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Bilbao, Ediciones Mensajero, 2016, 375 p.

Por su título, algunos podrían calificar este escrito de Pedro Miguel Lamet como atrevido y falto de respeto. No lo es de ninguna manera. Todo lo contrario, acerca al lector a una relación maravillosa entre una antigua prostituta y Jesucristo, que la sacó de esa vida. Magdalena describe a Jesús lo que siente por él en esta serie de cartas que nunca le entregó, y lo hace con finura y respeto, desde una sensibilidad femenina muy acertada en sus expresiones y desde un reconocimiento del misterio de Jesús, que no impide una cercanía grande, una admiración creciente, un amor sublime. Y tiene una habilidad grandísima para ir enlazando los episodios evangélicos como sacados de la vida real, no como escritos estancados en el tiempo. Van surgiendo pasajes de las Escrituras como algo natural, como respuesta o propuesta a las situaciones de cada día.

Muchos personajes van apareciendo, algunos inventados, otros del entorno de Jesús, y son presentados con sus defectos y virtudes, como hombres y mujeres comunes y corrientes, que dudan, que sufren, que se asombran, que se aburren, que suspiran, que aman y que desprecian. La protagonista, por supuesto, es María de Magdala, que va evolucionando en su amor por Jesús, hasta convertirlo en un amor puro, sublime, celestial. Muy bonito lo que ella dice que ha significado Jesús en su vida: “Sí, te llamé maestro, pues siempre había sido tu discípula fiel y preferida. O podría haberte llamado camino, o verdad, o vida mía, novio, esposo del alma, tesoro escondido, pan y vino, agua que salta a la vida eterna, buen pastor, rey, puerta del rebaño, vid verdadera, padre del pródigo, buen samaritano, niño de María, pescador de hombres, dueño de tempestades, médico del cuerpo y del espíritu, grano de trigo, Mesías, Salvador, gloria viva del Padre o simplemente, como más te gusta y a mí me gusta: ‘hijo del hombre’”.

Brota la poesía por doquier en estas cartas: Jesús muerto en los brazos de María “como una flor de luz y sangre”. “Querido Jesús: adoro estos momentos atravesados de tonos rojizos y sombríos, cuando la tarde se despereza como los brazos anchos de una campesina para reclinarse pronto en forma de noche y todo parece buscar quietud y despedida”. “Los viejos olivos, que semejan retorcidos muñones humanos, revisten en sus hojas vibrátiles susurros plateados que invitan al silencio”.

Pedro Miguel Lamet expresa en el apéndice lo que pretende con esta novela: “La más ambiciosa intención de este libro es presentar una lectura evangélica desde los ojos de una mujer enamorada y, sobre todo, trazar el itinerario espiritual de un despertar de la marginación y el sinsentido gracias al encuentro con Dios”. Y vaya si lo ha logrado. Casi se podría decir que es una lectura moderna de los evangelios y admira la capacidad de un jesuita veterano para adentrarse en el alma de una mujer enamorada.

Es también muy interesante lo que el autor dice sobre la imagen de la portada, debida a la pintora Artemisia Gentileschi, la mejor pintora que se conoce (siglo XVII), que sufrió en carne propia los abusos que Lamet aplica a la Magdalena.

Septiembre 2016

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Comentarios
  • Margot Hourcade Leguísamo
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    COINICDO CON TU COMENTARIO.
    ME ENCANTÓ LA FRESCURA Y POESÍA DEL LIBRO.
    LA DESCRIPCIÓN DEL PAISAJE, Y COMO DESCUBRE CON DETALLES QUE ATRAEN LA FEMINEIDAD DE CADA PERSONA.
    UN LIBRO PROFUNDAMENTE INTUITIVO Y HUMANO, DONDE LO HUMANO DESCUBRE QUE AMAR AL DIOS DE JESÚS JAMÁS TERMINA DE APRENDERSE, SINO HASTA APRENDER A AMAR EN LA HUMANDAD LOS DESTELLOS DE DIOS EN CADA UNO.
    ME ENCANTÓ EL CAMINO DE MAGDALENA PARA AMAR AL MAESTRO CON EL AMOR MAS PURO, SENCILLO Y DE DIOS.

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