HIJA DE LA FORTUNA
Isabel Allende
Plaza & Janés, Barcelona, 1999, 428 p.
Varios hilos conductores se entrelazan en esta novela, que revelan las vivencias antiguas de su autora y el conocimiento del mundo norteamericano, derivado de su actual habitación en California: la crianza de su nana, una india mapuche que le enseña leyendas y recetas de cocina; la fiebre del oro desatada a mitades del siglo pasado y que atrajo a California gentes de todos los puntos del globo, entre ellos los chinos, que pasaron a ser muy importantes en San Francisco; una educación británica puntillosa y aristocrática, que deja su marca en personajes inolvidables como la tía Rose, y que tal vez la autora conoce de sus tiempos de colegiala.
Todos los hilos confluyen en una especie de saga familiar, en la que los cambios de destino y de fortuna son tan repentinos como los apasionamientos de sus mujeres, o tan vehementes como el afán de aventuras del tío John, otro miembro de la familia, que cruza los mares con ímpetu formidable, enamorando mujeres y transportando mercancías inverosímiles hasta el último rincón del mundo que es Valparaíso en aquellos tiempos.
Eliza, la protagonista, es adorable de niña, recatada de adolescente, pero audaz hasta arrostrar los máximos peligros cuando se enamora por primera vez, lo mismo que hizo su tía Rosa en circunstancias similares. El impulso de ese amor desmedido le llevará a marchar sola, disfrazada de hombre, siguiendo a una figura masculina que al final no se mostrará digna de ella, pero que habrá servido para dotarla de un dinamismo gigante, de una fuerza que se llevará por delante todo lo que se oponga a su voluntad. Junto a ella cobra importancia Tao Chi’en, un personaje interesante, mezcla de médico naturista y de filósofo de la vida, quien le va protegiendo y aconsejando en las difíciles situaciones a las que ella se enfrenta. El espíritu de su fallecida esposa Lin le va haciendo recobrar el sentido de la vida y conduciendo hacia la benevolencia.
Como en otras novelas de Allende, son las mujeres las que llevan el protagonismo, las que imprimen la fuerza y el sentido a la narración, y también un toque sutil de locura que las hace más interesantes. Los personajes masculinos son más desleídos y acartonados, a excepción en este caso del chino Tao Chi’en.
El conocimiento de las hierbas, de los aromas y sabores, de la acupuntura, de la filosofía china dota a la novela de un cierto sabor oriental. Las bárbaras condiciones que sufrieron los aventureros del oro, decoradas con ciertos toques irónicos, hacen de esta novela algo fuera de lo común. El estilo peculiar de Isabel Allende, con toques de realismo mágico y de ironía, contribuye a que se lea con gusto.
Octubre 2000