Caracas, Editorial Santillana, 2011, 401
Es muy notable que esta novela haya sido escrita por un hombre y no por una mujer. La capacidad de análisis de los estados interiores de los protagonistas y luego la excelsa expresión literaria de los mismos parecerían corresponder más bien a una mujer candidata al premio Nobel. La trama es sencilla: el asesinato imprevisto e inmerecido de un hombre joven, Miguel Desvern, empresario con buenos recursos, por un cuidador loco de un estacionamiento. A partir de ahí cambia radicalmente la vida de Luisa, su esposa, con la que se llevaba muy bien, y de los dos hijos del matrimonio, una niña de 8 y un niño de 4. Y también la de una amiga a distancia que se convierte en la narradora de la novela, María Dolz, y la del gran amigo del asesinado, Javier Díaz-Varela.
Ausencia imprevista y definitiva, dolor y encerramiento en sí misma es lo que sufre Luisa Alday, la joven viuda. Javier se hace cargo de ella y de los niños y María traba amistad con ella, la visita en su casa, sintoniza con su dolor. Javier piensa en el futuro de Luisa, a la que ve como futura esposa, y María en Javier, del que se enamora. Amores iniciales y cruzados, con los que juega el autor.
Pero de repente la novela da un giro imprevisto y se convierte en policíaca. Pero no con la trepidación y las prisas de las típicas novelas policíacas, sino con la sorpresa de la escucha inesperada, con las consecuencias que se van armando en la relación entre los personajes, consecuencias que llevan la acción por rumbos inesperados. El asesino de Miguel, el autor intelectual, es nada menos que Javier, como lo descubre María sin esperarlo. Ahí entra en crisis su relación con él, crisis de atracción, temor e incertidumbre.
Marías distingue entre amor y enamoramiento (p. 308), porque éste convierte en débil a la persona que se enamora, le impide ser objetiva, la desarma, la hace vulnerable. Y esa es la manera como justifica Javier Díaz-Varela haber asesinado a su mejor amigo, a Miguel, porque éste le impedía vivir toda la vida con Luisa, de la que estaba enamorado desde siempre. Pero Marías muestra habilidad al sorprender de nuevo al lector. La razón última del asesinato no es para apoderarse de Luisa, sino para complacer a Miguel, a quien le han declarado una enfermedad rápida e incurable. Él no quiere morir sufriendo y la pide a su mejor amigo que lo haga morir de una muerte rápida e inesperada. Un homicidio piadoso, no un asesinato, como dice Ruibérriz de Torres, en el que se apoyó Javier para tramar el homicidio.
El autor, al final, sabe inducir la duda en María la narradora y por tanto también en el lector: ¿era verdad la enfermedad de Miguel o un pretexto para aparentar piedad por su muerte? Pero ella es noble y deja que la vida corra por los senderos previstos entre Luisa y Javier.
Gran capacidad la de Javier Marías en retomar una y otra vez las cavilaciones, los pensamientos que van y vuelven, las posibilidades de que las cosas sucedan de otra manera, las dificultades de conocer de veras lo que es verdad y lo que es mentira en uno mismo y en los demás. Novela psicológica, profundamente humana.
Junio 2016