MÉDICO DE CUERPOS Y ALMAS
Taylor Caldwell
Epub Océano exprés, Maeva, 2011
El prólogo de esta novela histórica invita a que seguir leyéndola sin interrupción, cosa imposible para un “folleto” de más de 700 páginas: “Este libro trata de Nuestro Señor solo indirectamente. Ninguna novela ni libro histórico puede narrar la historia de su vida tan bien como la Santa Biblia. Por lo tanto, la historia de Lucano, o San Lucas, es la historia de la peregrinación de todos los hombres, que, a través de la desesperación y la vida en tinieblas, el sufrimiento y la angustia, la amargura y la pena, la duda y el cinismo, la rebelión y la desesperanza han llegado a los pies y la comprensión de Dios. La búsqueda de Dios y la revelación final son las únicas cosas que dan sentido a la vida del hombre. Sin ellas el hombre vive como un animal irracional, sin consuelo ni sabiduría y toda su vida es vana, sin que lo evite su posición social, poder o nacimiento.”
Lucas o Lucano es un niño muy inteligente, hijo de Eneas, un esclavo liberado. Desde pequeño dice que adora al Dios Desconocido, y presiente o sabe que no es un dios griego o romano, sino de todos los hombres. “–No sé dónde, pero lo encontraré. Oiré su voz y le conoceré. Él está en todos los sitios, pero yo le conoceré en particular y Él me hablará, no sólo a través de la luna, el sol, las flores, las piedras, los pájaros y el viento, el alba y el ocaso. Yo le serviré y le daré mi corazón y mi vida.” Le llama Padre, lo cual es una novedad enorme frente a los dioses crueles y libertinos de griegos y romanos.
Su amo, Diodoro, no sale de su asombro, sobre todo cuando Lucano le da unas hierbas y una piedra, para Rubria, la hija de Diodoro prendida en fiebres. De su curación se ha hecho cargo Keptah, un caldeo esclavo de 40 años, que sabe de emplastos y hierbas, y también de la historia de Babilonia, y que comprueba asombrado que lo que cura a la niña es lo que le da Lucano. Diodoro encarga a Keptah que transmite su saber a Lucano para luego enviarlo a estudiar medicina a Alejandría. Keptah sabe que la niña tiene una enfermedad que no le va permitir vivir mucho tiempo.
Keptah lleva a Lucano a Antioquía y lo introduce en un templo silencioso y magnífico, que preside un altar con una enorme cruz, a la que se abraza Lucano. Tres personajes entran en el templo y se asombran al ver la devoción del niño Lucano, que ahora tiene 13 años. Uno de los tres le dice a Keptah:
“–No estás equivocado, hermano -dijo-. Tienes razón. El muchacho es uno de los nuestros. Pero no puede ser admitido en la Hermandad, aunque no puedo atreverme a decirte por qué. Existe para él otro camino y otra luz, aunque a través de largos y desolados lugares, grises y áridos, y él debe encontrarlo. Dios tiene para él una tarea que deberá realizar antes de que haga su último viaje, y un mensaje único que darle. No te sientas desolado ni llores. Has obrado bien y Dios aprueba tu labor. Muchos serán llamados desde los más remotos lugares de la tierra, pero cuándo y cómo son escogidos no está en nuestras manos sino en las de Dios.”
Lucano descubre con asombro que un rico mercader le codicia y lo quiere comprar. No sabía de obscenidades ni de tendencias homosexuales. Keptah lo defiende con astucia y aleja al mercader. Rubria se enamora de Lucano cuando llega al comienzo de su adolescencia, pero el chico de 16 años ha hecho un voto al Dios Desconocido de no casarse. Keptah ve que Rubria recae en la enfermedad blanca y se lo dice con dolor a la madre Aurelia y a Lucano. Este se rebela contra ese dios que permite que la niña muera. Hay una escena profética en la que Rubria, que siente la muerte próxima, le regala a Lucano la cruz de oro que le había dado Keptah:
“– Llevó la mano a su pecho y extrajo la cruz de oro que Keptah le había dado y la puso en la palma de la mano de Lucano. Luego miró al cielo-. Keptah es un hombre extraño y lleno de sabiduría, Lucano. Él me ha dicho que Uno que morirá sobre esta cruz está viviendo con nosotros en el mundo ahora, apenas más que un niño. Dónde Él vive nadie lo sabe, y quién es Él sólo lo sabe Su madre. Su nacimiento fue profetizado por los sacerdotes de Babilonia hace miles de años, y Él ha venido. Él nos conducirá a la vida eterna, y allí no habrá más muerte, sino únicamente gozo.”
