Caracas, Oscar Todtmann Editores, 2014, 328 p.
En el marco de la celebración de una misa de matrimonio el autor va recorriendo la vida de los asistentes, que forman una panoplia variada de la idiosincrasia venezolana de los momentos actuales. Hay de todo entre ellos: militares que defendieron la democracia y luego se pasaron al chavismo más burdo, convirtiéndose en boliburgueses muy adinerados; tres antiguas compañeras de colegio que han seguido derroteros muy distintos en la vida; un catire de origen alemán, compañero ocasional de encuentros etílicos y de alcoba de una de las presentes; una personera de la alta administración pública, que no duda en eliminar adversarios o aprovecharse de ellos; en fin, los dos sacerdotes concelebrantes, que tienen posiciones teológicas y pastorales antagónicas, aunque son amigos. Todo un muestrario de la burguesía caraqueña, muchos de ellos en el exilio o que se han adaptado al régimen por conveniencia y sin asomo de ningún ideal, compartiendo las juergas nocturnas, la droga y el sexo indiscriminado. La mayoría son antichavistas, pero con algunos representantes de los aprovechados del régimen.
Veamos más en detalle a los principales personajes:
José Antonio Graf, de origen alemán por parte de padre, inteligente, emprendedor, que cautiva a las mujeres, que se resiste a salir del país cuando llega el chavismo, pero que lo hace después de que secuestran a su hijo de diez años. Tiene éxito como emprendedor en Miami, pero la crisis del 2008 le obliga a regresar cuando su empresa se arruina.
Carol, de padre cubano, viva, sensual, conquistadora de hombres desde los 15 años, que vive en USA y que no sabe sino de parrandas, borracheras y camas, enamorada del catire José Antonio sin querer reconocerlo. Su relación sentimental con él es parte central de la novela, con seis meses de vida en común y separaciones de años dolorosas para los dos.
Daniela, rebelde desde joven, a la que le gusta hacer sufrir, a la que cada vez le importan menos los demás, ambiciosa sin escrúpulos, con un buen puesto en la administración pública como Fiscal del Ministerio Público, donde no impera la ley sino el abuso, porque las instituciones existen en Venezuela para ser utilizadas en los juegos de poder.
Victoria, honesta, buena gente, que heredó de su padre una fábrica de cementos, a la que quiere comprar a bajo precio el general Urdaneta, uno de los peores personajes que aparecen en la narración. Mirtha, su amiga abogada, la defiende.
Mirtha, excelente abogada, antigua compañera de Victoria y de Carolina en el colegio, defiende a Victoria en su problema de la cementera. De familia pobre de un barrio de Petare, estudió en un colegio de Fe y Alegría, donde recibió la formación ética que la lleva a enfrentarse con los abusadores del régimen. Es una mujer religiosa, que asiste a la misa con devoción y pone atención a la liturgia. Piensa que la predicación del cura conservador Santiago sobre el adulterio y el rechazo de la Iglesia a los divorciados y vueltos a casar no tiene sentido en el barrio.
José y Santiago, los dos sacerdotes que concelebran en la misa de bodas, amigos entre sí, pero de posturas teológicas y pastorales antagónicas. José, que se entusiasmó con la labor de un sacerdote belga en los campos de Barinas, que luego fue truncada y acabada por el gobierno. El sacerdote belga – el hermano Francisco – le hizo ver la auténtica manera de entregarse a los demás, de vivir para el prójimo. José, que vivía la teología de la liberación a plenitud, sintió que llegaba la liberación de los pobres cuando Chávez llegó al poder. Muy pronto se dio cuenta del engaño, sobre todo cuando destruyeron la obra del hermano Francisco, las cooperativas y la escuela que él fundó. La hacienda campesina que fundó Francisco dejó de producir, como tantas otras a lo largo y ancho del país.
Santiago – en palabras del autor – “era parte de una orden de curitas ultraconservadores, cuyo oficio es educar niñitos ricos y moverse entre los millonarios para decirles lo buenos que son y manejarles sus obras de caridad”. Santiago, sin embargo, congeniaba y se echaba broma con José sobre este tema y otros muchos de tipo religioso. Hablan, por ejemplo, de un cura que no se pela un bonche chavista, que asiste a todos los actos, que es la cara religiosa del régimen.
