CARTAS DE NICODEMO
Jan Dobraczyński
Versión original polaca de 1952. Versión española de Ana María Rondón Klemensievicz. Círculo de Lectores, Barcelona, 1970, 406 p.
Se trata de unas cartas supuestamente escritas por Nicodemo a Justo, fariseo como él, muy estimados ambos por sus compañeros del Sanedrín, y que explican sus encuentros con Jesús. Nicodemo es muy estimado como autor de muchas hagadá, especie de parábolas que explican las Escrituras. Él tiene a Rut, su joven mujer, muy enferma y al ver cómo Jesús cura, se acerca a él, pero no se atreve a pedirle su curación. Su concepto y estimación de este joven profeta galileo es de asombro, no de condena como la mayoría de los fariseos. Como le dice en una de las cartas a Justo, “no he sabido poner en claro quién es este hombre, qué es lo que realmente enseña y qué quiere de mí”. Jesús le desconcierta: se muestra muy cercano y compasivo con los que sufren, con los pobres, con los publicanos, pero otras veces colérico y condenador del comportamiento, sobre todo cuando el que habla no es sincero. Se entrevistó a solas con él cuando Jesús le dijo que hay que nacer de nuevo y que no estaba lejos del reino, pero no entiende a qué reino se refiere. Le acompañó en el lago cuando calmó la tempestad, en medio del terror de los discípulos y él durmiendo tranquilamente. También estuvo con él en la expulsión de los demonios en Gerasa. Lo admira, lo venera, pero hay algo que lo distancia de Jesús, no sabe qué. Nicodemo piensa como muchos de su tiempo, gente buena, pero sorprendida, indecisa, que ve el rechazo de las autoridades y por dentro saben que el galileo es un hombre santo.
El autor aprovecha la fiesta que da Antipas para presentar a Pilatos como un hombre rudo, vociferador, borracho, vulgar, a quien todos rehúyen avergonzados. Y describe con detalle el baile de la niña Salomé, la hija de Herodías, a quien su madre la convence de reclamar como premio la cabeza de Juan Bautista. Son descripciones casi fílmicas, que agarran al lector con fuerza.
Movido por una curiosidad de veneración, viaja a Nazaret, donde comprueba el odio que le tienen a Jesús, tanto que quisieron despeñarle. No le extraña que no haya podido hacer allí nada bueno. Luego se anima a ir a Belén en una noche fría como la que vivió María cuando iba a dar a luz. Allá encuentra la posada en donde no recibieron a María y José, porque la posada estaba a rebosar, pero la posadera le cuenta en una tierna narración cómo ayudó a María en el pesebre. Hace una buena apreciación del nacimiento de Jesús: “La paja estaba podrida. El pesebre era duro y poco hondo. En un ángulo había un montón de basura y excrementos de animales. Sólo el más mísero ser de la tierra, pensé, ha podido nacer en semejante abandono. Aquél no era un lugar para un descendiente de David, para un profeta, para un Mesías.” (p. 162)
Se encuentra con alguna frecuencia con Judas de Karioth, uno de los 12 discípulos, pero bien distinto a todos: avaro, envidioso, que sigue a Jesús por conveniencia, aunque éste lo sabe. Sus encuentros con Nicodemo sirven para que éste se ponga al día de las maravillas que hace Jesús, pero Judas siempre tiene algo contra él: que engaña la gente, que no dice claramente quién es y qué pretende, que prefiere a los pecadores, publicanos y prostitutas.
Con gran originalidad presenta a Lucas, el médico griego que quiere curar a Rut, pero no acierta, como tantos otros que la vieron. Rut muere después de 3 años de sufrimiento que Nicodemo ha compartido. Ha reclamado a Adonai, le ha suplicado, pero Jesús le dijo una vez que tomara su cruz si quería seguirle y esa fue su cruz, la muerte de Rut.
Pasados unos meses Nicodemo recibe en su casa a María, la madre de Jesús y a una hermana de María. La describe como una mujer bella, de rostro juvenil y femenino, de voz dulce y, sin embargo, firme. Le gustan los niños y ¡sólo tuvo un hijo! Pero donde mejor se muestra la admiración por Jesús es en la escena de la resurrección de Lázaro. Los pensamientos, los sentimientos, la admiración de Nicodemo quedan muy bien expresados en este relato, que puede servir de oración contemplativa.
