En Reseñas de libros
Califica esta reseña
Gracias

New York, Vintage Books, 1995, 278 p.

 

El autor, descendiente de una familia de emigrantes rusos judíos, nació en el Bronx neoyorquino en 1930. Fue un médico reconocido en el tratamiento del cáncer, y él mismo murió de cáncer de próstata a los 83 años, pero en esta reconocida obra presenta las formas más frecuentes de morir, además del cáncer, y cómo la enfrentan el enfermo y la familia. Las causas más frecuentes de muerte en los Estados Unidos son: enfermedades del corazón, cáncer, Alzheimer, sida, accidentes, asesinato y suicidio. Cada una de ellas es presentada desde el punto de vista médico, con tal detalle de los procesos, de los órganos, de los tejidos, de las células y los virus, de las consecuencias para todo el organismo, que a un lector común como yo le parece estar asistiendo a una clase superior de anatomía y patología. Presenta también acontecimientos y sucesos de esas muertes que muchas veces espantan o encogen el alma. Por ejemplo el asesinato de una niña de 9 años en plena calle, delante de su mamá y hermanita, o el proceso de Alzheimer progresivo de un hombre que había vivido 50 años de matrimonio con su esposa y se habían querido extraordinariamente, y cómo el proceso degenerativo le lleva a él a desconocerla y agredirla. El autor mismo tuvo que asistir a Harvey, su hermano querido, enfermo de cáncer terminal, y relata el proceso con todo el dolor del acompañamiento a él y a su propia familia.

Trabaja también temas relacionados como la esperanza de curarse, que todos los enfermos terminales tratan de mantener hasta el final de sus vidas, esperando que ocurra un milagro de la medicina; el autor se inclina por animar al paciente a reconciliarse con la muerte, cosa que ocurre pocas veces, salvo en contextos religiosos o en personalidades especiales. La mayor dignidad de la muerte es la dignidad de la vida que se ha llevado, afirma categóricamente. La esperanza reside en el significado de lo que han sido nuestras vidas.

El último capítulo está dedicado a cómo se ha sentido él como doctor, qué lo ha impulsado a resolver el gran acertijo que significa la enfermedad, que no es igual en unos que en otros. La pasión por la medicina, que tiene tanto o más de acertijo intelectual que de amorosa entrega al que sufre. Confiesa que no escuchó suficientemente a una paciente de 92 años que no quería ser operada, sino que prefería morir en paz. La atención médica tiene que ser conjugada con la ética del respeto a una muerte digna. Las unidades de cuidados intensivos simbolizan muy bien la negativa de esta sociedad a aceptar la naturalidad e incluso la necesidad de una muerte digna. “Para muchos de los pacientes terminales, los cuidados intensivos, con el aislamiento entre extraños, acaban con su esperanza de no ser abandonados en sus últimas horas. De hecho, ellos son abandonados, pero eso sí, con las mejores intenciones de un personal altamente profesional que apenas los conoce”.

“En épocas pasadas la hora de la muerte se veía como el momento de la santidad espiritual, y de la última comunión con los que se dejaban atrás. Los moribundos esperaban que eso fuera así y no se les negaba fácilmente. Era su consuelo y el consuelo de sus seres queridos para la partida y especialmente el cese de las miserias que les habían muy probablemente precedido. Para muchos esta última comunión era el foco no sólo del sentido de que se les había otorgado una buena muerte, sino de la esperanza que tenían en la existencia de Dios y de la vida en el más allá”.

Un escrito sincero, que critica indirectamente el afán de la ciencia moderna, especialmente de la medicina de controlarlo todo y rinde tributo al límite natural de la condición humana. Las reflexiones que presenta sobre su propia muerte muestran a un hombre que supo vivir con gran sentido su profesión de médico y que supo que algún día tendría que pasar por los trances que él mismo ayudó tantas veces a superar.

Septiembre 2015

Publicaciones recientes

Deja un comentario