Lucano ha quedado destrozado con la muerte de Rubria y entra en una depresión religiosa parecida a la de Job:
“–¿Para qué nace el hombre? Nace tan sólo para marchitarse en el tormento y luego morir tan ignominiosamente como ha vivido y en la misma oscuridad. Clama a Dios, pero no recibe respuesta. Apela a Dios, pero apela a un verdugo. Sus días son cortos y nunca están libres de tormento ni dolor. Su boca se extingue con polvo y desciende a la tumba y el terrible enigma de su ser permanece. ¿Quién ha vuelto del sepulcro con un mensaje de consuelo? ¿Por qué no ha dicho Dios nunca «levántate y aligeraré tu carga y te conduciré a la vida?» No, no ha habido un tal Dios ni nunca lo habrá. Él es nuestro enemigo.”
Keptah es un excelente médico, además de filósofo, y le va enseñando a Lucano cómo él hace para curar a los esclavos de su amo y de los que se lo piden. Lucano ve cómo hace una operación de tumor a una mujer y le impresionan los cortes con el escalpelo, la sutura con hilos de tendón, el enorme tumor que le amputa. Se alegra de haber sido su ayudante.
Se va convirtiendo en un sanador de fiebres con solo poner su mano sobre la frente del enfermo; es un partero que toma al bebé recién nacido como si fuera su padre. Su voz aleja el terror o la conciencia de culpa. Pero no puede impedir que muera Aurelia, la esposa de Diodoro, de un parto prematuro en el que también muere el niño. La crisis de fe de Lucano es inmensa, pero reacciona y da respiración artificial al bebé hasta que logra que sobreviva. Es un milagro.
Hasta aquí la primera parte de la novela, que presenta un Lucano o Lucas totalmente inventado, muy atractivo físicamente, muy inteligente y dotado de poderes sanadores. Keptah el caldeo es de gran importancia para Lucano porque le enseña su talento médico e incluso le introduce en la cirugía. Diodoro, perpetuamente enamorado de Iris, la madre de Lucano, se casa con ella a la muerte de su esposa Aurelia, y tiene con ella varios hijos.
Lucano está en Alejandría desde hace tres años y está a punto de concluir sus estudios de medicina. Los profesores de toda clase de ciencias son unos creídos, a excepción del judío José ben Gamliel, adorador de Yahveh, que va introduciendo al joven Lucano en la espiritualidad judía. Pero Lucano sigue reclamando a Dios por tanto dolor que sufren los inocentes y que sufrió él con la muerte de Rubria. Un hindú le va introduciendo en el hinduismo y le enseña sánscrito. El judío José ben Gamliel refuta al hindú:
“–No. Tan sólo hay que considerar la ilimitada armonía de la naturaleza, que refleja a Dios; sus leyes precisas que nunca se desvían, su exactitud. Dios es la Ley, y la Ley es perfecta e inmutable. Considera los diez mandamientos, la Ley. El hecho es que cuando el hombre rompe la ley sufre mucho o física o espiritualmente, algunas veces de las dos maneras; y cuando obedece la Ley disfruta de paz, amor y justicia y que, si sufre un dolor mortal, su resistencia espiritual demuestra sin duda que la perfección no está fuera sino dentro de su alcance. ¿Por qué pues han de existir continuas reencarnaciones? No. La expiación se realiza en forma espiritual, en el reino de la obediencia donde el alma puede purificarse y limpiarse a sí misma.”
Lucano participa de la mentalidad de que las enfermedades son a la vez corporales y anímicas y por eso no se ríe de las invocaciones taumatúrgicas de los egipcios, sino que las incorpora a su práctica: “Estos egipcios no están tan equivocados como los otros creen. Te darás cuenta de que, cuando pones tus manos tiernamente y con amabilidad sobre la fiera resistencia de un paciente, los egipcios se interesan enormemente, aunque los otros se mofen de ti. Porque los egipcios han descubierto, por medio de la observación, que tienes
un poder de curación misterioso. Los otros son racionalistas, tan sólo creen en las recetas y la cirugía. Los egipcios, sin embargo, habrás observado, no pertenecen a la escuela de Cnidos, que trataba tan sólo el órgano enfermo. También creen, como nosotros, que el hombre enfermo es parte de la totalidad.”
