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Caracas, Editorial Alfa, 2013, 303 p.

 

Estudio de la idiosincrasia venezolana, que ha impedido que esta sociedad se desarrolle como país moderno. El autor estudia diversas teorías, como la de Mc Clelland, y repasa varios estudios dedicados al tema: Manuel Barroso, Oswaldo Romero, Moisés Naím, Colombia Salom de Bustamante y otros. De los tres motores que impulsan tanto al individuo como a la sociedad (motivación al logro, afiliación y búsqueda del poder) son los dos últimos los que mueven a la mayoría de los venezolanos; en cambio la motivación al logro, muy importante para desarrollar una mentalidad productiva, está ausente. Otro factor es la externalidad o locus externo, es decir, atribuir a otros siempre la causa de los propios fracasos (la mala suerte, el gobierno, el imperio), pero no acomplejarse por eso, sino creer que las cosas cambiarán como por arte de magia. Desde los tiempos coloniales el venezolano ha necesitado un caudillo, alguien que lo dirija todo y diga lo que hay que hacer y dé de comer a todos. Por eso han proliferado los caudillos y hombres fuertes, militares casi siempre, gente carismática. Mientras no cambien esas actitudes de fondo, la sociedad venezolana no saldrá de abajo. El país no es rico, porque la riqueza está en la gente y no en los recursos naturales. La riqueza del país es otro mito que ha hecho mucho daño. Pérez Alfonso llamó al petróleo “el excremento del diablo” y en verdad que ha traído una riqueza rápidamente evaporada y unas expectativas de pedigüeños que han hecho mucho daño.

Un buen resumen de todos estos problemas nos ofrece el autor al comienzo del capítulo 8°:

“Venezuela está atascada desde hace muchos años en una espiral de mal gobierno, crisis económicas, servicios públicos deficientes – o, en muchos casos, ausentes – y violación de las leyes más elementales. La sociedad sólo podrá salir del estado en que se encuentra a través de un cambio muy grande e importante – o, mejor dicho, de una serie de cambios muy grandes e importantes – dirigido, como su objetivo más básico, a canalizar y modificar la variable independiente. El sistema colectivo de valores ha demostrado que no puede llenar las aspiraciones de los ciudadanos hacia una existencia más productiva y eficiente. La caída de nuestra calidad de vida comenzó hace mucho tiempo y en algún momento, más temprano que tarde, mostrará su expresión más fea y se convertirá en caos, anarquía y violencia. Por si nadie se ha dado cuenta, la forma según la cual se hacen las cosas en este país – cómo nos organizamos, cómo actuamos en la calle, cómo elegimos a nuestros gerentes, socios y gobernantes, cómo y por qué vamos a trabajar, qué interpretación le damos a las leyes y a las normas de convivencia, qué premiamos y qué castigamos – representa un obstáculo formidable al desarrollo y a la prosperidad. El cambio, obviamente, no será sencillo ni rápido. Pero habrá que intentarlo.”

Propone al final del libro una serie de pasos necesarios para que el cambio se dé: sentido de urgencia (algo que ya existe en la conciencia colectiva); crear una visión; comunicar la visión y formar alianzas para impulsarla; delegar el proceso y eliminar los obstáculos; asegurar el logro de éxitos tempranos; consolidar las mejoras y producir más cambios; institucionalizar el nuevo esquema. Alberto Rial no se llama a engaño, sabe que el cambio de fondo es muy difícil, porque es ir cambiando una cultura arraigada desde siglos atrás en el consciente y el inconsciente venezolano:

“¿Un sueño? Sí, y cada vez más lejano. En contraste con la visión de un país moderno y próspero, los gobernantes se han adueñado del país y no tienen muchas intenciones de soltar su presa. La mitad de la población, por decir lo menos, está de acuerdo con que haya un cogollo perverso que decide, manda, se rige por sus propias leyes y se apropia de lo que quiere. De la otra mitad, debe haber una parte importante que no está de acuerdo con las cosas que pasan pero las tolera y se resigna. La transición a una dirigencia democrática puede ser muy difícil, y la violencia es un peligro cierto, pero la única salida distinta a convertirnos en Zimbabue es un cambio de fondo, que intervenga el disco duro y el software de la gran mayoría de la población. La visión de un país habitado por ciudadanos con derechos y con un gobierno capaz sólo se convertirá en realidad si los casi 30 millones de personas que vivimos en Venezuela la creemos, la compartimos y comenzamos a trabajar por ella. El cambio no es ni será la obra y la responsabilidad de una sola persona ni de un solo sector. El país necesita diez, cien, diez mil polos de logro y de cambio para construir la masa crítica, la corriente que terminará por arrastrar o convencer a los indolentes y a los ayatolas del statu quo.”

Abril 2015

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