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Barcelona, Editorial Planeta, 2007, 233 p.

 

El mundo es el barrio, y es el mundo de fuera y es el mundo del interior del personaje principal, que no es otro que el propio autor. Porque se trata de una autobiografía novelada, en la que se pasa de la realidad a la ficción con tal facilidad que no se sabe cuál de ellas sea la verdadera. ¿O acaso importa?

Cualquier hecho cotidiano se convierte en fantástico. Juan José es un niño y luego un adolescente con una imaginación poderosa que mantendrá a lo largo de su existencia. Pero lo que imagina le lleva a mundos a veces raros y difíciles, que él dulcifica a veces por medio de la droga. Su mejor amigo es el Vitaminas, que morirá pronto debido a una enfermedad congénita. El padre de Vitaminas es un tendero a quien ambos pequeños creen miembro de la Interpol, y a quien la tienda le serviría de tapadera. Con ese motivo anotan todo lo que hace la gente en la calle y ellos creen así ser muy importantes. El sótano desde observan la calle, el “ojo de Dios” – un tubo con un espejito al fondo –, el barrio de los muertos, en el que todos fingen vivir, son creaciones originales del niño Juanjo.

El autor describe cómo él, pésimo estudiante, termina por hacerse escritor. Y realmente ha publicado un montón de novelas y relatos periodísticos, como su entrevista con Mújica, el presidente de Uruguay. Su experiencia de la religión en el colegio Claret es semejante a la que inculcaba en algunos colegios religiosos de la España de entonces:

“Y si el adulto soñaba con que se le aparecieran novelas, el niño soñaba con que se le apareciera Dios, lo que en principio no era tan difícil. Vivíamos en un mundo en el que Dios existía hora a hora, minuto a minuto. Rezábamos al comenzar las clases, al terminarlas; nos santiguábamos al atravesar la calle; besábamos las manos de los sacerdotes; orábamos al acostarnos, al levantarnos; al sentarnos a la mesa; al levantarnos de ella… Cada acto de nuestra vida era un sacrificio hecho a Dios, bien fuera para complacerle, bien para provocar su ira.

El infierno quedaba a la vuelta de la esquina, se podía ir dando un paseo, a veces bastaba tropezar en una piedra para caer en él. Si esa noche te habías masturbado y morías, ibas al infierno. Si habías chupado un caramelo antes de comulgar y morías, ibas al infierno. Si te atacaba en medio de la clase de Lengua un pensamiento impuro y morías, ibas al infierno… Era más fácil terminar en el infierno que en la prisión, pese al premonitorio “acabarás en la cárcel” de las madres de la época. Afortunadamente la confesión ponía el contador a cero”. (p. 109)

“Y bien, Dios estaba ahí todo el tiempo para lo bueno y para lo malo, generalmente para lo malo, porque se trataba de un Dios colérico, violento, castigador, fanático. Dios era un fanático de sí porque vivía entregado a su causa de un modo desmedido, como si en lo más íntimo desconfiara de la legitimidad de sus planes o de sus posibilidades de éxito. Podríamos decir que era un nacionalista de sí mismo. Tenía otras caras, pero ésta dominaba sobre las demás. Lo raro para un pensamiento ingenuo como el nuestro era que lograba estar sin estar, pues se manifestaba a través de su ausencia, que lo llenaba todo. Por eso soñábamos que se nos apareciera, con que hiciera evidente, palpable. Soñábamos con un milagro.” (p. 111)

Interesante es la admiración/amor infantil de Juanjo por María José, que va a perdurar a lo largo de la vida en encuentros periódicos que los acercan dentro de sus grandes diferencias. Y la relación de amor/admiración de Juanjo por su madre. Un libro que se lee a gusto, que sorprende por la originalidad de los enfoques psicológicos y las expresiones literarias.

 

Noviembre 2015

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