EN DEFENSA DE LA ILUSTRACIÓN. Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso.
Steven Pinker
Barcelona, Paidós, 2018, 741 p.
Steven Pinker, “haciendo uso de datos empíricos, muestra que la vida, la salud, la prosperidad, la seguridad, la paz, el conocimiento y la felicidad van en aumento no solo en Occidente, sino en todo el mundo. Este progreso no es el resultado de ninguna fuerza cósmica. Es un regalo de la Ilustración: la convicción de que la razón y la ciencia pueden mejorar el florecimiento humano”. (Contraportada)
La vida actual es mucho mejor de la que vivían nuestros abuelos y no digamos de la que vivían las gentes en la Edad Media o en la antigüedad. Nos hemos acostumbrado tanto a un progreso en todas las facetas de la existencia que lo consideramos normal. Pero ese progreso crece en proporciones geométricas, de manera que es difícil imaginarse cómo será la vida humana dentro de 50 años y menos aún dentro de 500. Realidad virtual holográfica en tres dimensiones con sonido envolvente, con guantes hápticos con forma de exoesqueleto que permiten interactuar con objetos virtuales y un sinfín de innovaciones que cambiarán la existencia. El mundo que espera a las generaciones futuras es inimaginable.
Según Pinker, los principales enemigos ideológicos del progreso humano son las religiones, el populismo en política y las críticas a la ciencia desde posiciones “posmodernistas”, como es la crítica ecológica de “los verdes”. “La fe en la existencia de entidades sobrenaturales choca con la razón. Las religiones también suelen chocar con el humanismo cada vez que elevan algún bien moral por encima del bienestar de los humanos; tal es el caso de la aceptación de un salvador divino, la ratificación de un relato sagrado, la imposición de rituales y tabúes, el proselitismo para que otras personas hagan lo mismo, así como el castigo o la demonización de quienes no lo hacen. Las religiones también pueden entrar en conflicto con el humanismo al valorar las “almas” por encima de las “vidas”, lo cual no resulta tan edificante como parece.” (p. 54-55). Como se ve, no le importa descalificar como contrarias al progreso a las religiones, que él considera opuestas a la razón.
¿Y qué es para él el progreso? “Es una de las preguntas más fáciles de responder. La mayoría de la gente está de acuerdo en que la vida es mejor que la muerte. La salud es mejor que la enfermedad. El sustento es mejor que el hambre. La abundancia es mejor que la pobreza. La paz es mejor que la guerra. La seguridad es mejor que el peligro. La libertad es mejor que la tiranía. La igualdad de derechos es mejor que la intolerancia y la discriminación. La alfabetización es mejor que el analfabetismo. El conocimiento es mejor que la ignorancia. La inteligencia es mejor que la torpeza. La felicidad es mejor que el sufrimiento. Las oportunidades de disfrutar de la familia, los amigos, la cultura y la naturaleza son mejores que el trabajo penoso y la monotonía. Todas estas cosas pueden medirse. Si han aumentado a lo largo del tiempo, eso es el progreso.
Por supuesto, no todo el mundo estará de acuerdo en la lista exacta. Se trata de valores declaradamente humanistas y dejan fuera las virtudes religiosas, románticas y aristocráticas como la salvación, la gracia, la sacralidad, el heroísmo, el honor, la gloria y la autenticidad… Resulta fácil resaltar valores trascendentes en abstracto, pero la mayoría prioriza la vida, la salud, la seguridad, la alfabetización, el sustento y el estímulo por la razón evidente de que esos bienes son un prerrequisito para todo lo demás.” (pp. 77-78)
La desmaterialización, el menor uso de la materia para obtener los mismos fines, es otra característica del progreso humano. “Una lata de refresco de aluminio solía pesar unos noventa gramos, hoy apenas pesa quince gramos. Los teléfonos móviles no necesitan kilómetros de postes y cables telefónicos. Al sustituir los átomos por bits, la revolución digital está desmaterializando el mundo ante nuestros ojos. Los metros cúbicos de vinilo que solía ocupar mi colección de música cedieron el paso a los centímetros cúbicos de los discos compactos y después a la nada de los MP3. El río de papel periódico que fluía por mi apartamento se ha detenido gracias a un iPad. Con un terabyte de almacenamiento en mi ordenador portátil ya no compro papel en cajas de diez resmas. Y pensemos en el plástico, el metal y el papel que ya no se emplean en los cuarenta y tantos productos de consumo que pueden ser reemplazados por un solo smartphone, entre los que se incluyen el teléfono, el contestador, la guía telefónica, la cámara, la videocámara, la grabadora, la radio, el despertador, la calculadora, el diccionario, la agenda giratoria, el calendario, los mapas de carreteras, la linterna, el fax y la brújula, incluso un metrónomo de exterior y un nivel.” (pp. 176-7)
