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Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2004, 572 p.

El libro recorre las relaciones entre estos dos grandes hombres, Churchill y De Gaulle, que tanto contribuyeron a la victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial. Son relaciones de amor y de odio, variables, muy cercanas y afectivas al comienzo, muy distantes y antagónicas mediada la guerra y después de ella.

En los encuentros en 1940 De Gaulle volvía muy impresionado por la fértil imaginación, el sentido de la historia y la energía desbordante de su anfitrión (…) En cuanto a Churchill también estaba impresionado por el alcance de los puntos de vista, la imperturbabilidad y la vasta cultura de este singular general. (p. 135)

Pero había una imagen controversial sobre De Gaulle dentro de los mismos franceses partidarios de Francia Libre y opuestos a Vichy y Pétain: “Por supuesto que es honesto, pero de un fanatismo que confina al desequilibrio. No tiene nada de un administrador o de un diplomático y como político parece inclinado al fascismo”. (p. 186)

Se van deteriorando las relaciones por contrastes de carácter y de visión de Europa y su papel en ella de Francia e Inglaterra. “Es verdad que De Galle había acusado varias veces a Churchill de haber traicionado a la Francia Libre, de intentar utilizarla para sus propios fines y de estar a remolque del presidente Roosevelt. Pero, entre dos ataques de rabia, seguía mostrando un gran respeto y una admiración sin límites por el Primer Ministro. El respeto y la admiración eran recíprocos, y las quejas también. Durante la primavera de 1942, Churchill siguió reprochándole al general que “hubiese faltado a su palabra” en el episodio de Saint-Pierre y Miquelon, que dirigiera la Francia Libre con “métodos autocráticos”, que promoviera sus intereses personales en detrimento del efecto de guerra aliado, que pusiera en peligro la alianza anglo-norteamericana y que tuviera “palabras anglófobas”. (pp. 212-3)

El 28 de febrero de 1943 Oliver Harvey anotó en su diario: “El viejo está de nuevo enojado con de Gaulle. Quiere impedirle, si es necesario por la fuerza, que se vaya del país hacia Siria y África. Dice que es ‘nuestro enemigo’. (…) En 1940, siempre estaba haciendo algo más por de Gaulle. Ahora que creció y que se volvió independiente, está furioso y quiere romper con él. El primer Ministro se porta como un padre irrazonable ante un hijo descarriado”. (p.305) Y en ese sentido “Churchill declaró que ‘cuidó a de Gaulle como cuando se cría a un cachorro’, pero que éste ahora ‘mordía la mano que le daba de comer’. También se quejó del orgullo desmesurado del general de Gaulle”. (p. 319)

Sigue diciendo Churchill: “Estoy convencido de que tenemos que hacer que todo esto se detenga. De Gaulle dejó pasar por completo su oportunidad en África del Norte. En lo que a mí respecta, sólo le interesa su propia carrera, que está basada en la vana pretensión de erigirse en juez de la conducta de cada francés después de la derrota militar.” (p. 321)

El día de la entrada triunfal en el París liberado, vuelve la reconciliación entre los dos, pero luego vuelven a agriarse las relaciones. De Gaulle consideraba que ni los Estados Unidos ni Inglaterra le daban a Francia el puesto que se merecía y en ello estaba también latente la soberbia de sentirse el francés más admirado. Roosevelt no miraba con buenos ojos a ese francés engreído y siempre trató de excluirlo de las conversaciones tripartitas entre Rusia, EE.UU. e Inglaterra sobre el futuro de Europa, pero De Gaulle perseveró en su empeño y logró su objetivo de que tomaran a Francia como una de las vencedoras contra Alemania.

A la muerte de Roosevelt asume Truman la presidencia de USA y Churchill le escribe sobre De Gaulle: “Me parece cierto que la publicación de su mensaje podría haber causado la caída de De Gaulle. Sin embargo, como lo conocí durante cinco largos años, estoy convencido que es el peor enemigo que Francia puede tener en medio de sus desgracias. Considero que constituye uno de los peligros que amenazan la paz europea. Gran Bretaña necesita más que cualquiera la amistad de Francia, pero estoy seguro de que a largo plazo no será posible ningún acuerdo con De Gaulle”. (p. 491)

El 25 de julio de 1945 los electores británicos le dieron una aplastante victoria el partido laborista en contra de Churchill. Su amigo-enemigo De Gaulle lo defiende en sus memorias: “Para los espíritus a los que transporta la ilusión de los sentimientos, esta desgracia que la nación británica le inflige al gran hombre que la había llevado a la salvación y a la victoria podría parecer sorprendente. Sin embargo, en esto no hay implicancias humanas. Pues en cuanto cesa la guerra, la opinión y la política desnudan la psicología de la unión, del arrebato, del sacrificio, para escuchar a los intereses, los prejuicios, los antagonismos. Winston Churchill no perdió su aureola ni su popularidad, sino más bien la adhesión general que había obtenido como guía y como símbolo de la patria en peligro. Su naturaleza, identificada con un gran proyecto, su figura, esculpida por los fríos y los fuegos de los grandes acontecimientos, eran inadecuadas para los tiempos de la mediocridad”. (p. 496)

El último capítulo está dedicado a la carrera política de ambos estadistas después de finalizada la guerra, que se desarrolla de manera diferente a como lo habían imaginado. Tal vez sea Churchill el que mejor salió parado en la opinión pública de su país, frente a un De Gaulle que fue perdiendo la esperanza de que Francia se convirtiera en la potencia que había sido, al tener que ingresar en la Comunidad Europea como un país en donde las decisiones no se tomaban sino de acuerdo con los otros países. Cuando muere Churchill, el 24 de enero de 1965, De Gaulle tuvo esta frase elogio: “Veo desaparecer en la persona de este gran hombre a mi compañero de guerra y a mi amigo”.

Febrero 2017

 

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