MEMORIAS DE UNA GEISHA
Arthur Golden
Madrid, Suma de Letras, 10ª ed. 2011 (1ª en 2010), 654 p.
Otra cultura, otro mundo difícil de entender para un occidental. Una manera de pensar y sentir alejada de la nuestra. El mundo de las geishas y su preparación minuciosa, detallista hasta el aburrimiento, sus ropajes cargados, sus saludos, sus gestos, su padrinazgo, su falta de libertad, sometidas a unas reglas ancestrales y tiránicas que las encadenan a un oficio que sirve para complacer a los varones no sólo en el aspecto sexual, sino también en hacerles la vida más agradable con la danza, la conversación y el servicio de bebidas, especialmente el sake. Las geishas sólo sirven a hombres importantes y de dinero, y por eso en el mundo occidental se las conoce como prostitutas de lujo. Salen de la pobreza siendo niñas porque muchos padres las venden para ese oficio, las más bonitas son amparadas por otra mayor que ellas, “la hermana mayor”, de quien reciben un aprendizaje que se prolonga por años. La ceremonia del té, danzar con elegancia y sensualidad, y tocar el shamisen, especie de guitarra afilada, forman parte del aprendizaje. Tienen que asistir a varias fiestas todas las noches y encantar a la audiencia, y cobran según su categoría establecida por la demanda. Entre ellas hay celos, infinitos celos, venganzas, calumnias, porque no soportan que otra sea mejor y más solicitada.
Por la novela desfilan las costumbres japonesas: el sumo, la lucha de gigantes, las reverencias múltiples en los encuentros entre conocidos, las fórmulas de cortesía, descansar arrodillados en un tatami, la importancia del horóscopo. La protagonista es Chiyo, una niña de 9 años hija de un pescador pobre y una mujer moribunda. Tiene unos ojos preciosos de color gris, algo extraño en la raza. El padre la vende a ella y a su hermana, seis años mayor, a un buscador que las lleva a Kioto, muy lejos de su lugar de origen. Las hermanas se separan y no vuelven a encontrarse. Chiyo es maltratada en la okiya o casa donde viven las geishas bajo el mandato de una mujer que fue geisha y ahora vive de enseñarles y colocarlas. Cuando Chiyo entra en la adolescencia le cambian el nombre por el de Sayuri. Hatsumono es la geisha principal de la okiya donde vive Sayuri, que ha comenzado su aprendizaje de geisha; le tiene una envidia horrible y la maltrata de mil formas, pero Sayuri cae en gracia a Mameha, rival de Hatsumono, y buena parte del relato se entretiene en las mil formas que Mameha, convertida en la hermana mayor de Sayuri, inventa para engañar a Hatsumono.
El mizuage o primer acto sexual tiene lugar para ellas después de una subasta que organiza la dueña. La bella Sayuri bate el record que se paga por un mizuage en toda la historia hasta esa fecha. Las geishas importantes consiguen el patrocinio de un danna, un hombre rico que las mantienen con lujo, que en el caso de Sayuri es un general a cargo de la intendencia, por lo que la okiya de ella está provista de todo. Y es que hay escasez por todas partes: la segunda guerra mundial ha estallado y Japón está cada vez peor. Avanzada la guerra el gobierno requisa todas las okiya y obliga a las mujeres a trabajar en fábricas de armamentos, algo espantoso para unas eternas mantenidas. Sólo algunas logran protección escondida, que es el caso de Sayuri al caer en desgracia su danna. La salva un antiguo aspirante muy rico que siempre estuvo enamorado de ella. La guerra sigue su curso, Japón es destruido y Sayuri tiene que trabajar en la casa del señor Arashino, mezclando los tintes para los kimonos. El noble y malgeniado Nobu, quien la pretendió como danna, la vuelve a encontrar “hecha una campesina”, pero se le ofrece de nuevo. Pero Sayuri está enamorada del Presidente de la compañía eléctrica Iwamura, quien sin embargo no le hace caso. Busca la manera de encontrarse con él, como ocurrió una vez cuando era niña y le mostró afecto y eso la marcó para siempre. Suceden los episodios y un buen día el Presidente se presenta de improviso y le cuenta cómo ha sido él su patrono a lo lejos para no interferir en los deseos de Nobu. Al final triunfa el amor verdadero, el del Presidente con Sayuri.
Novela muy bien escrita, con un fundamento histórico que ha perdido relevancia en el Japón moderno. Es admirable que haya sido escrita por un norteamericano y es que él vivió muchos años en Japón y su familia estableció muchos vínculos con la cultura japonesa.
Junio 2014