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Tomás Polanco Alcántara

Caracas, Academia Nacional de la Historia,

Banco Nacional de Ahorro y Préstamo, 1997, 513 p.

 

Tomás Polanco Alcántara (1927-2002), abogado, escritor, diplomático, reúne en este volumen a varias de las más importantes personalidades que han construido la vida de Venezuela. Provienen sobre todo del campo político, jurídico y diplomático, pero también se encuentran escritores, eclesiásticos y economistas, como es lógico dadas las características de su autor. No aparecen artistas ni deportistas, ni tampoco – fuera del caso de Isabel la Católica – mujeres. Alguien se lo hizo notar, porque al final se excusa por ello en una nota de disculpa. A Isabel la presenta como una reina esplendorosa: inteligente, muy bonita (de cabellos dorados y ojos color de uva), enérgica. Le agradece que haya sido ella y no otros monarcas la que impulsó el descubrimiento de América.

Al tercer obispo de Venezuela, Diego de Baños y Sotomayor, lo alaba por las Constituciones Sinodales, promulgadas en 1687, que regularon la vida de la Iglesia en Venezuela durante más de 200 años. Gracias a ellas existen registros de nacimiento, matrimonio y defunción, que siglo y medio después el Estado hizo preceptivos.

Los próceres civiles Cristóbal Hurtado de Mendoza, primer presidente de Venezuela, y Pedro Gual son presentados como grandes patriotas, que buscaron dar buen ejemplo de civismo y de servicio a la patria a pesar de muchas ambiciones contrarias.

Reconoce a Antonio José de Sucre como el hombre más cercano a Bolívar política y afectivamente y a quien debía suceder, algo que no ocurrió por su asesinato en Berruecos. Mariano Montilla fue el gestor del reconocimiento de Venezuela por España como país independiente.

Rafael Urdaneta, el prócer que selló la independencia en el Zulia, “jamás utilizó la fuerza militar y el poder político para tomar un centavo del erario público”. Tomás Polanco resalta esta condición de honestidad en muchos de los personajes reseñados, ejemplo que deben hacer suyo todos los que gobiernan.

José Antonio Páez es un personaje singular. Ha pasado a la historia venezolana como el que dio el grito de “Vuelvan caras” a su tropa para que no huyera ante los enemigos, pero pocos saben que fue un hombre letrado y muy culto (dominó el inglés y el francés), que aprendió a leer y escribir con más de 20 años, y que cerca de los 80 fue capaz de escribir unas Memorias que son el mejor testigo de los hechos de la Independencia. No sólo eso: aprendió a tocar violín y a ejercer papeles en el teatro. Como presidente en tres oportunidades ejerció su cargo con honestidad y justicia e impulsó la educación.

Cecilio Acosta (1818-1881) queda reseñado como un gran maestro y escritor, que nunca quiso meterse en política, pero que fue crítico de los que violentamente quisieron apoderarse de cargos públicos. Fue seminarista aplicado, que llegó a dominar totalmente el latín, tan elegante y fino en castellano que fue miembro de la Academia Española de la Lengua y un gran estudioso de la realidad social y económica de Venezuela, como lo testimonia su escrito Cosas sabidas y cosas por saberse. Como jurista participó en la redacción de los primeros códigos que tuvo la República, esperanzado en formar un pueblo nutrido por la paz, el orden y el derecho.

Pedro Manuel Arcaya forma parte con Arturo Uslar Pietri, Augusto Mijares, Esteban Gil Borges, Mons. Nicolás Eugenio Navarro y Edgar Sanabria, del reducido grupo de venezolanos que han tenido el privilegio de pertenecer a tres academias: la de la Historia, la de la Lengua y la de Ciencias Políticas y Sociales. Fue un notable jurista, que indaga el origen de la ley en la realidad histórica y su finalidad en la vida social. Como diplomático fue Procurador General de la nación, Senador y Presidente del Congreso y dos veces Ministro de Relaciones Interiores. Como escritor fue notable su Venezuela y su actual régimen, escrito en tiempos de Juan Vicente Gómez, a quien estimaba. Al morir Juan Vicente, fue acusado de haberse lucrado con el erario público, acusación política que él rebatió mostrando sus escasos haberes.

Son 44 los personajes que Tomás Polanco reseña en su obra, por lo que sería demasiado extenso presentarlos a todos. Solamente haré mención de unos pocos más, dejando al lector aficionado a la historia de Venezuela que lea todo el libro.

Gumersindo Torres fue el primer administrador del petróleo venezolano en tiempos de Juan Vicente Gómez y lo hizo con total pulcritud, capaz de decirle la verdad sobre su gobierno. El autócrata lo respetaba y seguía su dictamen. Honestidad y eficiencia fueron los atributos de este gran hombre, algo que muy pocos gobernantes y administradores de la renta petrolera han podido decir.

