Bogotá, Aguilar – Altea – Taurus – Alfaguara 2009, 291 p.
“Tomás Eloy Martínez vivió en el exilio y escribió este relato conmovedor e inolvidable en busca de la memoria que no pudo tener.
Con maestría avanza sobre la débil línea entre verdad e ilusión, y expande la misma más allá de los límites del género.
Un lenguaje austero al servicio de una historia tan extraña como intensamente real da por resultado la mejor obra de un autor señalado como clásico por la crítica internacional.
En el invierno de 1976 Simón Cardoso es detenido por los militares que impusieron una dictadura sangrienta en la Argentina, y nunca más aparece.
Treinta años más tarde, su mujer, Emilia Dupuy, se paraliza al oír su voz en una fonda de suburbio en New Jersey. El mundo, que se había desmoronado con la tragedia, recobra su luz. Excepto por un detalle: Simón sigue fijo en la juventud. El tiempo no ha transcurrido para él.
A partir de ese enigma, Purgatorio enlaza la ansiedad del amor perdido y recuperado con una reconstrucción magistral de la irrealidad siniestra creada por el régimen.
Sobre los mapas que trazaba esta pareja de cartógrafos se dibuja el de un horror invisible: no se muestran los campos de concentración sino la locura que los hizo posibles, en la que caben autopistas faraónicas, un mundial de fútbol y el patriotismo inflamado por una guerra insensata.
La degradación moral va apoderándose de una sociedad que acepta como verdad única cada nueva invención del poder.” (Resumen en Internet)
El autor mismo explica, en ese género intermedio entre la realidad y la ficción, el sueño y la realidad, cómo surgió la novela:
“¿Qué voy a decirle a Emilia cuando la vea? Que los seres humanos somos responsables de todo menos de nuestros sueños. Hace ya muchos años, antes de conocerla, soñé con ella y transformé ese sueño en las primeras líneas de un relato que he llevado conmigo de un país a otro, creyendo que en algún momento el sueño se repetiría y yo encontraría el impulso para terminarlo. Soñé que entraba en una fonda de mala muerte donde una mujer mayor, sentada al extremo de una larga mesa, clavaba la mirada en uno de los comensales. En ese instante supe, con la claridad plena con que se saben esas cosas en los sueños, que la mujer era viuda y el hombre su marido muerto hacía treinta años. Supe también que el marido era la misma persona del pasado, con la voz y los años que tenía al morir.
Al despertar me entusiasmé imaginando la felicidad que aquella mujer mayor podía sentir al recibir amor y sexo de un hombre mucho más joven. Me daba igual que fuera su marido o que no lo fuera. Me parecía un acto de justicia literaria, porque en la mayoría de los relatos se invierte la ecuación. Empecé a escribir sin saber dónde me llevaría la búsqueda. No tenía idea de qué hacía el marido en aquella fonda ni por qué su edad estaba suspendida de la nada. Esos treinta años de separación – pensé – repiten de algún modo el vacío de los treinta años que pasé fuera de mi país y al que esperé encontrar, cuando volviera, tal como lo había dejado. Sé que se trata de una ilusión, ingenua como todas las ilusiones, y tal vez fue eso lo que me atrajo, porque los años perdidos nunca dejaron de atormentarme y si los cuento, si imagino la vida de cada día que no viví, quizá – me dije – pueda exorcizarlos”. (pp. 239-240)
Relato magnífico que cabalga entre la realidad y el deseo irreal, el pasado vergonzoso de la dictadura criminal y un presente distinto de lo que siempre esperó en los años del exilio.
Octubre 2015