Barcelona, Seix Barral, 2013, 623 p.
El argentino autor de la novela es la reoca. Difícilmente habré leído un libro tan original por su contenido y su expresión escrita. Lo que pasa es que el contenido es espantoso: no hay ser humano de los que aparecen que no sea un degenerado de diversa especie, sexual, político, profesional, económico. Todos roban, todos se confabulan y se unen o se enfrentan para extorsionar, engañar, abusar. Todos fornican, todos matan o son muertos. Claro, dicho así, es algo repugnante, pero lo hace con la gracia de un estilo directo, lleno de argentinismos (algunos no los entiendo), que salta de una escena a otra sin intermisión ni descanso. Frases cortadas, a veces de una sola palabra, que más bien parecen fotos o cortos muy rápidos. Y es que este mundo es el infierno, no hay otro sino éste. Como dice Moure, el veterinario:
Más que una Villa esto parece una reserva africana donde las hienas son una especie protegida. Todos somos fieras carroñeras. Y encima nos reímos.
Otro personaje, Dante, el periodista de la Villa, lo dice de otro modo:
No hay inocentes, piensa Dante. No los hay en el mundo y tampoco en este pueblo que nombramos como Villa haciéndonos los remilgados. Papé Satán, papé Satán, aleppe. Todos, quien más, quien menos, somos infierno. Unos más, otros menos. En alguna parte leí que la estrategia de sobrevivencia en el infierno consiste en juntarse con quien es menos infierno. Oportunismo, digo. En menos de lo que canta un gallo, esta selva oscura va a arder. Y como decía aquel que citaba a un poeta mientras incendiaba una ciudad: Dejemos hablar al viento. Que silbe fuerte hasta convertir este lugar en una quema. Achicharrados, oliendo a basura. Pustulencia en llamas arrastrada por el vendaval. Acaso merecemos un destino mejor, eh.
El título de esta novela responde a lo que se conoce como la cámara de Gesell, que “es una habitación acondicionada para permitir la observación con personas. Está conformada por dos ambientes separados por un vidrio de visión unilateral, los cuales cuentan con equipos de audio y de video para la grabación de los diferentes experimentos” (Wikipedia). En la novela la gente de la Villa observa a los demás y es observada por ellos, creyendo que no son vistos, pero aquí la cámara de Gesell es de doble visión respectiva. Todos observan y comentan y al comienzo de los párrafos no se sabe quién está hablando, como ocurre en los encuentros por la calle.
La Villa, donde acontece todo, es una ciudad balneario en la costa atlántica argentina que se despuebla en invierno de los veraneantes y saca a relucir lo peor de sí misma. Todos temen que si este entramado de horror sale a la luz, los veraneantes dejarán de asomarse por allá y no habrá trabajo. Pero es imposible ocultar tanta maldad. Niñas de 13 años que abortan, abusos de menores por parte de los propios parientes, entrecruces adúlteros en todos los matrimonios, pibas y pibes que están en la droga y en la violencia desde que tienen uso de razón. Asesinatos y palizas espantosas que conducen a la muerte, suicidios, accidentes provocados. Todas las pasiones humanas en su nivel más bajo están desatadas en este infierno. Dicho así, tan condensado, el relato se antojaría insoportable. Y no lo es. ¿Por qué? Porque los personajes y sus trapisondas se diluyen en un relato ameno, con ciertos toques humanos, escasos eso sí. ¿De dónde habrá sacado este autor tanta bajeza? ¿Simplemente mirando alrededor? Pero otra vertiente del mundo y del ser humano que apenas considera el autor, es posible y ocurre con menor frecuencia de lo que quisiéramos. Solamente se salva la Moni, una antigua maestra, poetisa frustrada que todo lo convierte en verso. Y Dante, redactor único del periódico El Vocero, que refiere semana a semana lo que pasa en la Villa. ¿Por qué este novelista se fija en lo peor, porque está de moda? A mal sitio vamos a parar si lo que se privilegia en el cine, internet y novela es lo peor del ser humano…
Y siempre, como telón de fondo, el viento del sudeste, la sudestada, que levanta olas gigantes y barre las calles con el aguacero. Así es la ciudad en invierno, sudeste y droga, sudeste y venganza, sudeste y muerte. Confiamos en que semejante pintura no corresponda a una realidad novelada. Sería triste.
Agosto 2014