VAGABUNDO EN ÁFRICA
Javier Reverte
Madrid, Santillana – El País, 8ª ed. 1998 (1ª 1998), 494 p.
¿Ha viajado usted al África negra? Yo no, ni creo que lo haga. Pero si queremos asomarnos a ella, el relato de Javier Reverte es imprescindible. La pasión por conocer el continente negro es una fuerza superior a él, lo arrastra, lo lleva a selvas inmensas y a ríos que son mares. Arrostra tormentas súbitas que ponen en peligro próximo la seguridad de los navegantes, a enfrentarse con animales que están esperando su descuido para tragárselo. Pero todo eso es lo de menos; lo importante es adentrarse en la historia terrible del continente explotado, exprimido por los europeos, y en el alma del africano, que se muestra en su desnudez primitiva, en su candidez hermosa pero también en sus rincones más sórdidos y temibles. Reverte sigue la estela de Joseph Conrad, que escribió a fines del siglo XIX El corazón de las tinieblas, refiriéndose al Congo, a sus selvas y a sus gentes. “El río sigue siendo tal y como lo vio Conrad en 1890. Los barcos que lo navegan no han cambiado mucho, viejos remolcadores que empujan barcazas donde se hacina la gente en condiciones de miseria. Por todas partes y a toda hora surgen amenazas que ponen en peligro la vida de quienes viajan en sus aguas: tormentas, enfermedades, vendavales, soldados incontrolados… La muerte te rodea y morir llega a no importarte demasiado, porque es un hecho terrible, pero lógico al mismo tiempo. Cien años no han borrado el carácter del río Congo, y las palabras del libro de Conrad, escrito en 1899 y publicado en 1902, siguen teniendo una actualidad pasmosa” (17-18). Otros escritores, como André Gide y Graham Greene se aventuraron también en el corazón del África negra y retumbaron con sus estruendos y sus vacíos.
El viaje de Reverte se desarrolla en 1997 y comienza en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, “una tierra de pólvora y de sangre”. Refiere las correrías del famoso Cecil Rhodes, explorador, explotador de oro y diamantes, empresario, homosexual, y que dio nombre a la antigua Rhodesia, hoy Zambia y Zimbabue. Rhodes añadió a la corona británica un territorio cinco veces más grande que el tamaño de Inglaterra. La colonización de esta tierra por los holandeses, muy anterior, fue interrumpida por los británicos, que expulsaron a los bóers o afrikáners hacia el norte. Las tribus se enfrentaron a los europeos, ganaron algunas batallas, pero sucumbieron al poderío de su fuego. Luego se enfrentaron los europeos entre sí, pero llegaron a un acuerdo basado en el apartheid, en el dominio exclusivo de ellos sobre las riquezas minerales de esta tierra de oro y diamantes. La historia de Mandela es conocida, y cómo ahora Sudáfrica es otro país gracias a él.
La pobreza de Zimbabue no la alivian las prédicas estentóreas de los evangélicos, con alguno de los cuales se encuentra Reverte en Bulawayo. Agnosticismo del europeo frente a la pobreza africana, algo maquillada por la religión. La plaga del sida es terrible en esta zona, por la que mueren 500 personas cada semana, dejando a miles de huérfanos literalmente en la calle.
La etapa siguiente, Tanzania, le pone en contacto a orillas del Índico con Dar es Salam. Reverte siente por la ciudad un cariño especial y no sabe bien por qué. La ciudad es pobre, pero amable, su gente es cercana: “Es mi tierra, es mi sitio, un lugar donde no siento miedo, donde nadie me conoce y donde miro a la gente como a hermanos sin que ellos lo sepan” (201). Visita la ciudad de Kilwa, tres ciudades en una, donde confluyen historias y gentes de Portugal, la India y toda el África. Visita el parque Selous, el santuario de vida animal más salvaje e intocado de África y pasa apuros por viajar solo, pero ve de cerca en la noche a leopardos, leones, hienas y elefantes. Viaja en tren hasta Mwanza, a orillas del lago Victoria. Allí conoce a los padres José Sotillo, extremeño, y John Slinger, veteranos misioneros y asiste con gusto a la misa en suajili. “Las misas en África, largas y alegres, se viven por parte de los creyentes con un mayor sentimiento de fe y esperanza que en Europa” (288).
Reverte está cerca de Ruanda y de Burundi, la zona de las terribles matanzas entre tutsis y hutus apenas tres años antes. Describe la historia de esas relaciones que no son opuestas por motivos raciales, sino de clase social. El grado de crueldad fue extremo, llegó a situaciones tan repulsivas que no se pueden reproducir aquí, pero que el viajero las menciona.
Vuela luego a Kinshasa, capital del Zaire, antiguo Congo belga, para emprender el tan soñado viaje de navegación por el río Congo, que constituye la aventura mayor y más peligrosa de las tantas que ha emprendido. Narra las expediciones de los exploradores Stanley y Brazza a finales del siglo XIX, con el fin de apoderarse de aquellas tierras en nombre de Gran Bretaña o de Francia, y que concluyó con la ambición sin límites de Leopoldo II, rey de Bélgica, que convirtió al Congo en su finca particular. La narración de las atrocidades belgas quedó también bien expuesta en la novela de Vargas Llosa El sueño del celta, donde Roger Casement denuncia al rey belga ante el parlamento británico, que presiona al rey para moderar sus abusos.
Todavía suenan explosiones en Brazzaville, al otro lado del Congo, porque la guerra sigue. Así que el Congo es vigilado por puestos militares que extorsionan a los viajeros para dejarles pasar. El colmo de estos abusos ocurre en Bolobo, donde un soldado borracho y drogado se apodera del dinero de la tripulación que comanda el buque Akongo-Mohela, y también roba a Reverte, a quien amenaza de muerte. La tensa situación se resuelve gracias a Mak, un marinero valiente que denuncia al soldado en el comando y el comandante actúa en favor de la tripulación mandando a la cárcel al abusador.
Reverte concluye agradeciendo a tantos amigos que hizo en el viaje, a los que debe su vida y a los que expresa su admiración: “Callé, conmovido, pensando en los hombres que han sabido convertirse, a pesar de la tristeza, del dolor y de tantas luchas sin victoria, en hombres enteros: hombres sin rencor, optimistas pese a sus derrotas incontables y la pobreza de sus vidas, hombres con una pasión irrenunciable por la dignidad y la libertad, hombres capaces de sobreponerse a la amargura que les proponía el sufrimiento, hombres que han trabajado en la humillación y que sin embargo sonríen alegre, hombres con una esperanza y un optimismo alzados sobre la desolación. ¿Tienen color esos hombres?, ¿son blancos, o son negros?” (444-5).
Junio 2014