EL ORO DEL REY
Arturo Pérez-Reverte
Madrid, Alfaguara, 2000, 267 p.
Es la cuarta novela de la saga del capitán Alatriste y su ayudante Íñigo López de Balboa, que en la narración ya tiene 16 años y se acaba de estrenar como soldado en Flandes. Ya de regreso en Sevilla, el capitán recibe una encomienda desde las más altas esferas por demás delicada y difícil: asaltar un barco que viene de las Indias y despojarle del oro no declarado, en beneficio del rey y en perjuicio del duque de Medina Sidonia que lo quería pasar de contrabando. Toda la trama se desarrolla alrededor de este hecho: el reclutamiento con toda discreción de una cuadrilla de los bajos fondos, que tienen que realizar su cometido como si fueran piratas y luego esfumarse después de recibir una buena paga; el asalto al galeón, los sucesos que allí ocurren. Altos personajes de la corte se mueven en escena, incluso el mismo rey Carlos IV, quien acompañado de la reina Isabel y del valido Conde-Duque de Olivares llegan a Sevilla con toda la corte. El capitán Alatriste, más enjuto y serio que nunca, no falla en su ojo certero para reclutar gente y en su brazo rápido y bien entrenado para despachar enemigos en lances descritos con la maestría y el conocimiento de las armas de la época que caracterizan a estas novelas.
Presentes se hace también don Francisco de Quevedo y sus versos, que van contrapunteando todas las escenas de relieve. No falta tampoco la preciosa Angélica de Alquézar, dama a sus quince años de la corte de Isabel, a quien conocemos desde que Íñigo se enamoró de ella dos años atrás, y que ahora le invita a jugar con el fuego peligroso de un amor que ha prendido para su desgracia dentro del campo contrario al de su protector.
La recreación de los ambientes es sencillamente fantástica. La truhanería, la bellaquería, las falsas honras y apariencias, la persecución de una riqueza no ganada por el propio esfuerzo, el horror al trabajo, la hipocresía son moneda corriente en esa corte de los milagros y en esa sociedad en total decadencia. Como ejemplo, esta descripción de la mancebía del Compás de la Laguna:
“Y en torno al sitio menudeaba la chusma germanesca, jaques de los que juraban por el alma de Escamilla, rufianes, bravos del barrio de la Heria, tratantes en vidas y mercaderes de cuchilladas, olla pintoresca que se especiaba con aristócratas perdidos, peruleros golfos, burgueses con buena bolsa, clérigos disfrazados con ropa seglar, gaiteros, pagotes, soplones de alguacil, virtuosos del gatazo y prójimos de toda laya; algunos tan pícaros que olían a un forastero a un tiro de arcabuz, y a menudo inmunes a una Justicia de la que, ya metidos en versos, escribió el propio don Francisco de Quevedo:
En Sevilla es chica y poca,
Donde firman la sentencia
Al semblante de la bolsa”
Melancólica descripción de la decadencia de una España corrompida por el oro y plata que venía de las Indias sin trabajarlos. Íñigo López ya anuncia en unos apartes de la novela, que se adelantan varios lustros a lo sucedido, cómo terminan algunos de los personajes con los que su vida estuvo tan enlazada: su gran mentor Alatriste, su enamorada Angélica, el gran poeta de la corte Quevedo. Pero todavía faltan dos novelas al menos y unas cuantas páginas repletas de lances de honor y bellaquería, para que conozcamos el final de la historia.
Diciembre 2001