En Reseñas de libros
Califica esta reseña
Gracias

MATTEO RICCI. Un jesuita en la corte de los Ming

Michela Fontana

Bilbao, Ediciones Mensajero, 2017, 359 p.

El único personaje occidental reconocido en China por su contribución a la historia del país es el jesuita Matteo Ricci (1552-1610). “Fue el primer europeo que residió establemente, entre 1582 y 1610, en el Celeste Imperio en la época de la dinastía Ming. Convencido de que el interés por la cultura occidental podía facilitar la conversión de los intelectuales, emprendió una infatigable actividad de divulgación científica. No solo tradujo al chino obras de astronomía y algunos libros de los Elementos de Euclides, sino que escribió él mismo obras de temática moral y religiosa y dibujó famosísimos mapamundis, en los que colocaba China en el centro del globo terráqueo. Al mismo tiempo, Ricci fue también el primer sinólogo: aquel que, trescientos años después de Marco Polo, pero con mucha mayor exactitud, ilustró al público europeo sobre los usos y costumbres y la cultura del pueblo chino”. (Contraportada)

Y en verdad que esos usos y costumbres eran extraños e incomprensibles para la cultura europea de entonces y de ahora. Por ejemplo, fajar fuertemente los pies de las niñas para que no les crezcan, símbolo de belleza femenina, lo cual las llevaba a las pobres a caminar de adultas rígidas y con dificultad. O usar mesas altas para comer, sillas y camas también altas. Usar vestidos largos hasta el suelo tanto hombres como mujeres; saludar con inclinación de cabeza, pero no tocarse nunca.

El idioma chino era muy difícil de aprender tanto el hablado como el escrito, que constaba de 48.000 caracteres y que no se regía por normas gramaticales o sintácticas como los idiomas occidentales. En el idioma hablado era fundamental distinguir los tonos, porque la misma palabra pronunciada con distintos tonos significaba cosas diferentes. Ricci llegó a hablar bien el idioma, lo cual causaba admiración entre los chinos. Su memoria era prodigiosa, capaz de recitar páginas en chino u otros idiomas después de haberlas leído una sola vez. Fue el primer occidental capaz de escribir un libro en mandarín: Tratado sobre la amistad. Recibió el nombre chino de Li Madou, con el que fue conocido en adelante.

En cuanto a las tres religiones de aquella época en China, Ricci consideraba que el confucianismo no era incompatible con la doctrina cristiana, por lo que no obstaculizaba a la conversión. No era una religión ni mostraba distinción entre lo inmanente y lo trascendente; era como una secta filosófica propia de los letrados. En cuanto al budismo, Ricci consideraba que era confuso, porque veneraba a Buda y un conjunto de divinidades menores. El taoísmo proponía una existencia ideal vivida de acuerdo con el tao o camino. Los monjes taoístas se retiraban a la soledad y rehuían toda actuación pública. Las conversiones fueron pocas y lentas: en 14 años apenas un centenar. Y es que Ricci se dirigía a los letrados, tratando de convencerles de la superioridad de la ciencia y la cultura europeas y subrayando la compatibilidad entre confucianismo y cristianismo.

La estancia de los jesuitas en Zhaoqing, cerca de Canton, duró seis años, pero tuvieron que salir al cambiar el gobernador. Ricci se había hecho chino de corazón y por eso no entendió por qué el nuevo gobernador los expulsó de la ciudad, pero les permitió establecerse en otra más al norte, de nombre Shaozhou, y después en Nanchang, ciudad que le gustó mucho. En todas las ciudades en donde vivió Ricci se llevó la admiración de los gobernantes e intelectuales por su dominio de las matemáticas y de la astronomía. Confeccionó mapamundis en los que China era el centro, África y Europa al oeste y América al este. También fabricó relojes que llamaban la atención por anunciar las horas con una campanita. En todas partes se ganó la fama de hombre de cultura, moralista y experto astrónomo.

La gran ilusión de Ricci era viajar a Pekín y rendir pleitesía al emperador, cosa prohibida para un extranjero, pero él lo logró por intermedio de un gobernador amigo, a pesar de la terrible oposición de Ma Tang, un temible funcionario corrupto. El viaje le permitió conocer el Gran Canal, la mayor obra de ingeniería hidráulica realizada en aquellos tiempos y en todos los tiempos. “Estaba formada por un conjunto de cursos de agua artificiales, de unos cuarenta metros de ancho cada uno, que ponían en comunicación los ríos mediante un sistema de esclusas, trazando un recorrido completamente navegable de 2.500 kilómetros de largo”.

En los primeros tres años de estancia en Pekín logró captarse la benevolencia del emperador Wanli, pero obtuvo pocas conversiones, unas 150. En toda China, en veintidós años, apenar un millar. Los dos obstáculos más importantes para lograr la conversión de los letrados fueron dos: no admitir componendas con otras religiones – cosa que hacían el confucianismo, el budismo y el sintoísmo – y no admitir la poligamia, muy arraigada entre las clases superiores.

Ricci sin embargo logró la conversión de letrados de gran prestigio, como lo fue Xu Guangqi, que hizo una brillantísima carrera en la burocracia imperial hasta llegar a ser gran secretario, ministro de Ritos y preceptor del heredero del trono. Él le ayudó después a la traducción inicial de los Elementos de Euclides al chino. Ricci escribió una Historia de la misión, de gran valor histórico y documental. En ella proporciona una descripción de China, de sus usos y costumbres, contando al público europeo el sistema de los exámenes imperiales, cómo funcionaba la burocracia, cómo transcurría cada día en los campos y en las ciudades; también es verdad que muestra a veces un cierto desprecio o desconocimiento de la cultura china, que dio a occidente muestras de avances tan notables como la fabricación de la seda, la brújula y la pólvora.

Ricci murió el 11 de mayo del año 1610, después de un período de debilitamiento progresivo. El hermano coadjutor You Wenhui pintó un retrato del difunto, el único que se conserva. Ricci fue sepultado en un terreno asignado por voluntad del emperador. Era el mayor honor que podía tributársele a un extranjero en China.

A partir de 1632 se establecieron franciscanos y dominicos, que consideraban la tolerancia de los misioneros jesuitas respecto de los ritos chinos una forma de inaceptable permisividad para con la idolatría. La cuestión de los ritos llegó a Roma y el papa Inocencio X aceptó las objeciones contra los ritos. Otros papas se pronunciaron a favor de los jesuitas y otros en contra hasta que en 1704 el papa Clemente XI prohibió a los cristianos chinos participar en los ritos en honor de Confucio y de los antepasados. Años después el emperador prohibió el catolicismo y expulsó a los religiosos. Queda para la imaginación pensar cuántas conversiones habría habido en China si los ritos hubieran sido permitidos como pensaban los jesuitas de entonces.

Abril 2018

Publicaciones recientes

Deja un comentario