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Barcelona, Espasa Libros S.L.U., 2012, 1103 p.

 

Ante la mera sugerencia de que en el transcurso de la historia la violencia ha ido disminuyendo, el siglo XX parecería un insulto. Solamente entre las dos guerras mundiales perecieron 70 millones de personas, 15 millones en la primera y 55 en la segunda. Si se siguen añadiendo las víctimas de la guerra de Corea, de Vietnam, de Irak, el apogeo de los dictadores genocidas, el aumento de la criminalidad en la década de 1960 y un largo etcétera, cualquiera diría que el siglo XX es el más sangriento de la historia. Pues bien, el autor va recorriendo la historia humana, apoyado en infinidad de investigaciones que va citando en 1.955 notas a lo largo de 10 densos capítulos. Las referencias bibliográficas comprenden 1.155 títulos de libros y artículos en 65 páginas. Y de ese exhaustivo estudio concluye que, como dice el título de la obra, la violencia ha sido mucho mayor a lo largo de la historia conocida hasta ahora y también en la prehistoria.

En los capítulos 2 al 7 examina cómo a lo largo de la historia se ha comportado la humanidad, mostrando cómo la depredación, la dominación, la venganza, el sadismo o la ideología han ido disminuyendo en favor de la paz. En los capítulos 8 y 9 busca elementos comunes que impliquen a las facultades mentales, como la empatía, el autocontrol, la moralidad y la razón, y que dan cuenta de la era de paz que vivimos actualmente, en la esperanza de que se prolongue.

El autor va recorriendo los pocos datos de la prehistoria, basado en investigaciones páleo-arqueológicas de esqueletos enterrados hace diez o doce mil años, que muestran huellas de violencia en todos los casos analizados. De ahí deducen los estudiosos que la lucha entre grupos humanos fue una constante desde que hay memoria. Luego recorre las grandes civilizaciones de las que hay abundantes testimonios de violencia: la Grecia homérica, la Biblia hebrea, el Imperio Romano, los caballeros medievales. Las guerras de sucesión, las guerras religiosas, la Revolución francesa y las guerras napoleónicas de los siglos XVI a comienzos del XIX produjeron innumerables víctimas e involucraron a las potencias europeas de entonces.

¿Por qué han sido los seres humanos tan belicistas? Por ambición de poseer más y más (guerras de conquista), por defender el honor (algo muy propio de tiempos antiguos), por el poder, por aprovecharse del trabajo ajeno (esclavitud), por un sentido equivocado de nacionalismo, de pertenencia a una religión, de ideologías impositivas, es decir, por todas las condiciones humanas egoístas y egocéntricas. ¿Qué ha pasado históricamente para que la guerra vaya dando poco a poco paso a la paz? En tiempos antiguos, la necesidad del comercio, porque se pierde mucho más peleando con el posible comprador que intercambiando productos. Después, la transformación cultural que supuso dejar de apreciar en alto grado la defensa del honor personal, al caer en la cuenta de los perjuicios que implica. También, un concepto más humano de las ideologías, de las religiones y los nacionalismos, aunque en estos temas todavía queda mucho por recorrer. Cuando aparecieron las armas nucleares, que pueden destruir el planeta y acabar con la raza humana, muchos expertos – de la talla de Albert Einstein y Carl Sagan – eran pesimistas: consideraban el holocausto final como inevitable. Pero la realidad ha sido otra: ahora estamos viviendo el período de paz más largo desde el imperio romano. Ahora bien, sabemos que una paz larga no es una paz perpetua.

El servicio militar obligatorio se ha ido suprimiendo en casi todos los países de Occidente, así como se ha acortado la duración de ese servicio en los países que todavía llaman a filas. Muchas de las funciones de la guerra convencional están siendo sustituidas por robots, como en los vuelos teledirigidos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 privilegia los derechos del individuo sobre la doctrina que ensalza la nación, el pueblo, la cultura, la clase social por encima del individuo. Esto es un avance importante para hacer indeseable la guerra.

El autor sostiene, junto con otros más, que “la revolución humanitaria se vio acelerada por las publicaciones, la alfabetización, los viajes, la ciencia y otras fuerzas cosmopolitas que amplían los horizontes morales e intelectuales de las personas” (p. 391). Todos estos factores contribuyeron a que la guerra se viera cada vez más como algo inconveniente, perjudicial, indigno del ser humano.