El general Simón Rafael Urdaneta Riverol, uno de los militares que habían reprimido el caracazo de 1989 y ahora se había hecho chavista cubierto de medallas, para hacer mucho dinero en contubernio con empresas petroleras del Estado fuera del país. Había sido amigo del padre de Victoria, pero luego tratará de sacarla a ella de la concretera por cuatro lochas. Expropió a un campesino de su fundo familiar cerca de la finca que había logrado fundar Francisco, y compró a los tribunales para que no hicieran nada. Un hijo del campesino desapareció misteriosamente.
Ramón, antiguo chofer de un coronel, que vive del sicariato aunque es de buen talante, y que pierde la vida por negarse a matar a Mirtha por encargo del marido de Daniela. El autor aprovecha esta figura para describir el tráfico de oro en Guayana a cargo de los militares.
Alberto Suárez, ingeniero de la USB, que es quien le prepara a Urdaneta los planes e informes sobre el desarrollo de las compañías petroleras venezolanas en El Salvador, hombre rico y bien parecido, que engorda sus arcas como asesor intelectual de la expansión venezolana en El Salvador.
Carolina, hermana mayor de la novia, compañera de colegio de Victoria y Mirtha, siempre deseada y siempre aprovechadora. Se enredó con Alberto, pero éste hizo enfriar la relación, que hacía peligrar su trabajo.
El autor toca temas muy controversiales con conocimiento y desparpajo. Por ejemplo el tema de la religión, que aparece de muchas formas. Una de ellas es la evangelización de las razas indígenas, a la que la Iglesia no sabe adaptarse. La conversación entre un misionero de los yanomamis en Roraima sobre la práctica del infanticidio con otro viejo misionero de convicciones tradicionales, es muy reveladora a este respecto. El autor elogia a los Misioneros de la Consolata, que llegaron en 1948 a la selva amazónica con el lema de su fundador: “hacer bien sin hacer ruido”. La fe – dice el autor – sólo puede sentirse con los instrumentos y condicionamientos culturales que uno tiene por dentro, por lo que de nada sirve la enseñanza o la imposición de reglas que no se entienden. El ejemplo o la práctica de la bondad y de las demás virtudes cristianas son las verdaderas herramientas para despertar o fortalecer la fe en los demás.
En contraste con lo anterior, el autor se vale del personaje llamado José Antonio para criticar la iconografía religiosa, cruda y sangrienta, a quien no le gusta “que la religión apele a imágenes dantescas para inspirar sentimientos de conmiseración y agradecimiento como fundamentos de la fe”. Así se explica que haya escogido tal portada para la novela. Este mismo personaje va explicando que su fe de niño que no pregunta, va evolucionando en la adolescencia hasta convertir su antigua fe en un agnosticismo light.
El secuestro del niño de diez años Fernando, el hijo de José Antonio, que motivará la ida de ambos a Miami, da pie al autor para hablar de la industria del secuestro: “Así de podrida estaba Caracas, una ciudad en la que se había desarrollado una industria en la tramitación de secuestros y otra de especialistas en la sanación de secuestrados”. Una vez en Miami, el autor describe con ironía la vida de esos magnates venezolanos en el exilio, donde todo es ostentación y vaciedad de vida.
El lenguaje de la novela es el común en muchos autores actuales, que utilizan toda clase de temas y expresiones chabacanas, sobre todo referidas al sexo, como se ve en los párrafos dedicados a explicar la teoría soez del polvo.
La visión del país que presenta Acedo espanta por su realismo veraz. Venezuela está destruida por el chavismo y a este gobierno no le queda sino la represión que va en aumento. Sombrío porvenir que se va confirmando ocho meses después de publicada la novela. Como dijo Ana María Hernández, en El Universal, “posiblemente, algún día, la era poschavista y todo rastro de régimen actual quede desterrado del contexto venezolano, y estas novelas –en especial «La misa» – queden como espejos de la realidad que muchas personas ignoran, niegan, tapan con un dedo, o, peor, justifican.”
Enero 2015