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Buenos Aires, Editorial Planeta, 8ª ed. 2014 (1ª en 2001), 536 p.

“Las ficciones narrativas que componen este volumen abarcan cuarenta y tres años de trabajo literario de uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo, Juan José Saer.” Los cuentos están agrupados por épocas, comenzando por las más recientes. Los escritos cercanos al año 2000 están agrupados bajo el subtítulo “Lugar” y constituyen narraciones en las que la descripción de lugares y estados de ánimo, originales y ficticios, tienen preponderancia sobre las historias. Saer se entretiene con delectación, por ejemplo, en los pequeños detalles de las volutas de humo de los cigarrillos que todos los personajes sin excepción fuman sin parar. No es de extrañar por tanto que él mismo haya muerto de cáncer de pulmón a los 68 años, porque se ve que el cigarrillo ocupó en su vida un lugar tal vez más importante que el mismo amor. Los rayos de sol que tiñen de colores sublimes un atardecer, el viento y las tormentas de verano que electrifican la atmósfera y las relaciones humanas, la frecuente lluvia que moja almas y cuerpos son también cuasipersonajes de estos relatos memorables, que sumergen al lector en un mundo semionírico del que no es fácil escapar.

Otro grupo de narraciones, de título “Palo y hueso”, escritas cuando el autor tenía apenas veintipocos años asombran por su conocimiento de la persona humana, tanto del hombre como de la mujer. Las tensiones tan fuertes que pinta, la manera de resolverlas, parecerían corresponder a una persona con mucha experiencia de la vida. El mundo de la prostitución, de las fiestas nocturnas con borrachera forma el trasfondo de muchas de estos escritos de juventud. Saer los escribió cuando aún no conocía Francia, que fue su lugar vital durante la mitad de su vida, donde se casó y tuvo una hija. Los temas de sus novelas siempre son sureños, a pesar de ser él de familia siria, pero se ve que su mundo fue siempre Argentina.

En algunas narraciones – menos mal que no son muchas – se aprecia la influencia francesa del hiperrealismo moroso de finales de los 60 y 70. No era la narración lo importante, sino la descripción detallista hasta la minuciosidad más increíble.

Su visión de la vida – que aparece clara a través de sus personajes – es fuertemente pesimista. La felicidad es un mito, Dios no existe, las cosas son como son y no hay por qué cambiarlas… una visión que está en contradicción con la euforia estudiantil del mayo francés que él conoció de primera mano en 1968. Los personajes de sus cuentos son por lo general gente mala, egoísta, que se enlazan con los demás para hacerles daño o dejarles abandonados. Es llamativo que este autor pudiera tener de joven una visión tan dura de la existencia.

No sé si este juicio se mantendrá cuando lea sus dos novelas más famosas: “Glosa” y “El entenado”.

Mayo 2015

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