Es muy hermosa la curación de Odilio, un esclavo joven que había sido condenado a muerte y que ahora sufría dolores de cabeza fuertes y constantes. Lucano consigue que le den la libertad y Odilio se cura, ante el asombro de los médicos griegos y romanos presentes.
Eleazar ben Salomón es un judío muy rico, pero que está postrado en agonía. Lucano lo visita y se da cuenta que esa enfermedad mortal es por el secuestro de su pequeño Arieh, niño de dos años, del que nadie sabe nada. Lucano le promete averiguar sobre él y Eleazar muere apaciblemente. Eleazar vuelve a renegar de ese Dios que tanto hace sufrir a sus devotos: “Pensó en el niño Arieh. Estaba convencido de que estaba muerto, asesinado a causa de la malicia y el odio y, por primera vez, Lucano se volvió contra el mal en el hombre, contra su crueldad y falta de piedad, contra su avaricia y envidia, contra su sed de sangre e incontrolada dureza de corazón y contra los crímenes cometidos contra el prójimo. Había otro enemigo además de Dios; el hombre mismo. En aquellos tremendos momentos Lucano odió por igual al hombre y a Dios y se sintió cansado de su propia vida, su propia presencia en el mundo de la humanidad. El universo era malo hasta las entrañas; las mismas estrellas estaban todas con un tinte de vida. Todo aparecía engrandecido, torcido y deformado ante los ardientes ojos del joven griego. Estaba borracho de ira.”
Luego cura de la lepra a Sira, que había sido perseguido por atreverse a entrar en la ciudad a pesar de estar leproso. Él y su esposa Asah sienten que han sido visitados por Dios mismo. Lucano se niega a ir a Roma, si es para ocupar el puesto de médico que Diodoro le ha conseguido, un puesto bien remunerado, porque él quiere servir a los oprimidos y abandonados, a los más pobres, a los moribundos.
Lucano se despide de sus profesores para regresar a Roma. El judío José ben Gamliel le cuenta el nacimiento de un Mesías hace trece años en Belén, que ha venido a cumplir las promesas hechas por Dios a Abraham. Lucano conoce las escrituras judías, pero no se conmueve. El hijo de José estaba entre los asesinados por Herodes y su esposa murió de dolor. José le cuenta la impresión que le produjo ver a Jesús entre los doctores en el templo de Jerusalén: “Tenía el aire de un rey, aquel joven campesino de Galilea, con sus manos gastadas por el trabajo, sus pies desnudos y su elevada cabeza. Creo que fue su aspecto lo que evitó que los doctores y eruditos le mandasen salir con enfado. No consideramos a la gente de Galilea con mucho respeto. Son pastores y trabajadores y su hablar es iletrado, puesto que son gente muy
humilde. Pero aquel muchacho parecía un rey. Se sentó entre nosotros y habló con nosotros y pronto nos sentimos sorprendidos por sus preguntas y sus respuestas, porque, a pesar de su acento galileo, hablaba como quien tiene autoridad y con un profundo conocimiento. Nos sumergimos con él en una conversación. Le preguntamos las más difíciles y oscuras preguntas y las contestó con sencillez. Era como si la luz penetrase en una oscura habitación llena de libros eruditos y polvorientos. Y él apenas había salido de la niñez, aquel joven campesino de las áridas y cálidas montañas de Galilea, donde no hay doctores ni hombres sabios.”
El barco en el que viaja Lucano a Roma con su maestro Cusa está infectado de peste, pero que sólo afecta a los esclavos que reman cuando no hay viento. Lucano se empeña en atenderlos y ocurre un milagro: después que él recorre las profundidades consolando y repartiendo desinfectantes, la peste cesa. El capitán, Galo, cree que es el dios Apolo el que ha visitado a los enfermos.
