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EL PARAÍSO EN LA OTRA ESQUINA

Mario Vargas Llosa

Alfaguara, México, 2003, 485 p.

Dos historias contadas en paralelo de dos personajes totalmente distintos, pero que buscan, cada uno a su modo, el paraíso en la tierra. Flora Tristán, revolucionaria, feminista, que consume su vida queriendo liberar a los obreros de su situación de explotación inhumana; y Paul Gauguin, el excéntrico, que pretende encontrar el paraíso terrenal en el paisaje tropical y en la vida de los maoríes de Tahití y luego de las Islas Marquesas. Ambas vidas se desarrollan en el siglo XIX, aunque Gauguin muere a comienzos del XX. Flora es la abuela de Gauguin, pero eso se va descubriendo en el transcurso de la novela y ambos no tienen nada en común salvo la persecución de la utopía. Flora sacrifica su vida personal por la causa, recorre toda Francia, da charlas, funda la Unión Obrera, despierta admiración y podría haber llevado una feliz vida burguesa con alguno de los muchos galanes que la admiran y la requieren. Su previa experiencia matrimonial traumática – estuvo casada con un sádico bárbaro que la llevó a juicio cuando Flora se fue – es determinante en su vida. Lucha contra las leyes y costumbres sociales, que oprimen a la mujer y la convierten en esclava; lucha contra la industrialización opresora, que pone a trabajar 18 horas a niños y mujeres en condiciones terribles. Su lucha es un poema de idealismo y desprendimiento.

Paul Gauguin comenzó su vida como corredor de bolsa en París, se casó de acuerdo a lo esperado socialmente con una danesa que le dio cinco hijos. Pero descubrió a los 35 años el volcán que llevaba por dentro: rompe con todo y se dedica a la pintura, soñando con un paraíso inexistente en los trópicos, donde el ser humano estaría incontaminado y viviría feliz. Comienza a pintar en Bretaña, luego en Panamá y Martinica, donde contrae una sífilis que rebrotará una y otra vez y minará su fuerte organismo. Lleva desde entonces una vida errante, rompe con todos los convencionalismos, riñe con todos y hace también grandes amigos, bohemios como él. La enfermedad venérea termina por dejarle ciego, pero le ha concedido tiempo para que pinte grandes obras maestras, en las que refleja con colores impresionistas y originales su interpretación del mundo exterior, que no es sino la proyección de su mundo interior.

Estos personajes muestran la visión de la vida con la que simpatiza Vargas Llosa. El hombre ha sido maestro a lo largo de la historia en inventar estructuras y normas que han sometido a los demás, que no les han dejado vivir libre y espontáneamente: la política, las iglesias, las empresas, las convenciones sociales, las leyes, todo ha servido para maniatar la espontaneidad y el gozo de vivir. El novelista simpatiza pues con la versión del buen salvaje que buscaba Gauguin o con la utopía revolucionaria de Flora Tristán. El novelista sabe que esas utopías no son realizables, pero no dejan de ser hermosas y despiertan admiración hacia quienes creyeron en ellas.

Vargas Llosa maneja con maestría los tiempos narrativos, y sabe presentar la historia de ambos personajes como un ir y venir entre los recuerdos y el momento presente, que evitan la monotonía de la narración lineal. Cada personaje vuelve hacia atrás reconstruyendo su vida pasada y enlazándola con el presente narrativo. Se va tejiendo así una tela espléndidamente multicolor de las andanzas de los dos personajes, que deja al lector con la impresión de asistir a dos empresas vitales lamentablemente fracasadas. Pero no importa: estas vidas son, cada una a su manera, testimonios de que el ser humano sigue buscando el paraíso en la tierra sin acabar de encontrarlo.

Julio 2003

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