MIRA POR DÓNDE. Autobiografía razonada
Fernando Savater
Madrid, Santillana/Taurus, 2003, 417 p.
Mira por dónde, parece ser que los escritores que van para viejos sienten la necesidad de contar su autobiografía: Gabriel García Márquez lo hizo en Vivir para contarla y ahora lo hace este personaje tan peculiar, Fernando Savater. Cada uno relata la feria según le ha ido en ella, pero desde luego hace falta una cierta dosis de vanidad para publicar lo que le ha pasado a uno. ¿O es una necesidad secreta de perdurar de algún modo? Por lo menos, así lo parece en el caso de Savater, quien no cree en el más allá ni parece que le haga falta. Él mismo se cuida de decir muy al comienzo que se trata de una autobiografía razonada, es decir, de un relato de hechos interpretados a la luz de la madurez. No pretende ser objetivo – ni la objetividad es sin más una virtud cuando de lo humano se trata. Pretende ser subjetivo: así es como veo lo que me pasó y es posible que si lo hubiera contado hace 20 años lo contaría de otro modo. “Lo que he contado es verdad, en cuanto yo puedo retrospectivamente establecerla. No refiero toda la verdad, pero creo que lo que digo es bastante verdadero siempre. A veces poetizo o interpreto un poco, aunque nunca demasiado… Si resulta que miento, el primer engañado soy yo”.
Que es una biografía interesante no hay duda de ello, aunque el autor, modestamente, dice que es “corrientita”. Pero en eso está precisamente uno de sus valores, porque las biografías “heroicas”, de un Napoleón por ejemplo, o de un Simón Bolívar, nos quedan demasiado grandes a la inmensa mayoría. Nos sentimos más cercanos, más apelados por biografías como la de Savater. Pero, cuidado. Lo que a él le pasa puede ser parecido a lo que les ha pasado a muchos de su generación, pero la forma como lo interpreta y lo cuenta hacen inolvidable lo que uno encuentra en la lectura. El estilo de Savater es directo, desenfadado (a veces en exceso), plástico, agradable. El lector parece que le acompaña en su recorrido de cada día y ve con él los mismos paisajes entrañables de la Concha de Donosti, fuma nerviosamente con él un puro a la espera de que se desmelenen los caballos en Lasarte, o soporta la lluvia fuerte y gris junto con el puñado de valientes que tratan de cambiar el miedo colectivo en las manifestaciones públicas contra ETA.
El tono básico de su vida ha sido la alegría, y eso es mucho decir. Es una alegría vital, que brota de una constitución bien afincada en la sensualidad y bien satisfecha, y de un talante fundamentalmente positivo, que sabe ver con mucho humor y un punto de ironía todo lo que le ocurre. La alegría como tono predominante no significa que no haya soportado fracasos (amorosos y de trabajo), padecido miedos, incubado rabias. Ni tampoco que no sea capaz de ver en los demás lo bueno y lo malo. Lo que no puede soportar es la intransigencia, la rigidez mental, el fanatismo torvo e inhumano, la frialdad del crimen. Por eso tolera poco lo militarista y no tolera en absoluto a ETA, que destruye toda convivencia, en nombre de una ideología estúpida, anacrónica y llamada al fracaso. Porque no duda que el sentido común se impondrá algún día, el sentido de la convivencia, de la tolerancia, de la solidaridad, del respeto y el amor. Aunque él no lo vea. Pero apuesta por ello.
Las amistades constituyen un capítulo importante en su vida. Relata con añoranza y un punto de ternura su amistad con Cioran, el ácido conservador disfrazado de anarquista. Lo pinta como un hombre inteligentísimo y reservado, hondamente preocupado por desentrañar ese laberinto llamado el sentido de la vida. Irónico sin llegar a cínico, desarraigado de su tierra natal, Rumania, y recluido en un piso estrecho del París cosmopolita, me da la impresión de que Savater ve a Cioran como un modelo al que ha querido imitar, tal vez inconscientemente. También admiró mucho a Octavio Paz y admira a Vargas Llosa, con los que cultivó o cultiva una amistad bien cercana.
A Bertrand Russell, Schopenhauer y Nietzsche los llama sus maestros iniciáticos, mediados por Clément Rosset. A James Joyce y Oscar Wilde también, y por eso se fotografía con sus estatuas vivientes en las calles de Dublín. Las clases de Agustín García Calvo en la Autónoma de Madrid le deslumbraron y le marcaron en sus años de universidad y luego tuvo con él una relación amistosa entrañable. En fin, siempre se dejó impactar por maestros y artistas como Eduardo Chillida que tuvieran como rasgo de vida la independencia de pensamiento y la honradez intelectual, y cultivaran un punto de ironía benévola sobre los avatares de la existencia.
Un tema latente pero poderoso en su autobiografía es el de la muerte. Ya formó el primer capítulo de otro libro suyo: “Las preguntas de la vida”, y se ve que este tema constituye una constante a lo largo de su vida. Está convencido de que después de la muerte no hay nada y la ve venir con resignación no exenta de tristeza: “Pero a fin de cuentas, todo será igual. Lo que he visto y lo que he leído, lo que rememoro y lo que imagino se confundirán en una misma niebla definitiva, la clausura de las peregrinaciones, el irás y no volverás de los cuentos terribles: todo se perderá conmigo, como las lágrimas en la lluvia”. Y es que él dejó de tener fe religiosa desde la adolescencia. Le parece que la Iglesia es una estructura de poder, de imposición mutiladora de la libertad y por eso la rechaza. Ve a los curas como personas acartonadas, esquemáticas, ancladas en un pasado medieval y esperpéntico. Se ve en ese sentido que no tuvo encuentros con hombres y mujeres religiosos de talante abierto. O tal vez los evitó. Algunos distinguen entre religión y fe, entre estructura eclesiástica y creencia personal en Dios, pero Savater echa todo por el mismo rasero. Lástima esa limitación en un talento tan agradable y cercano. Mejor así, diría él, no sea que me contagien su tristeza de vivir.
Esta autobiografía está inacabada, por supuesto. O puede ser el primer tomo de sus memorias. Esperemos que el tiempo sea benigno con él y le permita escribir un segundo tomo… e incluso tal vez un tercero.
Enero 2004