Diodoro da un discurso apasionado en el Senado, gritando contra el envilecimiento actual de las autoridades, que solo buscan su propio provecho. El César Tiberio reacciona como soldado admirado y no como objeto de la tremenda crítica. El corazón del apasionado Diodoro no resiste y muere al día siguiente. Tiberio preside las honras fúnebres para admiración del Senado.
Lucano vive desorientado sobre su futuro, aunque su trabajo de médico de los esclavos es lo único que le gusta. Keptah trata de sacudirle: “Tu naturaleza es caótica, barrida por los vientos de la anarquía, insensata, inspirada sólo por la violencia; una vida clamorosa, pero, esencialmente, sin ningún propósito. La civilización para ti es el patético esfuerzo del hombre por poner orden en la naturaleza, regulada de alguna forma que tenga significado. Tu naturaleza, en su siembra, crecimiento y muerte, es una suma sin la ecuación correspondiente, un círculo que no conduce a nada, un árbol que florece, da fruto y muere en un desierto gris. Tales pensamientos son mortales; están amenazados de muerte”.
El César Tiberio manda llamar a Lucano, porque este ha rechazado su oferta de hacerle médico principal de Roma. La conversación entre ellos es sorprendente y encantadora, porque nadie había tratado al César como un amigo igual. Tiberio le manda que se quede en el palacio real por seis meses. La novela presenta a Lucano como un gran luchador, que hace volar por el aire a dos jóvenes luchadores. Es invitado por Julia, la esposa de Tiberio, a un banquete imperial, donde se emborracha y responde a las caricias de esa mujer. Pero cuando ella se sobrepasa, él la arroja lejos de sí. Ha firmado su sentencia de muerte.
Plotio, capitán de los pretorianos, le ayuda a huir y logra un decreto de destierro del emperador. Al comienzo de la tercera parte de la novela (p. 424) Sara ben Eleazar, constante enamorada, le escribe a Lucano y le predice su futuro: “José ben Gamliel, poco antes de su muerte hace dos años, ante la
vista del templo: «Algún día Lucano vendrá aquí y encontrará a aquel a quien ha estado buscando durante todos los días de su vida.»
Le cuenta que en su reciente viaje a Jerusalén un joven como de veinte años le había consolado diciendo su nombre y ofreciéndole un jarro de vino. «Basta. Incluso su memoria me hace soñar y me inunda de un sentimiento de gozo. ¿Era un ángel vestido humildemente como los ángeles que Abraham recibió en su tienda? Deseo creerlo así, casi lo creo así. Me acojo a la memoria de su rostro.»
Lucano libera a un esclavo noble, de origen africano, que no decía nada ni parecía comprender palabra alguna. Lucano sabe que no es así, le lleva a su casa y hace que el antiguo esclavo escriba que su liberador le llevará a él. ¿A quién?, pregunta Lucano. «Aquél que librará mi pueblo de la maldición de Cam, mi antepasado, y es Él a quien busco. Y a través de ti le encontraré y sólo a través de ti, porque Él te ha señalado.»
Hay una escena de la curación de los ojos destrozados de Ramus, el rey negro africano a quien dio la libertad, que es un verdadero milagro, que ni el propio Lucano se explica. Pero el tiempo pasa y va desprendiéndose de la ira contra Dios que le atormentó siempre. La novelista va presentando premoniciones de su vida futura. Un viejo sacerdote de Corinto le había dicho: “Dios no está nunca ausente de los asuntos del hombre, aunque con frecuencia no nos damos cuenta de su presencia. Yo sé que se aproxima una tremenda revelación, pero desconozco en qué forma ocurrirá. Dios se manifestará a sus criaturas con poder una vez más, como lo ha hecho en edades pasadas, y hasta la tierra se estremece expectante. Lo presiento, lo sé. Puesto que el mundo ha perdido la visión de su rostro, Él se revelará de nuevo, quizá con furor, pero, sin duda, también con amor.”
Lucano recibe una carta de su hermano Prisco, que ha viajado a Jerusalén: «Encuentro a los judíos muy interesantes. En la actualidad toda Judea se estremece con el nombre de un Maestro judío, un tal Jesús de Nazareth, que prefiere hablar con la plebe a unirse con los hombres sabios de la ciudad. El rumor que corre entre ese bullicioso populacho es que es el Mesías, uno acerca del cual existen profecías de hace siglos en las que afirman que les libraría de Roma. ¿No es esto ridículo? Los sacerdotes le desprecian como a un campesino descalzo. Va siempre acompañado de seguidores tan pobres como él mismo. Naturalmente, nadie importante le toma seriamente. Algunos de nuestros soldados declaran que hace milagros y que es un verdadero Dios; no hay que confiar mucho en la palabra de los ignorantes y nuestros soldados son supersticiosos.”
