INSHALLAH
Oriana Fallaci
Barcelona, Círculo de Lectores, 1992, 697 p.
Inshallah, como Dios quiera, como Dios guste. No es destino, fato, azar, porque estos son sinónimos de impotencia y resignación, que ofenden al concepto de libertad y responsabilidad. De manera que todo el espanto que va a narrar está previsto por Dios o por Alá, según sea el creyente o el ateo.
“Padre nuestro y Alá nuestro que estáis en los Cielos, nuestras 7,62 y nuestras 5,56 y nuestras bombas de cada día dádnoslas hoy, y no nos dejéis caer en la tentación de soñar con la paz, mas libradnos del Bien. Amén” (p.187) ¿Habrá inventado alguien una oración aún más blasfema que la que inventa la autora para resumir la brutalidad de la guerra? Oriana Fallaci estuvo de reportera en Vietnam, de donde salió “Nada y así sea”, y en 1983 en una misión de paz en Beirut, de donde sale esta terrible novela reportaje, que deberían leer todos los que quieren ser militares en todos los países del mundo. Ja, ja, dirán muchos, ya quisieras tú eso, y con razón lo dicen. No hay profesión más inhumana, porque detrás de la parafernalia de la defensa de la patria, del honor, de la dignidad y no sé cuántas zarandajas más, la guerra es la mayor animalidad, el mayor contrasentido de lo que significa ser hombre. No hay más que ver, ahora en Venezuela, en qué han venido a parar tantos narco-generales, que roban y trafican a mansalva y se nutren de la muerte ajena. No todos los militares son así, por supuesto, como aparece muy bien en la primera parte o acto primero de esta gran obra de Fallaci. Unos mil italianos han sido enviados a Beirut en una misión de paz de la ONU para tratar de establecer un entendimiento imposible entre drusos, palestinos, judíos, musulmanes chiítas, cristianos maronitas, que ocupan cada uno una parte de la ciudad. Se trata de una guerra de guerrillas, de sorpresas, de kamikazes, como los que matan a centenares de franceses y norteamericanos, que también han ido a contribuir con la paz.
La autora va describiendo a los soldados que ocupan y defienden la parte que les han asignado. Hay de todo entre ellos: enamorados de cuanta muchacha llegan a conocer, buscando peligros por tener relaciones con ellas; serviles con las autoridades, aduladores; valientes y temerarios, que son heridos y mutilados cumpliendo una orden; homosexuales dudosos de qué son; hay un intelectual que cita constantemente autores latinos y un soldado prácticamente analfabeto. Todos ellos van rememorando su vida anterior en esas noches de guardia que no tienen fin: si han nacido en Palermo o en Vicenza, si tienen novia o mujer con hijos, si se llevan bien con la familia o prefieren estar lejos. Es un caleidoscopio de todas las posibilidades de ser hombre: culto-ignorante, macho perseguidor o fiel a su familia; religioso o ateo, callado o parlanchín. No hay aspecto corporal o psicológico que no quede dibujado en esta galería de seres humanos.
Y las mujeres no quedan mejor. Muchas jóvenes buscan cómo escapar a occidente liándose con el que sea, aunque algunas se enamoran de verdad. Aparecen toda clase de escenas en los lugares más sórdidos y excrementales. Es otro fruto de la guerra, del que nadie se escapa. Ninette, una de las mujeres enamoradas, filosofa sobre el amor y la amistad, sobre la muerte y el caos en unas páginas maestras que reflejan seguramente lo que piensa la propia Fallaci (pp. 332-7):
“El amor físico es bastante más que un medio para continuar la especie. Es un medio para hablar, comunicar, hacerse compañía. Es una conversación hecha con la piel en lugar de con las palabras. Y, mientras dura, nada más aleja de la soledad como su materialidad. Nada llena y enriquece como su tangibilidad. Pero también es la droga más potente que existe, la mayor fábrica de ilusiones y equívocos que la Naturaleza nos ha proporcionado. La droga del olvido precisamente. La ilusión de que el olvido dure para siempre. El equívoco de ser amado con el alma por quien ama exclusivamente con el cuerpo, por quien por egoísmo o miedo rechaza los absolutos del amor, prefiere el falso sucedáneo de la amistad (…) La amistad no puede sustituir al amor. La amistad es un remedio efímero, artificioso, y con frecuencia una mentira. No esperes nunca de la amistad los milagros que el amor produce.”
Hay rasgos de humor derivados del concepto en que se tiene a los europeos: “El paraíso es un lugar en el que los policías son ingleses, los cocineros franceses, los fabricantes de cerveza son alemanes, los amantes son italianos, y todo está organizado por los suizos. El infierno es un lugar en el que los policías son alemanes, los cocineros son ingleses, los fabricantes de cerveza son franceses, los amantes suizos y todo está organizado por los italianos”. (p. 365)
El estilo literario de Oriana Fallaci es muy peculiar. Le gusta repetir frases en circunstancias parecidas, como insistiendo en llevar al lector el pensamiento de los actores. Por ejemplo: “Los hombres saben construir carreteras y puentes y casas, saben pintar la Capilla Sixtina y escribir el Hamlet y componer el Nabucco y trasplantar corazones e ir a la Luna, pero son peores que los animales, conque si tienes un poco de cabeza o mejor dicho de corazón, no te agrada haber nacido entre los hombres y llegas a la conclusión de que habría sido mejor nacer entre las hienas o las cucarachas”.
Otra frase que se repite en variadas circunstancias: “En mi opinión el anatema que Dios lanzó contra Adán y Eva al expulsarlos del Paraíso Terrenal no fue tú-parirás-con dolor, tú-te-ganarás-el-pan-con-el-sudor-de-tu-frente. Fue cuando-él-te-quiera, tú-no-lo-querrás; cuando-ella-te-quiera-tú-no-la-querrás.”
En la novela se aprecia el amor que Fallaci siente por los niños, pues varios de ellos mueren atrozmente y la autora lo recuerda una y otra vez. Es otro tributo a la estupidez de la guerra. La autora usa muchas frases en otros idiomas: árabe, francés e inglés y algunas en alemán, pero con traducción.
En definitiva, la novela es un grito sostenido contra la estupidez humana, que desde los tiempos prehistóricos todo lo quiere solucionar con la violencia.
Mayo 2020