Pero el progreso es ambiguo: “Al igual que no hemos de aceptar el relato de que la humanidad expolia inexorablemente la totalidad de su entorno, no debemos aceptar el relato de que la totalidad del entorno se recuperará bajo nuestras prácticas actuales. Un ecologismo ilustrado debe afrontar los hechos tanto esperanzadores como alarmantes, y existe un conjunto de hechos incuestionablemente alarmante: el efecto de los gases de efecto invernadero sobre el clima terrestre”. (p. 178) La atmósfera se calienta cuando quemamos madera, carbón, petróleo o gas, cuando talamos los bosques que absorben carbono. Si la nieve y el hielo de los polos que reflejan el calor se derriten, todo este conjunto elevaría la temperatura media de la Tierra al menos en 1,5 grados centígrados e incluso más. “Ello provocará olas de calor más frecuentes y más severas, más inundaciones en las regiones húmedas, más sequías en las regiones secas, tormentas y huracanes más fuertes, rendimientos inferiores de los cultivos en las regiones cálidas, la extinción de más especies, la pérdida de arrecifes de corales y una elevación media del nivel del mar de entre 0,7 y 1,2 metros por causa del derretimiento del hielo terrestre y la expansión del agua marina.” (p. 179)
Hay muchas clases de energía que usa el hombre (calórica, hidráulica, solar, eólica, etc.), pero la energía más avanzada es la nuclear. Sus beneficios son incalculables, porque es más barata, más densa y más limpia que los combustibles fósiles como el petróleo. El uso mayoritario de la energía nuclear, “no solo mitigaría el cambio climático, sino que brindaría otros muchos dones… La desalinización asequible del agua marina, podría irrigar granjas, suministrar agua potable y, al reducir la necesidad tanto de agua superficial como de energía hidráulica, permitir el desmantelamiento de presas, restaurando el flujo de los ríos a los lagos y mares, y revivificando ecosistemas enteros.” (p. 193)
En resumen y como conclusión de este tema, “la humanidad no está siguiendo una senda irrevocable hacia el suicidio ecológico. El temor a la escasez de recursos está equivocado, al igual que el ecologismo misántropo, que ve a los humanos actuales como viles expoliadores de un planeta prístino. El ecologismo ilustrado reconoce que los humanos necesitan usar energía para salir de la pobreza a la que los abocan la entropía y la evolución. Busca los medios para hacerlo con el menor daño al planeta y a los seres vivos. La historia sugiere que este ecologismo moderno, pragmático y humanista puede funcionar. A medida que aumentan la riqueza y el desarrollo tecnológico, el mundo se desmaterializa, se descarboniza y se densifica, dejando tierras disponibles y salvando especies. Conforme crecen la riqueza y la educación de las personas, estas se preocupan más por el medio ambiente, descubren formas de protegerlo y están más dispuestas a pagar los costes. Muchas partes del medio ambiente se están recuperando, lo cual nos anima a afrontar los problemas ciertamente graves que aún persisten”. (p. 199)
¿Pero el progreso nos ha hecho más felices? Parece que no. “Un estadounidense en 2015, comparado con su homólogo medio siglo atrás, vivirá nueve años más, habrá tenido tres años más de educación, ganará treinta y tres mil dólares más al año por cada miembro de la familia y disfrutará de ocho horas semanales más de ocio. Puede dedicar ese tiempo libre a leer en internet, escuchar música en un Smartphone, ver a la carta películas en televisión de alta definición hablar por Skype con amigos y familiares… Pero la gente parece refunfuñar, lamentarse, gemir, criticar y quejarse tanto como siempre, y la proporción de estadounidenses que declaran a sus encuestadores que son felices se mantiene constante desde hace décadas.” (p. 327)