Y en otra carta posterior: «Me han dicho que ese Maestro ha resucitado muertos, que ha alejado la locura de las mentes de los hombres, que todos quienes están al alcance de su voz se llenan de un éxtasis de gozo. Va de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, curando, según se dice, y cuando el
pueblo habla de él, todos se sienten poseídos por un divino éxtasis. ¿Es Apolo bajo la forma de un pobre campesino judío, o Mercurio, o Eros? ¿Está próxima a ocurrir una gran revelación? Los hombres sabios, de la casta que aquí llaman fariseos, o se ríen abiertamente o están furiosos. Les ofende que un hombre que no posee nada, que no es un erudito, que carece de familia, sin poder personal, sin recomendaciones de hombres distinguidos, pueda atraer tras sí a multitudes en el momento de su aparición. Tienen miedo de que incite a los judíos a un alzamiento contra los romanos y este temor está justificado porque su influencia sobre el pueblo es extraordinaria.”
Arieh, el hijo de Eleazar ben Salomón, que fue secuestrado cuando tenía dos años, se convierte en esclavo de Lucano, sin saberlo éste, pero que le cura una herida grande que le hicieron en la frente. Lucano cae en la cuenta que ha cumplido su promesa de encontrar a Arieh y está feliz. Le habla de Dios y de su antiguo odio hacia Él, que nunca supo explicar. Había recobrado la libertad interior y estaba esperando una orden no sabía sobre qué, pero que no dudaba llegaría. En un puerto donde se refugian se encuentran con un judío muy rico pero moribundo, a quien atienden y que les cuenta cómo Jesús de Nazaret fue clavado en una cruz la Pascua pasada, cuando hubo un gran temblor de tierra y los cielos se oscurecieron. Ese judío de llama Hilel ben Hamram y cuenta cómo Jesús le invitó a seguirle y él no quiso abandonar sus muchas riquezas. Pero le siguió de lejos y ahora les cuenta a Lucano y Arieh todo lo que sabe sobre él. Esto dará origen al evangelio según san Lucas:
“Lucano escuchaba con profunda atención los relatos de Hilel. Cuando a última hora de la noche quedaba solo. Empezó a escribir aquellos relatos. Escribía con la precisión, la brillantez, la fuerza y exactitud de un erudito griego, aunque también con la calma de un filósofo, pero a la vez con apasionada elocuencia. Le parecía haber presenciado con sus propios ojos todos aquellos acontecimientos. A medida que escribía veía las escenas, oía las voces de la gente, y así empezó su Gran Evangelio, un relato universal, destinado a todos los hombres, porque tenía la perfecta clarividencia, ausente en Hilel, de que Dios se había vestido en carne mortal no sólo para los judíos sino también para los gentiles.”
“–Como tú sabes, Lucano, las profecías han predicho durante siglos que el Mesías descendería de la casa de David y se dice que Jesús desciende del tronco del gran rey. He oído decir que su madre recibió la visita de Gabriel y que el ángel le anunció el nacimiento del Mesías prometido. Pero debes verificar estas cosas personalmente cuando estemos en Israel. Lucano pensó en la Madre del Mesías, que Hilel no sabía ni cómo se llamaba. Una noche recordó que José ben Gamliel le había hablado de Ella. Cuando su Hijo era tan sólo un niño había visitado a los ancianos y eruditos en el Templo. La más dulce y tierna de las emociones se apoderó de Lucano. Empezó a pensar en Ella como la representación de todas las mujeres que había conocido y había amado: Iris, su madre, Rubria y Sara, su inteligente e infantil hermana Aurelia,
que amaba a todas las cosas creadas. Deseó llegar a la presencia de María, aunque no conocía entonces ni siquiera su nombre. Ansiaba oír de sus propios labios la historia del nacimiento de su Hijo, su infancia, juventud y mayoría de edad. Sin duda Ella le podría contar más cosas que ninguno de sus seguidores. Ella le había llevado en su vientre, le había amamantado, enseñado sus primeros pasos, tejido sus vestidos, cosido y lavado. Si alguna vez había estado enfermo le había cuidado y velado sus noches. Ella había oído sus primeras palabras y visto su primera sonrisa. Mientras Lucano pensaba en María empezó a sentir un apasionado deseo de estar en su presencia, oír su voz. Empezó a amarla. Ella era el Gran Misterio, era mujer y las mujeres siempre le habían confiado sus más profundos secretos.”
