Baduel, la juez Afiuni, y otros muchos lo pagan con la cárcel, porque él es el que dictamina lo que los tribunales deben hacer. Como dice Pedro Plaza Salvati, “El autor de Comandante habla de la energía de Chávez, su carisma, sus extraordinarios dotes de comunicador. Esa misma energía desbordada fue la que hizo que algunos de sus colaboradores terminaran execrados. Guaicaipuro Lameda dice: “A cerca de treinta de nosotros se nos daba un teléfono especial que siempre teníamos que responder… Me llamó varias veces a las tres de la mañana sólo para demostrar quién tenía el poder”. Sobre Jorge Giordani, dice que una madrugada no respondió el teléfono y Chávez lo mandó a buscar con una patrulla.”

Chávez gobernó desde la televisión con cadenas interminables que duraban horas y horas en las que él hacía de todo: contar chistes, dialogar con niños y gente humilde, cantar, hablar tonterías, pero con una idea previa que él desplegaba improvisadamente: anuncios de planes grandiosos, cambio de ministros, diatribas contra el imperio. Sobre la duración de los programas, Carroll afirma con humor: “Podías dejar tu apartamento, tomar el metro, atravesar la ciudad, pagar el teléfono y la luz, encontrarte con un amigo para tomar un café, hacer el mercado, recoger la ropa en la lavandería, regresar a casa y todavía Chávez estaría hablando en televisión”. 

En conclusión, a pesar de que los pobres recibieron beneficios, esto fue al costo de destruir una nación, según afirma Carroll. “El destino de un sistema tóxico liderado por un gigante de la política que resultó ser un gerente desastroso”.

 

Diciembre 2013

 

Publicaciones recientes

Deja un comentario