Y es que hay cuatro amenazas existenciales modernas que enturbian el panorama. “Desde hace medio siglo, los cuatro jinetes del apocalipsis moderno son la superpoblación, la escasez de recursos, la contaminación y la guerra nuclear. Recientemente se ha unido a ellos una cuadrilla de caballeros más exóticos: los nanobots que nos rodearán, los robots que nos esclavizarán, la inteligencia artificial que nos convertirá en materia prima y los adolescentes búlgaros que crearán un virus genocida o desmantelarán internet desde sus habitaciones”. (p. 359) “Algunas amenazas son producto del pesimismo cultural e histórico. Otras son genuinas, pero no podemos tratarlas como el apocalipsis que nos espera sino como problemas que debemos solucionar”. (p. 360)
“Algunas de las amenazas a la humanidad son fantasiosas o infinitesimales, pero una de ellas es real: la guerra nuclear. En el mundo hay más de diez mil armas nucleares distribuidas entre nueve países. Muchas están montadas en misiles o cargadas en bombarderos y pueden ser lanzadas en horas o incluso en menos tiempo a miles de objetivos. Cada una de ellas está destinada a causar una destrucción extraordinaria: bastaría una sola para destruir una ciudad y colectivamente podrían matar a centenares de millones de personas mediante explosión, calor, radiación y lluvia radioactiva. Si la India y Pakistán entraran en guerra y detonaran un centenar de sus armas, podrían morir de inmediato veinte millones de personas, y el hollín de las tormentas de fuego podría propagarse por la atmósfera, destruir la capa de ozono y enfriar el planeta durante más de una década, lo que a su vez reduciría drásticamente la producción de alimentos y privaría de comida a más de mil millones de habitantes.” (pp. 379-380)
¿Qué le espera a este progreso en el futuro? “Desde el desarrollo de la Ilustración a finales del siglo XVIII, la esperanza de vida en todo el mundo ha crecido desde 30 hasta 71 años, y en los países más afortunados hasta los 81. Cuando comenzó la Ilustración, un tercio de los niños nacidos en las regiones más ricas del mundo morían antes de los cinco años; hoy en día, este destino está reservado al 6% de los niños de las regiones más pobres. Sus madres también han sido liberadas de la tragedia: el 1% en los países más ricos no vivían para ver a sus recién nacidos, una tasa que triplica la de los países más pobres en la actualidad, que continúa descendiendo. En esos países pobres las enfermedades infecciosas letales se encuentran en continuo declive, y algunas de ellas afectan solamente a unas docenas de personas al año y pronto se extinguirán como la viruela… La gente no sólo está viendo incrementar su salud, su riqueza y su seguridad, sino también su libertad. Hace dos siglos, unos pocos países, que abarcaban el 1% de la población mundial eran democráticos; en la actualidad lo son dos tercios de los países del mundo, que abarcan dos tercios de su población. No hace mucho tiempo, la mitad de los países del mundo tenían leyes que discriminaban a las minorías raciales; hoy son más los países que tienen políticas que favorecen a sus minorías que los que tienen políticas que las discriminan.” (p. 397-8)
“A medida que los niños ven crecer su salud, su riqueza, su seguridad y su libertad, aumenta asimismo la alfabetización, la cultura y la inteligencia. A principios del siglo XIX, el 12% del mundo sabía leer y escribir; hoy puede hacerlo el 83%. La alfabetización y la educación que esta hace posible serán pronto universales, tanto para las niñas como para los niños. Junto con la salud y la riqueza, nos están volviendo literalmente más inteligentes, en treinta puntos de C.I. o dos desviaciones estándar por encima de nuestros antepasados.” (p. 399)
“Pese a todos los titulares sangrientos, pese a todas las crisis, colapsos, escándalos, plagas, epidemias y amenazas existenciales, podemos saborear todos estos logros. La Ilustración está funcionando: desde hace dos siglos y medio se viene utilizando el conocimiento para fomentar el florecimiento y el progreso humanos. Los científicos han expuesto el funcionamiento de la materia, la vida y la mente. Los inventores han aprovechado las leyes de la naturaleza para desafiar la entropía y los empresarios han hecho asequibles sus innovaciones… Todos estos esfuerzos han sido canalizados a través de instituciones que nos han permitido sortear los defectos de la naturaleza humana y empoderar a los ángeles que llevamos dentro”. (p. 400)
