Caracas, Ediciones Sarrapia, 2015, 259 p.
Que Chávez fue un orador de primera, ocurrente, enfático, convincente, pagado de sí mismo, incansable… nadie lo niega y muchos lo admiran por eso. Pero que fuera un creyente en el espiritismo, que se dejara guiar por la lectura de cartas, que hiciera ceremonias santeras, que se la pasara jugando a la ouija, que hablara con Bolívar y los espíritus de los antepasados – especialmente con su bisabuelo Maisanta – es otra cosa. Este bien documentado libro muestra aspectos de la personalidad de Chávez no bien conocidos del gran público. El autor, David Placer, periodista nacido en Caracas en 1978 y que ahora vive en España, se documentó bien para este trabajo que realizó en Venezuela a partir de finales de 2012, cuando Chávez estaba muy próximo a su muerte. Placer entrevistó a la gente más cercana que tuvo el Comandante, favorables o contrarios a él, especialmente a sus compañeros de conspiración. “Los rumores sobre las brujerías y los sacrificios de animales y ritos secretos siempre han envuelto al chavismo”. Para ese grupo de creyentes Chávez fue un gran santero, brujo y espiritista, y el movimiento político que él encabezó ha perdido toda relevancia en el país actual, pero se ha convertido en un fenómeno religioso.
Chávez también se inició en la masonería después de ganar las elecciones a fines de 1998 y antes de la toma de posesión el 2 de febrero de 1999. En eso también fue devoto imitador de Simón Bolívar. Chávez se hizo santero – no hay certeza si en Caracas o en La Habana –, lo mismo que varios generales de su entorno más cercano. Placer aduce testimonios de distintos informantes y muestra cómo la santería se convirtió en la religión oficial del chavismo. Como dice Raúl Baduel, “Fidel es un hombre muy inteligente. Hizo una jugada a través de la ideología y también a través de la religión. La inteligencia cubana ha penetrado en Venezuela de manera silente. Lo hizo a través de la santería en las Fuerzas Armadas. Empezaron a llenar de babalawos al Ejército, los ministerios y las empresas del Estado para obtener información”.
Changó, dicen los santeros, fue el protector de Chávez, porque es un espíritu guerrero, dueño de los truenos, al que se le atribuye la fuerza y la virilidad. Mezclan su fiesta con la de Santa Bárbara. Changó viene siendo sustituido recientemente por Ismael, un malhechor asesinado, enterrado en el Cementerio General del Sur, al que acuden los malandros y delincuentes para que les proteja en las fechorías que van a cometer.
Vemos por tanto hasta aquí que la persona de Chávez era una abigarrada mezcolanza de todo lo que podía servir a sus propósitos: espiritismo, santería, masonería, pseudo-cristianismo, brujería. “Además de declararse maoísta, musulmán, seguidor del Che Guevara y defensor del comunismo cubano, Chávez también creía en el poder de los rituales y los hechizos”. ¿Fue su intención hacer una revolución semejante a la de Bolívar, pero esta vez contra el imperialismo yanqui, algo que lo convirtiera en un líder mundial de renombre? ¿O pretendió más bien algo más nacionalista, como hacer una sociedad más igualitaria? Lo que es indudable es que él tenía que estar en el centro de todo y despachar sin contemplaciones a los que no se le subordinaban. Yoel Acosta Chirinos, del grupo inicial de conjurados, considera que Chávez “utilizaba la fe y el miedo para expandir su proyecto político. La fe para sus seguidores y el miedo para sus detractores… y ambas le dieron buenos resultados”.
Chávez regresó a la Biblia cuando sintió que la muerte se le acercaba. Leyó muchos pasajes y los retuvo en su memoria prodigiosa. Habló con frecuencia con Numa Molina sj., que se convirtió en su guía espiritual en los años finales del presidente. “Con el tumor reproduciéndose dentro de su cuerpo, al presidente invencible, al Comandante Eterno, no se le volvió a relacionar con las prácticas paganas, los rituales santeros, los sacrificios y los despojos. Regresó a la herencia de su tierna infancia, a los tiempos que fue monaguillo y en los que rezaba todos los días en su casa”.
El Jueves Santo de 2012, ante su familia en Barinas y las cámaras, Hugo Chávez pide dramáticamente a Cristo que le prolongue la vida: “Dame tu cruz, cien cruces que yo las lleve, pero dame vida porque todavía me quedan cosas por hacer por este pueblo y por esta patria. No me lleves todavía. Dame tu cruz, dame tus espinas, dame tu sangre, que yo estoy dispuesto a llevarlas, pero con vida”.
Chávez se aparece después de muerto, según creen algunos seguidores, entre otros el presidente Maduro, a quien se le manifestó en forma de pajarito. Cabello no cree en esas cosas, pero muchos sí. Lo que sí es evidente que Chávez usó a las personas y las relegó y olvidó una vez alcanzado el poder. “El desprecio hacia los que más lo quisieron ratifica el convencimiento de su examiga, la periodista Ángela Zago, de que Hugo Chávez nunca fue capaz de amar realmente a los suyos. Solo estaba enamorado de su proyecto político, del poder que había alcanzado.”
Este trabajo contribuye a desenredar la controversial imagen con que ha pasado a la posteridad Hugo Chávez Frías. Esa imagen se irá debilitando con el tiempo – como pasa con todos los que un día fueron famosos – y es fácil que prevalezca y perdure la de un megalómano adorador de sí mismo, que provocó el enfrentamiento, la destrucción y la muerte. Otros seguirán admirándolo como un caudillo benéfico, que mejoró la mala autoimagen que tienen de sí los marginados. Hay para todos los gustos.
Mayo 2016