Prisco, que Lucano ama como hermano, está enfermo en Cesarea. Tiene cáncer de estómago y está moribundo. Se alegra cuando llega Lucano y le confía algo muy grave antes de morir: que recibió órdenes de ejecutar al supuesto Mesías y lo ejecutó junto con dos ladrones que habían sido condenados a muerte. Le describe con todo detalle el camino de Jesús al monte Calvario y su crucifixión. Prisco le ofrece vino para calmar su sufrimiento, que Jesús rehúsa. No entiende tampoco que perdone a los que tanto daño le hacen. El relato de Prisco conmociona a Lucano y le lleva a una confesión de fe, imposible para él hasta hace poco tiempo: Jesús es Dios, Él ha resucitado. Y prorrumpe en una hermosa oración:
–Oh, Tú que me has atraído de los desiertos desolados, de la oscuridad, de la esterilidad, por causa de Tu amor y Tu eterna misericordia. Oh, Tú que eres compasivo más allá de toda imaginación, Tú que has perseguido mi vida para llevarme a Ti. Tú que conoces el sufrimiento de los hombres porque Tú lo has sufrido. Oh, bendito eres en mi alma y yo te imploro que aceptes mi vida para que pueda servirte a Ti. Siempre te he amado incluso cuando contendía contigo a causa de mi falta de comprensión. Sé misericordioso para mí, un pecador, un hombre sin importancia. Oye mi voz que te implora. Ten misericordia de mi pobre hermano, a quien le fue concedido el mérito de verte en carne, él te ama y te conoce. Tráele la paz, líbrale del dolor. Si debe morir concédele una muerte tranquila sin más angustia. ¿No eres Tú compasivo para con todos tus hijos?”
Prisco se levanta curado del horrible cáncer y atribuye a Lucano su poder milagroso. Lucano se lo atribuye a Dios: –¡Oh!, que me hayas escogido a mí, a mí, que te odié. ¡Oh!, que hayas condescendido hasta mí cuando yo te había rechazado. ¡Oh!, que hayas andado conmigo, cuando te había rehuido a través de todos los años de mi vida. Perdóname, Padre, porque no sabía lo que hacía.”
Otra resurrección como la del hijo de la viuda de Naim ocurre cuando Lucano resucita a una joven que llevaban a enterrar. El marido y el padre se arrojan a los pies de Lucano, pero él les dice que no estaba muerta, sino dormida.
Al llegar a Jerusalén Lucano se hospeda en casa del rico Hilel, que no había querido seguir a Jesús, pero que luego se encontró con Pedro y se hizo cristiano. Hilel le dice que se lo presentará, y conocerá también a Santiago y a Juan, los hijos del Zebedeo. Al día siguiente es invitado por Pilatos y este le cuenta los rumores sobre la resurrección de Jesús. Le dice que seguramente se lo llevó José de Arimatea cuando aún no había muerto, lo curó y luego esparcieron la creencia de que había resucitado. –¿Puede un hombre sensible creer que esto sea sobrenatural? Fue un chiste de mal gusto, ciertamente, con la idea de engañar y producir asombro en los pechos de los simples; una pretensión de que la profecía había sido cumplida. Mira, Lucano, soy un hombre educado de una familia noble. Esperas que yo crea estas insensateces acerca de un miserable e inculto Rabbí de Galilea. ¿Quién podría inspirar menos a los dioses?”
También están presentes Herodes Antipas y su hermano Felipe, a quien Herodes le quitó su esposa Herodías. Hay una discusión muy fuerte entre ellos y Pilatos interviene para que la cosa no vaya a mayores. Lucano se retira y luego escribirá lo que ha oído sobre Pilatos y Herodes. Le llevan a visitar a Santiago y a Juan su hermano, de modales secos y ásperos. “Bajo las dos miradas poco amistosas Lucano habló con vacilación del evangelio que estaba escribiendo. Les dijo que en su viaje había oído mucho del Mesías. Tan sólo deseaba que ellos le dijesen lo que sabían a fin de poder continuar su trabajo.”
