LA CUARTA VERDAD
Iain Pears
Barcelona, Ediciones Salamandra, 2000, 573 p.
Novela que se desarrolla en la confusa época que siguió en Inglaterra a la muerte de Oliverio Cromwell (1658) y la restauración en el trono de Carlos II. Grupos diversos están en pugna por motivos políticos y religiosos y Pears crea un clima sombrío que le sirve como escenario para la presentación de un crimen, que luego es narrado por cuatro personajes diferentes, cada uno desde un punto de vista distinto, los tres primeros sesgados por lo que Francis Bacon llama idola, que se podría traducir por prejuicios o mapas mentales.
Los primeros ídolos o prejuicios son idola fori, los del foro, es decir, los que provienen de las equivocaciones que los seres humanos se causan hablando entre sí, creyendo o dejando de creer lo que otros les dicen. Este idolum está representado por Marco da Cola, viajero veneciano, que llega a Oxford con un cometido misterioso, y que por su excelente carácter y sus maneras fáciles y un tanto extravagantes se gana el aprecio de los notables de la pequeña ciudad. Se presenta como físico o médico y atiende a una mujer abandonada de todos, madre de Sara Blundy, una joven mujer atractiva, que no congenia sin embargo con Da Cola. Ocurre una muerte misteriosa, la del presbítero Grove, a consecuencia de la cual Sara será llevada a la horca. Él narra los acontecimientos desde su punto de vista de extranjero, de acuerdo a lo que le cuentan y a la interpretación que él hace de lo que ve.
Los ídolos de la caverna o idola specus, son los del hombre individual, que maquina y crea su propio mundo de explicaciones sin atender a evidencias que no cuadren con su modo de ver la realidad. En la novela están representados por Jack Prestcott, obsesionado en demostrar la inocencia de su padre, restaurar su fama y recuperar su herencia. Prestcott no quiere atender a las demostraciones más que evidentes de que su padre fue un traidor a la corona, y tergiversa los testimonios y los escritos, dividiendo a los seres humanos en amigos o enemigos según le puedan ayudar o le obstaculicen en su búsqueda. Él creía que Sara era una bruja que lo había hechizado y siente liberación al ver su trágico final. La obsesión se apodera de él y termina loco.
Los ídolos del teatro o idola theatri, son los que se producen cuando el ser es víctima del papel que juega o cree jugar en la sociedad. John Wallis es un criptógrafo y matemático que ve conjuras en todo y que está convencido de que gracias a sus habilidades descubridoras puede mantenerse el reino. Ve en Da Cola a un conspirador, le sigue los pasos, termina poniéndolo preso, creyendo que ha debelado la gran conspiración. Todo lo interpreta de acuerdo al cuadro apocalíptico que él mismo se monta. Hombre duro y seco, sólo se encariña con su protegido Mathew, quien es pronto asesinado y en este hecho ve Wallis la prueba irrebatible de sus sospechas.
Anthony Wood es el cuarto personaje, el más agradable y cercano al lector, anticuario y coleccionista de libros, que se enamora de Sara y descubre en ella a un personaje absolutamente distinto del que aparenta ser. La relación entre los dos es muy hermosa y llega a una conclusión del todo inesperada, que responde a la fantasía de Pears y que deja al lector perplejo y admirado de su creatividad. Wood cuenta los hechos de otra forma, con mucho respeto al pedazo de verdad que cada uno de los tres anteriores pudo entrever en los acontecimientos que cada uno narra como verdad y que no es sino la verdad de cada uno.
Desfilan por la novela una serie de hombres de ciencia y filósofos de aquella época, como John Locke y Robert Boyle, así como políticos e intrigantes como John Thurloe, Henry Bennet y lord Clarendon. Los ambientes lóbregos y lluviosos, los fríos invernales y los tugurios miserables, las tabernas y las calles, el hedor de las ropas y de los cuerpos, los carruajes y las vicisitudes de los viajes: todo contribuye a crear un ambiente de repulsión y misterio, que sólo en escasas páginas queda compensado por la nobleza de algunos personajes.
El lenguaje es reflexivo y cadencioso, muy adecuado al ambiente y a los hechos que se narran. Sirve para relatar los mismos hechos desde enfoques diferentes y contribuye a demostrar que el entendimiento entre los seres humanos se hace posible o se dificulta según el uso que se haga del lenguaje.
Abril 2002