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EL PACIENTE

Michael Palmer

Buenos Aires, Emecé Editores, 2000, 333 p.

Novela trepidante, que dispara las alertas máximas en la atención del lector. Típico thriller, que parece escrito como guión para una película de acción, con todos los ingredientes de un film de taquilla: personajes malvados, armas poderosas, alardes de ciencia médica, despliegue tecnológico, suspense bien calculado, crueldad por gotas, final feliz. Se sabe que tiene que acabar bien, pero no se adivina cuándo, ni tampoco se sabe cuántas víctimas inocentes quedarán por el camino. Todo eso impide despegarse de las páginas, hasta topar con un final que el lector desearía prolongar por unas páginas más hasta ver consumado el castigo.

El prólogo es impactante, pero la atención se centra enseguida en la doctora Jessie Copeland, una excelente neurocirujana, que maneja con sabiduría las últimas técnicas y además sabe tratar a sus pacientes con cariño y atención. Alex Bishop, un policía solitario, empeñado en la persecución de un elusivo criminal, inicia una especie de romance con Jessie con el fin de acechar al asesino, que supone escondido en el hospital. Aparece en escena Gillbride, el jefe del servicio de neurocirugía, petulante, vanidoso, hinchado, pagado de sí mismo, tiránico, todo un personaje. Entra en escena inesperadamente un personaje siniestro, la encarnación del mal, el inteligentísimo y malvado paciente y su séquito de asesinos sin escrúpulos, que le obedecen incondicionalmente. La esposa de ese engendro del mal es también el reverso femenino de la encarnación del diablo: absolutamente cruel, cínica e inescrupulosa, dominante y perversa. Está por verse si tales personajes, en los que no es posible rastrear nada de humano, no hacen la novela un tanto irreal.

Con semejantes figuras en escena y un abigarrado conjunto de figuras secundarias, la acción se complica y se torna por momentos fulgurante. Las amenazas de destrucción se cumplen en los momentos más inesperados, menos mal que en personajes secundarios. El despliegue de conocimientos de cirugía cerebral es apabullante para el profano, que ve desfilar por la mesa de operaciones a varios pacientes con diversa suerte. Un terrible gas de destrucción masiva, explosivos en las puertas, toda la unidad de cirugía secuestrada y aislada del exterior. Parece que el mal triunfará, pero surge in extremis la mente brillante de Jessie, que logra enviar señales al exterior, engañar a los malvados y vencerles en el último momento, cuando ya todo parecía perdido sin remedio. Un prodigio, pues, de inteligencia, audacia y suerte. La mujer cuasibiónica, la mujer perfecta, sin parangón en la historia de las hazañas policíacas del mundo. Sólo le faltaba un cuerpo atlético y una belleza de portada de Vogue. Menos mal que no los acumula el escritor sobre una mujer ya sobreabundante en dotes. Se hacen atractivos los buenos y repulsivos los malos, como debe serlo para un lector desprevenido o para un espectador de primera fila, que salta de su asiento para aplaudir la acción arriesgada salvadora. La apuesta es a que no pasarán muchos meses sin que se anuncie la película más taquillera del año, “El paciente” (no confundir con “El paciente inglés”), protagonizada por las estrellas del momento o por actores consagrados. Digamos que Tom Cruise y Penélope Cruz estarían bien en el papel de buenos y Glenn Close y Anthony Hopkins en el de perversos.

Marzo 2002

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