Caracas, Editorial Planeta, 2015, 277 p.
Muy valiente es y ha sido Leonardo Padrón en publicar en Siete Días de El Nacional y ahora en forma de libro estas crónicas del acontecer diario de Venezuela, que estremecen por su realismo y por el trasfondo que reflejan. ¿Qué trasfondo? El de una patria deshecha en mil pedazos, sometida a la barbarie de los que gobiernan, un conjunto de delincuentes de alto coturno que se han apoderado del país. Chávez y sus adláteres y ahora Maduro y sus cortejantes han hecho del robo, de la impunidad y de la represión la razón de ser de sus vidas como gobernantes.
La imagen de la portada del libro expresa bien su contenido: estamos en túnel, la salida no se ve, no hay carros ni personas en su interior, tal vez porque se han ido. Millón y medio de personas han huido de este caos, con el gran dolor de dejar sus raíces, su vida, sus nostalgias y recuerdos arrumbados para siempre. Venezuela fue un país atractivo, cientos de miles de inmigrantes se instalaron aquí, incluso en tiempo de otras dictaduras como la de Pérez Jiménez, también militar. Pero ahora huye el que puede, escapándose de la terrible violencia que asesina a 25.000 personas cada año con casi total impunidad (sólo si la víctima tiene que ver con personeros de gobierno es perseguido y muerto el asesino). Las más de 7.000 haciendas expropiadas por el “comandante eterno”, han tenido como consecuencia que haya bajado drásticamente la producción agrícola y ahora hay que importar casi todo lo que se come. Pero como no hay dinero, debido a la corrupción y a la proliferación de puestos de trabajo inventados por el gobierno para atar corto a la población… pues así estamos, con mucha gente que pasa hambre y con carencia de medicinas. Tres médicos están hoy en huelga de hambre, porque se les han muerto pacientes por falta de medicinas, que el gobierno impide que entren a través de Cáritas internacional. El gobierno contra el pueblo.
Padrón denuncia la criminalidad de los colectivos al servicio del régimen y las torturas que las policías infligen a los manifestantes. Lo dice con pelos y señales, no calla nada en ese estilo suyo electrizante que obliga a mirar para otro lado. “El régimen ha hecho del miedo el mejor plan de gobierno”, dice Padrón, y es cierto. Las noches sólo están habitadas por la soledad, pero la luz del día no da seguridad: al contrario, los asaltos a comercios, a buses de transporte colectivo, a carros en las autopistas… son el pan nuestro de cada día. Es una guerra no declarada, pero efectiva.
Padrón también se muestra en este escrito como un caraqueño de los de antes: parrandero, alegre, ruidoso, con muchos amigos. Todo eso quedó en entredicho, está prohibido ahora. Sólo resta esperar tiempos mejores, que no vendrán sin gran sacrificio de todos.
Padrón explota en un grito de esperanza al visitar la Escuela Jenaro Aguirre de Fe y Alegría, fundada por “el arresto de una monja llamada María Luisa Casar. Una marciana, una visionaria, una loca maravillosa, coinciden todos. Una mujer nacida en la provincia de Cantabria, en España, que comenzó la mayor obra de su vida en Petare, a los 60 años de edad: alfabetizar a los hijos de la miseria… Hay ejemplos que nos impiden claudicar. Tal vez el éxodo mayor debe ser hacia la esperanza”.
Mayo 2016