LA QUINTA ESQUINA
Izraíl Métter
Barcelona, Libros del Asteroide, 2014, 207 p.
Esta novela, espejo brillante de la vida corriente en la Unión Soviética, no pudo ser publicada hasta 1989, a la caída de la URSS. Su autor la había ido escribiendo muchos años antes y la terminó en 1967. Tuvo un éxito instantáneo al ser publicada, señal de que la sociedad rusa se sentía bien representada. No pretende dar lecciones de política, de ética o de vida familiar, pero ellas se desprenden con frecuencia de esos recuerdos de su vida.
Describe por ejemplo cómo se habían transformado los jóvenes que vivían antes de la revolución bolchevique:
“Los compañeros de trabajo conmemoraban las fiestas revolucionarias según su propio calendario, retrasado un par de días en comparación con el normal. Se reunían en grupos no muy numerosos, formados por personas de aproximadamente el mismo rango y graduación. Todo era en ellos casi idéntico: la tela y el fondo de los trajes, los sombreros suaves y los zapatos, los calcetines y la ropa interior, los chistes vulgares y las esposas prematuramente envejecidas e ignorantes. Bebían mucho y sabían beber. En la mesa jamás hablaban de trabajo.
Todos ellos habían sido en algún momento, mucho tiempo atrás, jóvenes trabajadores, mozos campesinos, estudiantes fracasados; muchos habrían podido convertirse en seres humanos, pero su vida corrupta y desvergonzada, lo monstruoso de su trabajo y el miedo hacían en ellos su monstruoso trabajo: dejaban de ser hombres y se convertían en verdugos”. (pp. 38-39)
Cuando Métter escribe esta novela autobiográfica, añora los tiempos de su niñez y juventud, en los que no existía el estalinismo brutal:
“Y yo quiero volver; ha desaparecido en mi toda curiosidad por el futuro. Devolvedme el Járkov de mi pasado. Con la desgarrada pelliza de oveja que yo usaba durante el invierno. Con los calcetines blancos. Con el desayuno más apetitoso del mundo: pan con pepinillos salados y té con sacarina. Con el ligero tufo de la chimenea cerrada prematuramente. Con el sótano en el que daba el sol. Con aquellos melones de agua, que en Leningrado llaman tontamente sandías. Con el olor a estiércol de caballo. Con el jardín de la universidad, donde yo atrapaba con una redecilla las mariposas macaón. Con el Járkov detenido, repleto de sirenas de barcos, el día de la muerte de Lenin. Mi madre. Mariakovski en persona en el escenario del teatro. El cinema Apolo en la calle Moskóvskaia. Un puente encorvado sobre el río Lopan: en él planeé mi suicidio. La mesa pascual en la calle Chernoglázovskaia. Un trocito de pan ácimo, simplemente así, para el sabor. Eso no me convertirá en nacionalista. El profeta Elías lanzando un rayo. La palabra “camarada”, que oí allí por primera vez. La verdad que yo conocía. La fe en la que creía”. (p. 80)
Estilo evocador, de mirada hacia atrás, pero también de ironías cuidadosas sobre la realidad soviética. Por eso no pudo ser publicado hasta la caída del imperio.
POSTFACIO DE MERCEDES MONMANY
Boria, el narrador de esta bella novela es un hombre superfluo, destinado a desempeñar un papel marginal en la sociedad que le ha tocado vivir: la Rusia soviética. Hijo de un pequeño empresario judío, sus orígenes pequeñoburgueses le impiden acceder al mundo universitario en el que cree haber encontrado su vocación, por lo que tendrá que formarse de manera autodidacta y resignarse a enseñar en instituciones de segunda clase.
De manera fragmentaria el sensible Boria va recordando su convulsa vida: la muerte de su padre; sus primeros intentos de ganarse la vida dando clases particulares; la vida en las distintas ciudades en las que le tocó vivir: Járkov, Leningrado y Rostov; y, sobre todo, sus amores con la bella Katia, paradigma de la volubilidad femenina. A través de esos fragmentos el narrador va componiendo un emotivo y perspicaz retrato de la vida cotidiana en la Rusia soviética, un mundo dominado por los valores colectivos que tiende a aplastar cualquier atisbo de humanidad.
Febrero 2018