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UNA TIERNA Y APACIBLE VICTORIA

Taylor Caldwell

Barcelona, Ediciones Grijalbo, 1981, 477 p.

“Nueva York, al término de la segunda guerra mundial. Johnny Fletcher, capellán del ejército americano, regresa de Europa acompañado de un grupo de niños que ha rescatado del horror nazi” (Carátula). Son cinco los niños rescatados: Jean, de unos once años; Kathy, también de esa edad; Max, de diez, Pietro, de ocho y Emilie, de cinco. Ellos proceden de distintos campos de concentración y vieron morir torturados a sus padres y hermanos. Jean tiene el hombro izquierdo torcido y la pierna casi inservible por las torturas que sufrió de muy niño. El capellán los rescató de un castillo abandonado en Salzburgo, y va entendiendo de qué país proceden, cuando hablan entrecortadamente o en sueños: Jean probablemente es francés, Max, alemán, Pietro, italiano, Kathy, holandesa o danesa y Emilie… Cuando el capellán, al que le llaman papá porque él los ha adoptado, los lleva a una iglesia, se ve que proceden de religiones diferentes: protestante, católica y judía.

El capellán Johnny es destinado a la parroquia de Barryfield, una pequeña ciudad carbonífera a unos 50 km. de Nueva York y a la que ningún ministro quiere ir. Todo está sucio, contaminado de hollín. Va con los cinco niños y con la señora Burnsdale, que hará de ama de llaves. Allí se encuentra con el doctor McManus, todo un personaje, colérico, mandón, muy rico, hijo de un antiguo ministro evangélico en ese pueblo. Aparentemente ateo, en permanente reclamo a ese Dios en el que no cree por todo el mal que la ha tocado ver. Pobre y maldito tonto, le insulta a Johnny por haber aceptado esta parroquia. Pero, en contraste con su mal talante, hace instalar alfombras, grifos y muebles nuevos en la vicaría, para asombro de todos los que le conocen en el pueblo y que le consideraban tacaño. Ese hombre será después clave en

el amor que sabe despertar en los niños y en su generosidad para con todos.

Pero Max es atacado en el pueblo por un adolescente de mente enferma que le acuchilla y casi lo mata. Sólo Johnny es capaz de devolverle la vida con su amor y sus cuidados, porque Max había regresado anímicamente a los tiempos nazis en que fue torturado. Ahora van a operar a Jean, porque Dios le va a curar, como le asegura su papá Johnny. El doctor McManus le opera y terminar por recuperar sus movimientos. Dice que será sacerdote, de origen católico como es.

Es interesante ver cómo la autora, que es católica, introduce una imagen muy bonita y bondadosa de Dios para los niños por medio del capellán Fletcher. Además, este buen párroco protestante habla y respeta al párroco católico de Barryfield, y al rabino, y se ayudan en atender a una población asfixiada por los humos de las minas.

En Barryfield no quieren a Fletcher y menos a sus hijos, porque piensan que los extranjeros les quitan los empleos e impiden que se enriquezcan. Un adolescente le pega una pedrada en la sien al párroco Johnny y casi lo mata, pero luego, arrepentido, lo cuida.

Ya repuesto y a iglesia llena, el párroco Johnny Fletcher tiene un sermón vibrante, del que destaco unas líneas: “Los pueblos son los responsables de los déspotas. Porque los quieren tener. Les dan lo que ellos exigen: ansiosamente en la mayoría de los casos, pasivamente en otros. Los pueblos son culpables de sus tiranos, porque facilitan el ambiente en el que los tiranos se desarrollan con sus exigencias, sus apetitos, sus odios y envidias de masa, su desprecio por sus congéneres, sus prejuicios, ignorancia y falta de virtud, su ateísmo que invade incluso las iglesias, su decisión obstinada a disfrutar de lo que no han ganado ni merecen, la ambición loca, la ausencia de caridad y amor. Los pueblos exaltan a los que prometen satisfacer cuanto hay de malo en ellos, ya mediante la confiscación, la revolución o el crimen”. (p. 218) El sermón aparece en la prensa por arte de Lorry Summerfield, mujer periodista, hija del director del periódico local. El padre de Lorry, capitalista empedernido y director del periódico, jura que se vengará del párroco, a quien acusa de haber trastornado a su hija.

La directora de la liga femenina quiere despojar a Johnny de sus hijos y devolverlos a Europa, alegando que son una carga para el Estado. Es una mujer repugnante y McManus, ahora convertido en amigo y defensor del párroco, la echa a patadas de la vicaría. McDonald

Summerfield, el padre de Lorry, es el enemigo principal del párroco, pero irá cambiando por arte de Johnny, que tiene con él diálogos muy sinceros y de aprecio por él.

La autora de la novela transcribe como si los oyera varios sermones del párroco. Por ejemplo, el del Día de Acción de Gracias es particularmente bello, lleno de unción y agradecimiento a Dios. (pp. 312-3) También es muy bonito el capítulo en el que relata la visita del padre Johnny a una señora moribunda, que ya no creía en Dios, pero que recobra la fe y el amor de su hija.

Es terrible el capítulo sobre el incendio de la vicaría y la muerte de la pequeña Emilie. Le deja a uno atormentado y casi repitiendo lo que exclama Johnny: ¡Padre, no les perdones, porque saben lo que hacen! A consecuencia de ambos sucesos Johnny entra en una profunda depresión de la que no pueden sacarle sus amigos, porque a todos rechaza, especialmente a Dios. Sólo Lorry, su amada en sueños, logra sacarle de ahí y se presenta como su amor presente y futuro.

Descubre la policía al asesino, un comunista ignorante, de mente pobre, que se ha creído que el pastor Johnny es un rico explotador, y la autora denigra una vez más del comunismo y de todas las doctrinas que pervierten a la gente sencilla: fascismo, nazismo, etc.

El padre de Lorry, arrepentido de sus posturas en los editoriales, hace un buen resumen de lo que significó para Barryfield la venida de Johnny Fletcher: “De no haber venido usted, yo estaría probablemente muerto ahora, Lorry seguiría siendo una muchacha desesperada que lo odiaba todo, mi hijo continuaría despreciándome, y mi esposa me habría abandonado sin duda. Además, la gente seguiría muriendo por el humo en esta ciudad, usted jamás habría rescatado a esa niñita, Debby, y Al seguiría siendo el viejo violento y odioso que era”. (pp. 454-5)

La autora de esta novela, Janet Miriam Holland Taylor Caldwell, también conocida por sus seudónimos Marcus Holland, Max Reiner y J. Miriam Reback, fue una escritora británica que vivió entre 1900 y 1985. Se casó cuatro veces, la última cuando tenía 78 años, lo cual causó gran rechazo de su hija mayor, dada la enorme diferencia de edad entre los contrayentes. Por lo que se ve, todo un personaje, divorciada dos veces, muy sensible al dolor ajeno. En esta novela muestra una sensibilidad fuera de serie y no es de extrañar que fuera tan alabada, reconocida y vendida. Leerla es meterse en el mundo interior de los personajes y ver cómo los niños van abandonando sus terribles complejos de dolor y

rechazo, y ven en Johnny a un verdadero padre, que les va introduciendo en el mundo del amor a Dios y a los demás.

No entiendo por qué el título dice “una victoria tierna y apacible”, porque de apacible no tiene nada. Sí es una victoria del extraordinario hombre que es Johnny Fletcher, especialmente cuando, al final de la novela, se juega la vida por sacar a un obrero del derrumbe de una mina. Gran novela, de mucha imaginación y de gran ternura.

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