Se ve que la novelista no le tiene mucha simpatía a Juan: “Contaba las historias con un aire de furioso desafío, como retando a la incredulidad y presto a lanzarse sobre ella.”
Lucano cabalga luego un hermoso caballo por toda Judea a la orilla del Jordán y llega a Nazaret para conocer a María, la madre de Jesús. Así la describe: –Busco a María, la madre de Jesús -dijo-, he recorrido un largo camino por venir a hablar con ella. Sin decir una palabra subió los peldaños. Vio por el reflejo de la luz que era joven y delgada, sus ropas eran baratas, un sencillo vestido azul y un pañuelo blanco anudado en la cabeza; mientras ascendía los escalones pudo ver su rostro, era extremadamente hermosa, suavemente pálida, poseía una elegante barbilla y una nariz delicada y pálidos labios rojos; tenía los ojos azules más encantadores que él había visto. Un rizo de dorado cabello se escapaba rebelde de su tocado. Tenía el aspecto y la esbeltez de una muchacha joven, sus pies estaban desnudos y eran blancos.”
María le cuenta todo lo que después él narrará en su evangelio: la visita del arcángel Gabriel a Zacarías y el embarazo prodigioso de Isabel; la anunciación del ángel y la promesa de la encarnación del Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo; la visita de María a su prima Isabel. Lucano se hospeda en una humilde posada y el posadero le cuenta de Simeón y su profecía en la presentación del Niño en el templo, y cómo Jesús aprendió de José a trabajar la madera. Sigue
el relato hablando de Juan Bautista, del bautismo de Jesús y de la voz del Padre recomendándolo.
Lucano recibe una carta de Hilel en la que le habla de Saulo, su huésped, y le narra su conversión camino de Damasco. Le pide a Lucano que regrese y vaya con Saulo a ver a Pedro. Saulo tiene un carácter impetuoso y arrogante, y se cree superior al mismo Pedro. No sabe qué pasará cuando los dos se encuentren, testigo Lucano. Éste siente espontánea simpatía por Saulo:
“Tenía la impresión de que él y Saulo se comprenderían uno al otro, porque ninguno de los dos había visto el Mesías en la carne. Le habían visto sólo en su espíritu; y sin duda que la visión del espíritu era más pura que la de los ojos mortales. Pensó en Saulo con un repentino afecto, lo cual le pareció inexplicable. Sonrió mientras consideraba a aquel hombre vehemente y orgulloso, ciudadano romano como él mismo. Saulo realizaría grandes cosas. Hablaría con enfática autoridad. Sería el acicate de los apóstoles que aun sospechan de los gentiles y les temían. Pero también sería un acicate para los gentiles.”
La novela termina con un último encuentro entre Lucano y María, que lo ve como un futuro apóstol y él la admira y la quiere como la Virgen Santísima, madre de su añorado Jesús.
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Es admirable la imaginación de la autora para describir los personajes, algunos reales y otros inventados. Lucano, que luego será san Lucas, es el más importante, desde luego. Lo presenta como un hombre muy atractivo físicamente, que desde muy joven rechazó a ese Dios Desconocido, en el que veía un enemigo de los seres humanos, que les hacía sufrir y morir. Al contacto con sus grandes maestros – Keptah, José ben Gamliel, Cusa y Hilel – va cambiando su perspectiva y le respeta, aunque no le entiende. Pero es sobre todo su poder curador extraordinario el que le va acercando a Jesús de Nazaret. Algunos de los milagros que Lucano realiza se parecen mucho a los que Jesús mismo hizo. Y se ve que la autora es mujer, ya que todas sus protagonistas femeninas destacan por su belleza, inteligencia y amor.
Una pequeña crítica. Las descripciones de los paisajes son parecidas por el uso constante de adjetivos luminosos, brillantes, de colorido sin igual. Se podría haber ahorrado muchos de ellos. Por lo demás, es una novela original por la temática y por la religiosidad que expresa.
Diciembre 2023