Las cifras que dan los investigadores sobre las muertes por violencia de los propios gobiernos son espeluznantes: “En el siglo XX, ciento sesenta y nueve millones de personas murieron de forma violenta por acciones emprendidas por sus gobiernos. Matthew White, en una visión general exhaustiva de las estimaciones publicadas, considera que murieron ochenta y un millón de personas en democidios y otros cuarenta millones a causa de hambrunas causadas por el hombre (sobre todo por Stalin y Mao), lo que hace un total de ciento veintiún millones. Y las guerras mataron a treinta y siete millones de soldados y veintisiete millones de civiles en combate, y a otros dieciocho millones en las hambrunas resultantes, lo que equivale a un total de ochenta y dos millones de muertos”. (p. 428)

Desde el final de la Guerra Fría (disolución de la Unión Soviética y caída del Muro de Berlín) la paz ha avanzado mucho, pero ¿será duradera? Esto dependerá de circunstancias políticas, económicas e ideológicas que pueden ir cambiando, además de que un pequeño grupo de radicales puede causar mucho daño. El mundo musulmán, por ejemplo, no parece participar en el declive de la violencia. No ha participado de la revolución humanitaria de la Ilustración hasta acá, que tanto ha contribuido a la disminución de la violencia. La democracia no está asentada en los países musulmanes; la unión de religión y política, la tolerancia de la violencia y el exagerado culto del honor (como en la Edad Media europea) son factores que colaboran con la imposición y la falta de libertades. El choque de civilizaciones, el terrorismo nuclear y el cambio climático son las principales amenazas actuales a la paz.

Dedica varias páginas a la disminución de los malos tratos y las violaciones a las mujeres, algo que ha sido constante en la historia, pero que muy recientemente ha cambiado radicalmente. Con mucha ironía dice que hasta hace no mucho la policía trataba la violación como si fuera una broma, “presionando a la víctima para que contase detalles pornográficos o rechazándola con comentarios burlones como: ¿Quién iba a querer violarte a ti?, o: Una víctima de violación es una prostituta que no ha cobrado”.

El infanticidio femenino está documentado en China y la India desde hace más de dos mil años, y todavía en esas sociedades se prefiere que nazca un niño y no una niña. También en la Europa medieval y renacentista era frecuente el infanticidio. En cambio en las sociedades modernas occidentales es más frecuente el aborto inducido (5 millones en Europa y Occidente en 2003) y once millones ese año en todo el mundo. Se aduce que el feto no es todavía persona humana, pero el cambio del infanticidio al aborto tiene que ver más con el alejamiento de la religión y el acercamiento a la ciencia y la filosofía como fuente de iluminación moral.

Los derechos humanos han ido progresando al compás del humanismo que se instaló en Europa a partir del siglo XVIII. Han ido mejorando la vida de las mujeres, de los niños, de los gays e incluso de los animales. Pero hay también una causa externa importante, que ahora llamamos globalización, y que es la extensión y profundización de la cultura humanista gracias a las recientes revoluciones electrónicas: televisión, radio, cable, satélite, teléfono de larga distancia, fotocopiadora, fax, Internet, móvil o celular, mensajes de texto, videos en la red. Las décadas de las autopistas, el tren de alta velocidad, el avión a reacción, la investigación científica y tecnológica y el crecimiento de la educación en todos los países expanden el conocimiento y la tolerancia activa.

Steven Pinker se confiesa como ateo judío y la crítica que hace de la Biblia es exagerada y bastante despreciativa con relación a la imagen del Dios judío, e incluso de Jesucristo. Él considera que la religión es una ideología que ha favorecido las guerras y las atrocidades como la quema de herejes, aunque el cristianismo ha evolucionado junto con la misma sociedad en el sentido de rechazar toda violencia. Él considera que “las religiones abrahámicas han ratificado algunos de los peores instintos y creencias que han alentado la violencia durante milenios: la demonización de los infieles, la propiedad sobre las mujeres, la pecaminosidad de los niños, la abominación de la homosexualidad o el dominio sobre los animales a los que se niega el alma” (p. 623). Algunas religiones y el cristianismo entre ellas se están moviendo en direcciones ilustradas y por ello hay ahora una discreta desatención a los pasajes más sangrientos del Antiguo Testamento.

Resumiendo estudios de muchos autores, Steven Pinker llega a conclusiones interesantes, que son sin duda discutibles:

  1. Las personas más inteligentes cometen menos crímenes violentos y son víctimas de menos crímenes violentos.
  2. Las personas que razonan mejor son más cooperadoras.
  3. Las personas más inteligentes son más liberales, es decir, subrayan más la ecuanimidad y la autonomía, virtudes esenciales del liberalismo clásico.
  4. Los individuos más inteligentes suelen pensar más como economistas. Son más comprensivos con la inmigración, la libertad de mercado y el libre comercio, y menos con el proteccionismo, el gasto público inoperante y la intervención del gobierno en la economía.
  5. Una población instruida y culta es una condición sine qua non para que una democracia funcione.

Un libro original, muy trabajado, que explora caminos que ojalá se confirmen para la raza humana.

Marzo 2017

 

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