Barcelona, Roca Editorial de Libros, 2011, 367 p.
Estamos en el siglo XIII. Berenguela, hija de Alfonso VIII de Castilla y abuela del pequeño Alfonso, que luego será Alfonso X, es repelente: fría como un témpano, rígida, un animal disecado. Sólo vive para que el pequeño se convierta en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Ella fue la que buscó a Beatriz de Suabia para mujer de su hijo el rey Fernando III. Berenguela vive en su propio mundo de murciélagos y plagas de saltamontes, indiferente a todo lo que no sea su pequeño mundo enfebrecido. Fuma opio y eso la libera de todo lo malo que ella ofrece a los demás y los demás le brindan. No ama a nadie porque tiene miedo del amor.
Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, tiene con ella una relación seca, pero participa de su afán de grandeza. Viaja a Bergen en Noruega para informar sobre la hija del monarca Haakon, Kristina, quien podría ser con el tiempo la esposa de Alfonso. Regresa de incógnito, roba joyas que había escondido en el monasterio de las Huelgas la madre de Berenguela e inventa cartas que el infante Alfonso lee a su abuela para mantenerla en vida. Pero Alfonso se casa en cambio con Violante de Aragón, una mujer repelente por su carácter y por tener el cuerpo lleno de lunares con cerdas. Con ella llega a tener tres hijos. Cuando Kristina llega a España en plan matrimonial se encuentra con su rival y cede ante ella; se casa finalmente con Felipe, hijo de Alfonso, que no le hace caso. Kristina, la abandonada, que posee unos escarpines que todas las mujeres desean, porque son símbolo de un poder soberano.
La autora retrata a estos personajes sin ningún protocolo, mostrando sus grandes fallos, sus excentricidades, sus debilidades corporales de todo tipo hasta hacerlos a veces repugnantes. Debe tener fundamento histórico la trama, pero en conjunto resulta bastante artificial, adobada con aditamentos medio simbólicos, medio extraños, como la permanente plaga de langostas, que se meten por todas partes y que nadie es capaz de eliminar. O como la permanente ensoñación de Berenguela, que se pasa los días asomada a la ventana esperando la llegada de la princesa noruega. Por ninguna parte se ve que Alfonso sea sabio, sino más bien una mezcla de ensoñador y de estrafalario, arrogante y bipolar, obsesionado con que el Papa lo corone como emperador. Una figura, pues, distorsionada. ¿A propósito?
Octubre 2015