Tulio Febres Cordero, el gran escritor merideño, no salió nunca de su tierra. A diferencia de muchos ilustres venezolanos, como José Gil Fortoul, el gran historiador, cuya Historia Constitucional quedó terminada entre Londres, París y Berlín. O como Caracciolo Parra Pérez, que redactó su monumental obra sobre Mariño en su tranquila residencia de París. Los Cuentos y leyendas, de don Tulio, o su Archivo de Historia y Variedades suponen una inmensa capacidad de lectura y grandes dotes imaginativas. Estudió con cuidado y atención minuciosa todo cuanto podría referirse a la presencia del Libertador en la región de los Andes, como la leyenda de El perro Nevado, animalito que acompañó a Bolívar y que le arrancó lágrimas cuando lo vio morir en la altura. El Quijote en América es otra obra de don Tulio que trasparenta lo que el escritor pensaba sobre la existencia humana.

De Caracciolo Parra León dice admirado Tomás Polanco: ¿cómo pudo haber hecho tanto en tan poco tiempo de vida que tuvo? Fue un ejemplo de vida armónica y completa: “Pasa del fecundo ejercicio del Vicerrectorado de la Universidad a la Dirección de la Biblioteca Nacional y de allí a manejar una nueva e importante Oficina del Ministerio de Relaciones Exteriores. Mientras tanto dicta sus cátedras, escribe libros, asiste a las Academias, hace funcionar su imprenta, investiga archivos, prepara estudios de política internacional”. Impresiona su amplitud de conocimientos y su facilidad para adquirirlos. Fue además un gran católico en tiempos de la incredulidad que había propagado entre los intelectuales el liberalismo librepensador. Su defensa de Mons. Salvador Montes de Oca, expulsado por el gobernador de Valencia, hizo que Juan Vicente Gómez retirara el decreto y le permitiera regresar. Su defensa de Mons. Felipe Rincón González, arzobispo de Caracas, acusado de enriquecer a su familia con dineros de la diócesis, demostró la falsedad de las acusaciones.

Los Tapices de Historia Patria, maravilloso estudio del historiador Mario Briceño Iragorri, merecen ser leídos por todos los bachilleres del país, así como Casa León y su tiempo, y el conocido Boves el Urogallo. Son biografías noveladas escritas con clara y elegante prosa, que nos asoman a una exacta idea de la Venezuela de entonces.

Mons. Nicolás Eugenio Navarro fue director del periódico La Religión y rector del Seminario diocesano a comienzos del siglo XX, por cierto que coincidió con José Gregorio Hernández durante el breve tiempo que estudió allí este hombre santo. Por su pluma fácil y elegante Navarro fue colaborador de El Cojo Ilustrado. Insiste en sus artículos en la necesaria honradez personal y pública y en la importancia que el periodismo tiene para formar una opinión pública de servicio a la patria. Escribió y publicó hasta poco antes de su muerte a los 93 años sobre diversos temas relacionados con la Iglesia: masonería, el Arzobispo Guevara y Guzmán Blanco, Anales Eclesiásticos, etc. La obra maestra de Mons. Navarro fue la edición trabajada y acrisolada del Diario de Bucaramanga, diario de Perú de Lacroix, quien vivió una larga temporada en trato familiar con el Libertador.

Isaías Medina Angarita es el mejor gobernante que ha tenido Venezuela en tiempos modernos, junto con Rafael Caldera. Un juicio tan excelso queda probado en el recorrido que hace Tomás Polanco Alcántara de su gestión como Presidente entre 1941 y 1945. En su tiempo no hubo presos políticos ni exilados, la libertad de expresión era total, el manejo de los dineros públicos gozó de transparencia, la cercanía de Medina con la población era tal que no necesitaba de guardaespaldas. Nada que ver con la actualidad, nunca ha habido mayor contraste. Su derrocamiento ocurrió por ambición de poder, como tantas veces ha ocurrido en la historia del país.

Dos grandes escritores cierran este recorrido parcial de la obra de Polanco: Arturo Uslar Pietri y Rómulo Gallegos. Los mejores literatos que ha tenido el país, los más conocidos afuera, incursionaron en política con diferente éxito. Gallegos fue Presidente durante solo ocho meses, sacado de su puesto por las ambiciones del trío militar que consolidó después una dictadura de 8 años. Uslar Pietri fue Ministro de Educación de López Contreras y candidato presidencial en tiempos de la democracia. Su valía y su reconocimiento no estuvieron en la política sino en las letras, como todo el mundo sabe. Uslar incursionó en el periodismo escrito y televisivo con el famoso programa Valores humanos, el programa de mayor duración en la televisión venezolana, que difundió por todo el país historias, hombres y mujeres valiosos, sucesos, valores.

Este libro de Tomás Polanco Alcántara nos acerca de manera amena a la historia de un país que tanto necesita de personajes de esa categoría, que no se adoren a sí mismos, sino que busquen el bien común para todos.

Agosto 2018

 

 

 

 

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