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PAULA

Isabel Allende

Barcelona, Plaza & Janés, 1994, 366 p.

Escrito desde la profundidad insondable del dolor, este libro es lo mejor que Isabel Allende ha producido hasta ahora. Atacada de improviso por una enfermedad extraña, la porfiria, Paula, la única hija de Isabel, agoniza en un hospital madrileño. Los médicos no saben la causa de este ataque, pero confían en que la juventud de Paula lo superará. Eso sí, es muy probable que pierda la memoria de gran parte de su pasado. Isabel se instala junto a ella a escribir las memorias de Paula niña y de sus antepasados, y termina por hacer una autobiografía espléndida, develando sin pudor sus más íntimos sentimientos y haciendo desfilar ante nuestros ojos toda una galería de personajes de su familia, a los que ella presenta sin mucho cuidado de guardar las formas o los secretos. Muchos de estos personajes están vivos todavía y no sé cómo soportarán el verse convertidos en seres públicos y tratados con cariño o sin mucha misericordia, según hayan sido sus relaciones con Isabel. El abuelo, que hizo las veces de padre para Isabel, y la abuela estarán siempre presentes en el agradecimiento de la escritora y ella se lo pagará resucitándolos como personajes inolvidables de sus novelas; su esposo Michael, con el que vivió un matrimonio sin relieve, pero que le dio a Paula y a Nicolás; su tío Salvador, derrocado por Pinochet, de quien guarda un recuerdo impecable como hombre íntegro; Juan, su hermano, curiosa mezcla de aventurero y fundamentalista religioso.

La enfermedad se va alargando. Paula va perdiendo relación con el mundo que le rodea, hasta quedar transformada en puro espíritu con un ligero revestimiento corporal. Simultáneamente va operándose una transformación interior en la madre, que se aferra desesperadamente a su hija, a pesar de que los médicos ya han abandonado la lucha por salvarla. Isabel sólo encuentra alivio en la escritura y llena página tras página con los recuerdos de su infancia, de su matrimonio convencional, de la llegada de los hijos, de la huída de Chile en los momentos duros de la dictadura, de su establecimiento en Caracas. Su visión de la Venezuela de mediados de los 70 podrá chocar a más de uno, pero pienso que así éramos vistos desde el exterior. Es más, la mentalidad de nuevorriquismo provinciano todavía no se ha evaporado de las actitudes básicas de los ricos de última hora…

La vocación literaria de Isabel despierta justamente en Caracas, donde compone La Casa de los Espíritus como un tributo a sus antepasados familiares. Ella es la primera sorprendida del éxito obtenido. Luego vendrán De amor y de sombra, Eva Luna y otras menos conocidas, cuando ya ella ha interiorizado que su vocación fundamental es escribir. Precisamente en una gira de presentación de sus libros por Canadá y los Estados Unidos conoce al que hoy comparte con ella su vida, y abandona Caracas para establecerse en California. Para ese momento, 1987, Paula ya se ha convertido en una muchacha muy bella, inteligente y generosa, que se dedica a la enseñanza en un colegio madrileño. Apenas un año después de casada le sobreviene esta enfermedad extraña, que envenena su cerebro y no tiene cura. El golpe terrible a su hija querida convierte a Isabel en un ser enormemente profundo y angustiado, que nos hace vibrar con los más desgarradores interrogantes sobre la vida y el destino. Ella no cree en Dios, al contrario de Paula, pero mantiene hasta el último momento una comunicación con su hija que la va purificando y haciéndole encontrar su puesto en la vida.

Isabel Allende ha sabido exponer a la vista de todo el mundo las grandes preguntas y los grandes sentimientos, y lo ha hecho con total sinceridad y hondura. Su valor testimonial nos conmueve al máximo, pero no hay que olvidar que se trata de una mujer que maneja como nadie la capacidad expresiva, con una sensibilidad muy honda que sólo puede provenirle de sus entrañas de madre. Otro escritor menos dotado, sobre todo del género masculino, no hubiera sido capaz de levantar en el lector tantas ampollas. Sus diálogos interiores con la hija nos permiten acompañarla como testigos privilegiados de sus estados de ánimo cambiantes, de su resolución de luchar hasta el final por retener a la hija junto a sí. Sólo cuando la hija le pide en sueños que la deje ir, deja también ella de luchar.

Agradecemos a Isabel desde estas líneas que nos haya hecho partícipes de un drama humano tan conmovedor. Literariamente su obra es exquisita. Algunos pasajes, como la descripción del parto de su nuera Celia, merecen figurar en cualquier antología.

Febrero 1995.

 

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