LA JOVEN DE LAS NARANJAS
Jostein Gaarder
Madrid, Siruela, 2003, 163 p.
¿Qué pasaría si pudiéramos separarnos del tiempo y del espacio y ver el universo desde fuera, como un conjunto aterradoramente inmenso de materia en expansión, que evoluciona lentamente en términos humanos hacia formas de vida y de conciencia asombrosas e inesperadas? En ese inmenso universo cada ser humano es un parpadeo imperceptible, que pasa sin dejar rastro y se sumerge en la nada de donde salió. Su vida es la participación en un cuento hermoso, en el que es protagonista por breves instantes de una historia única e irrepetible. Cobra conciencia de sí mismo cuando ya ha avanzado un buen trecho en una vida que se le ha regalado y de la que con frecuencia no es en absoluto consciente. Admira el cielo estrellado, las flores que brotan con ímpetu en primavera, y siente algo maravilloso por dentro, que le hace mirar extasiado a otro ser humano. Traba con él o con ella una relación única, y por un momento sólo existen ellos dos en el universo. La gran decisión es si empujarán a la existencia, a este cuento fugaz y maravilloso, a otros seres tan transitorios como ellos. El cuento se aproxima a su final antes de que adquieran plena conciencia de su participación en él. No nos preguntaron si queríamos participar; ahora tenemos que salir de escena. Pero ha valido la pena jugar tan breve papel en el reparto. La vida es demasiado corta y bella para dejar de lado su maravillosa realidad y vivir atropellados por mil cosas que no valen la pena.
Gaarder toca estos temas – relacionados profundamente con la astronomía, la filosofía y la religión – con la maestría sutil de un gran poeta. Los engarza en una hermosa historia, en la que cobra vida un padre ya muerto, que escribe una carta llena de preguntas sobre la vida y el mundo, sobre los seres queridos y las estrellas, a un hijo que la lee once años después. El padre cuenta su propia historia, abierta a la poesía y al misterio. El hijo va entrando en relación con un padre que no conoció y que le introduce en la conciencia de su propio curso vital y de su propia fugacidad. Se teje entre padre e hijo una historia común, separada por once años de tiempo, a caballo entre el mundo real y el mundo virtual. La madre es el puente que une ambas orillas, y ella sufre con lo que el hijo le cuenta de la carta, pero no hay marcha atrás y ella mira resignada y nostálgica a un pasado hermoso, pero irrepetible.
A Gaarder le encanta la astronomía, que nos abre a algunos secretos del espacio. Conoce cuánto puede contribuir el telescopio Hubble a desvelar el enigma. Sabe unir extremos tan desiguales como la magnitud de los espacios infinitos y un leve destello en la mirada, el parpadeo de las estrellas en una noche clara de agosto y el estremecimiento que causa por primera vez un rostro bello en un corazón de quince años. Gaarder es astrónomo, poeta, humanista, filósofo y un gran escritor de ficción. ¿Es ficción realmente la joven de las naranjas, o tiene parentesco con la biografía del autor? Ese es otro de los misterios que nos deja en herencia este noruego universal, que sabe hablar el lenguaje de la creación y transmite las vibraciones insignificantes pero irrepetibles de unos seres minúsculos y fugaces, que viven un instante de admiración y agradecimiento en un planeta perdido en el espacio, llamado Tierra.
Octubre 2004