En contra de la Ilustración y por tanto del progreso humano está el movimiento político conocido como populismo. “El populismo reclama la soberanía directa del pueblo de un país (habitualmente un grupo étnico, a veces una clase), encarnada en un líder fuerte que canaliza directamente su virtud y su experiencia auténticas. El populismo autoritario puede verse como la resistencia de ciertos elementos de la naturaleza humana – tribalismo, autoritarismo, demonización, pensamiento de suma cero – en contra de las instituciones ilustradas que fueron diseñadas para sortearlos. Al centrarse en la tribu más que en el individuo, no da cabida a la protección de los derechos de las minorías ni a la promoción del bienestar humano en todo el mundo. Al no reconocer que el conocimiento que tanto ha costado conseguir es la clave para mejorar la sociedad, denigra a las élites y los expertos y resta importancia al mercado de ideas, incluidas la libertad de expresión, la diversidad de opiniones y la verificación de los datos de las afirmaciones interesadas. Al valorar a un líder fuerte, el populismo ignora las limitaciones de la naturaleza humana y desdeña las instituciones regidas por normas y los controles constitucionales que limitan el poder de los imperfectos actores humanos.” (p. 410)
Steven Pinker es un decidido opositor de todas las religiones. Dice que es absurdo buscar un fundamento moral de la conducta humana en instituciones como las que trajeron las Cruzadas, la Inquisición, las cazas de brujas y las guerras de religión. Pero va más allá. Cree que no hace falta un Dios o un ser superior creador de todo, que eso es una creación humana. Aquí está su argumentación: “No existe un buen motivo para creer que Dios existe… Los más comunes de ellos – la fe, la revelación, las escrituras, la autoridad, la tradición y la apelación subjetiva – no son argumentos en absoluto. No es sólo que la razón sostenga que no puede confiarse en ellos. Sucede además que las diferentes religiones, recurriendo a estas fuentes, decretan creencias mutuamente incompatibles sobre cuántos dioses existen, qué milagros han obrado y qué exigen de sus devotos. La erudición histórica ha demostrado ampliamente que las sagradas escrituras son productos demasiado humanos de sus épocas históricas, que incluyen contradicciones internas, errores fácticos, plagios de las civilizaciones vecinas y absurdos científicos (como que Dios creó el sol tres días después de separar el día de la noche). Los argumentos recónditos de los sofisticados teólogos no son mucho más sólidos. Los argumentos cosmológicos y ontológicos en favor de la existencia de Dios son lógicamente inválidos, el argumento del diseño fue refutado por Darwin y los restantes son o bien manifiestamente falsos (como la teoría de que los humanos estamos dotados de una facultad innata para sentir la verdad acerca de Dios) o bien descaradas escotillas de escape (como la sugerencia de que la Resurrección era demasiado importante cósmicamente como para que Dios hubiese permitido que fuese verificada empíricamente).” (p. 512). Pinker reconoce que el teísmo o creencia en Dios ha moderado en algunas religiones varias de estas razones o argumentos anticuados; al hacerlo se ha acercado al humanismo que él promueve. Pero está anclado en la persuasión de que la ciencia lo puede explicar todo, aun aquello que todavía se le escapa, como la escogencia libre del accionar humano, el difícil problema de la conciencia y el anhelo de trascendencia más allá de la vida que conocemos. Pinker no se hace la pregunta fundamental de dónde pudo surgir el universo o los posibles muchos universos que tal vez existan, si se dieron la existencia a sí mismos, algo absurdo evidentemente. La ciencia explica muy bien el cómo, pero no el por qué o de dónde.
Otra consecuencia que saca el autor es que la moral no se funda en la voluntad y el mandato de Dios, sino en el desarrollo racional de un ser humano en progreso constante, que ha llegado a codificar mandatos y prohibiciones en las leyes de todos los Estados. Viendo el desarrollo de la cultura humana a lo largo de los siglos, Pinker concluye que los hombres hemos comenzado un buen camino de progreso que irá aumentando y mejorando hasta alturas y profundidades que todavía no podemos prever.
Así como hizo en la obra Los ángeles que llevamos dentro, Pinker presenta sus ideas con apoyo de muchos libros y artículos leídos, y de conversaciones con sus autores. Las notas, agrupadas al final del libro, suman 1.288 en un conjunto de 23 capítulos. Las referencias bibliográficas (libros, artículos impresos o en internet) suman 1.046 de 805 autores diferentes. Respetable.
Marzo 2019