El choque de los fariseos y saduceos con Jesús es constante. Tienen un concepto de quién será el Mesías (político liberador de Roma) muy contrario al de Jesús y sobre todo no admiten que Jesús se proclame hijo del Padre, con una naturalidad que no admiten: lo ven como blasfemo.
Donde el autor se extiende más ampliamente es en el relato de la pasión de Jesús. Parece que uno va acompañando a Jesús golpeado, va escuchando el juicio del Gran Consejo del Sanedrín con los testimonios falsos que no dejan contento a nadie, hasta que Caifás le interroga directamente. Oye los gritos del populacho, ve a Jesús desmoronarse varias veces por los golpes, los azotes y la corona de espinas. Nicodemo confiesa su cobardía: solamente se opone a la condena en el sanedrín, pero no sabe acompañarle.
La crucifixión la pinta como un acto repugnante, un atropello a un cuerpo desnudo en el que no hay parte sana. Allá está María estática, allí está Juan, el discípulo amado, allí está el centurión que atisba algo sobrenatural en la muerte de ese hombre. Nicodemo vence su horror a todo lo que ha vivido y se anima a ir con su amigo el fariseo José de Arimatea a pedir el cuerpo de Jesús para enterrarlo antes de que comience el sábado.
El relato de la resurrección muestra muy bien el desconcierto, la sorpresa, la incredulidad de que algo así pueda pasar. María Magdalena lo cuenta atropelladamente, Juan lo mismo. Nicodemo, José de Arimatea y el joven Cleofás tampoco dan crédito al alboroto. El rabí Jonatán les visita, convencido de que ellos han ocultado el cuerpo. Les participa de la ira de Caifás y de que están en peligro. Deciden marchar a Emaús y hete aquí que Jesús resucitado se les junta por el camino. Es original que atribuya a Nicodemo la identidad del discípulo que no es Cleofás y a quien no se le nombra en el evangelio. En el camino les va explicando las Escrituras, detallando profecías y anuncios que no están en el texto sagrado. Se admiran del viajero, se asombran de su sabiduría, pero no le reconocen. Solamente cuando se queda con ellos ante su insistencia, le reconocen en el partir del pan; entonces regresan apresuradamente y se encuentran con los temerosos apóstoles reunidos y divididos en cuanto a la creencia en la resurrección de Jesús. También está con ellos la Virgen María, que no logra convencerles a todos, porque es demasiado fuerte el cambio que ha ocurrido. Aparece entonces Jesús resucitado. La emoción es inmensa, él abraza a todos y todos lloran de alegría.
El autor narra también la venida del Espíritu y la primera predicación de Pedro a la multitud reunida, que antes se burlaba de ellos. Ahora se conmueven y quieren ser bautizados. Siguen con María, pero un tiempo después Jesucristo se la lleva con él al cielo en un momento de oración de todos. Nicodemo se convierte en otro apóstol más y emprende el viaje con Lucas, que luego escribirá su evangelio.
Jan Dobraczynski, alias de Eugeniusz Kurowski, nació en 1910 y murió en 1994. “Participó en la defensa de Polonia ante la invasión por Alemania en septiembre de 1939 y posteriormente en el Levantamiento de Varsovia, alcanzó el grado de general de brigada. Fue miembro del parlamento comunista de la I y IX Legislatura, Activista católico y nacional, miembro del Comité Polaco de Defensores de la Paz en 1949.” (Wikipedia). Es de admirar cómo un escritor como él, que vivió tiempos turbulentos en Varsovia cuando la invasión nazi, haya expresado su gran fe y su conocimiento de los Evangelios en este escrito memorable. En la visita a Polonia de Juan Pablo II en 1983 tal vez el papa tuvo tiempo de entrevistarse con Dobraczynski, entonces presidente del Movimiento Patriótico del Renacimiento Nacional. No hay información al respecto, pero es posible que lo hiciera, sobre todo si el Papa conocía las Cartas de Nicodemo.
Septiembre 2020