Madrid, DesnivelEdiciones, 3ª ed. 2011 (1ªen 2002), 365 p.
¿Qué le impulsa a un ser humano a conquistar cumbres verticales, atacado por tormentas y ventiscas, con riesgos inminentes de matarse? Las cumbres están ahí y presentan un desafío al que muchos no se pueden resistir. Conquistadores de lo inútil, los llama Lionel Terray con desprendimiento y realismo, él, que comenzó desde niño a subir cumbres difíciles, hasta llegar a ser uno de los guías de montaña más solicitados y a conquistar picos nunca antes hollados por el hombre, como el Fitz-Roy en la Patagonia, el Chacraraju en el Perú y el Makalu y el Jannu en el Himalaya. También ascendió por paredes muy difíciles, como la del Walker y la N. del Eiger. Toda su vida fue la montaña, a ella dedicó su pensamiento, sus deseos y afanes, sus sueños, su vida entera, hasta encontrar la muerte inesperadamente a los 44 años en las paredes del Vercors, un ascenso mucho más fácil de los que él había hecho por años y años.
Pero Terray fue mucho más que un escalador de cumbres difíciles; fue un hombre de intereses e inquietudes muy variadas, que fueron apareciendo en las expediciones en las que participó. Su interés por las etnias originarias en el Nepal o por los indios del Perú le llevó a filmarlos y a interesarse mucho por su cultura y por su historia. La fotografía y luego las películas fueron abriendo para él otros campos en los que llegó a sentirse cómodo. Y también incursionó en la escritura, como lo muestra este libro, que además de narrar con detalles agónicos situaciones extremas, presenta al lector un abanico amplio de lo que es el ser humano, aunque se pueda discrepar de algunas ideas que presenta. Hasta se atreve con una prosa poética, que trata de introducir al lector en amaneceres espectaculares, puestas de sol fulgurantes, tormentas espantosas que electrifican los cabellos, vientos de más de 150 km. por hora, que levantan a los expedicionarios como hojas de papel. Uno se sumerge en ese mundo de alta montaña y cuando despega la vista del papel tiene que hacer un esfuerzo para integrarse al mundo real en el que vive.
Sufrió accidentes en los que varios de sus acompañantes perecieron por culpa de aludes y desprendimientos de piedras. En uno de ellos él mismo estuvo enterrado 5 metros bajo la nieve, pero logró hacer un túnel durante cinco horas que lo rescató de morir. Como él mismo lo anuncia en el último párrafo de una forma profética, “si en realidad no hay ninguna roca, ningún serac, ninguna grieta que me esté esperando en algún lugar del mundo para detener mi carrera, llegará un día en el que, viejo y cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores”. Ese día no llegó, pero Terray nos legó este estupendo testimonio de una vida llevada hasta el límite de la intensidad.
Septiembre 2015