EL JINETE POLACO
Antonio Muñoz Molina
Barcelona, Planeta, 2001 (1ª ed. 1991), 577 p.
Manuel y Nadia viven en la plenitud de su edad un amor de total compenetración, al que ayudan los recuerdos que se van contando. Van recorriendo detalladamente su propio pasado y el de sus antecesores, y en este recorrido describen minuciosamente una sociedad española pobre, pueblerina, de pequeñas cosas y grandes pasiones, debidas sobre todo a la división en dos bandos irreconciliables que lleva a la guerra. Nadia es hija de un comandante de la República que emigró a Nueva York y que la tuvo con una norteamericana a quien no quería y que murió al poco tiempo. Ella es físicamente igual a su madre, pelirroja, pecosa, bonita, y tiene con el padre una relación muy afectuosa que se va enfriando cuando entra en la juventud. A fines de los 50, cuando Nadia tiene apenas 13 o 14 años regresan a la ciudad malagueña de donde son originarios. Su padre vive al margen de los demás, se alimenta sólo de recuerdos, triste y solitario, en largas conversaciones con un antiguo fotógrafo como único amigo. La hija se enreda con un profesor de secundaria que le dobla en edad, pero lo deja después de unos meses de romance.
Manuel procede de una familia pobre. El padre cultiva hortalizas y las vende en el mercado. Manuel siente disgusto por el trabajo del campo; más bien aprende muy bien inglés con las canciones de moda y sueña con ser alguien diferente. Está enamorado de Marina, una compañera de clase, muy alejada de él en lo social y en lo afectivo. Manuel sufre, se imagina, la sigue, ve que va con otro, no se atreve a decirle lo que siente por ella, típico adolescente tímido e inseguro.
Nadia y Manuel descubren que se conocieron de adolescentes, pero apenas conservan tenues vestigios en la memoria borrosa. Sienten celos ahora de los amores respectivos de entonces. Inquieren detalles, se preguntan por qué ocurrieron tantos desencuentros, tanta vulgaridad. Al pasar los años, él se hizo traductor simultáneo en varios idiomas, viajó por todo el mundo, desarraigado, solo, aburrido, de congreso en congreso, intérprete de un organismo internacional, residiendo en Berlín, en Bruselas, en Londres. No se había encontrado a sí mismo, se había mentido, le habían mentido tantas palabras que manejaba y en las que se refugiaba para no caer en la rutina del trabajo, en la costumbre, en la familia, los hijos, la copa en el bar, los amigos de siempre, el pequeño mundo del que huyó muy pronto.
Muñoz Molina narra el mismo suceso repetidas veces, desde el pasado y desde el presente, desde el hoy del recuerdo y desde el ayer de la realidad: el encuentro amoroso, la visión del cuadro de Rembrandt, el accidente, el viaje. Lo hace morosamente, recreándose en la reconstrucción interior que cada personaje hace del suceso y a través de él, de su propia vida, en el asombro que produce ver cómo se van descubriendo, cómo van conociéndose gracias al encuentro con el otro.
Un traductor simultáneo que viaja de ciudad en ciudad le cuenta su vida a una mujer, evocando en su relato las voces de los habitantes de Mágina, su pueblo natal. Así sabremos de su bisabuelo Pedro, que era expósito y estuvo en Cuba; de su abuelo, guardia de asalto que en 1939 acabó en un campo de concentración; de sus padres, campesinos de resignada y oscura vida, y de su propia niñez y turbulenta adolescencia en un lugar en plena transformación.
En un período de tiempo comprendido entre el asesinato de Prim en 1870 y la Guerra del Golfo, estos y otros personajes van configurando el curso de la historia de esa comunidad y de España, formando un apasionante mosaico de vidas a través de las cuales se recrea un pasado que ilumina y explica la personalidad del narrador. Esta prodigiosa novela, urdida en torno a circunstancias biográficas, se transforma en una peripecia histórica surcada por tramas que se entrelazan con la principal, la enriquecen y se enriquecen con ella.
Esta nueva edición de El jinete polaco, revisada por Antonio Muñoz Molina, pone al alcance del lector una novela envolvente, torrencial, soberbiamente escrita, considerada no sólo la mejor y más decisiva obra en la trayectoria literaria y vital de su autor, sino una de las más ambiciosas y logradas de la narrativa española actual. “El jinete polaco” fue galardonada con el Premio Planeta 1991 y el Nacional de Literatura en 1992.
(http://www.seix-barral.es/fichalibro.asp?libro=721)
Una página de ese estilo inimitable de Muñoz Molina, que se detiene en la descripción de las cosas, en los detalles, en los gestos, moroso, sensorial, sensual, envolvente, sin puntos, sólo comas:
“Nunca he hablado tanto, durante tanto tiempo, te hablo en voz alta cuando estás mirándome o cuando apagamos la luz y te cobijas contra mí y me pides que no me calle, pero sigo hablándote cuando te has dormido y te oigo respirar, y cuando me despierto por la mañana y has salido para comprar el periódico y me sobresalta que no estés, casi vuelvo a dormirme, me extiendo en la cama y me parece que me envuelven no sólo las sábanas y el edredón sino el calor de tu presencia, y me gusta permanecer así, durmiendo todavía pero muy cerca del despertar, mezclando las sensaciones exteriores al sueño, oigo la llave en la cerradura, la cautela de tus pasos, el ruido del agua en el fregadero, el de las tazas y el exprimidor de zumo, huelo el pan tostado y el café, abro los ojos y te veo de espaldas al otro lado del pasillo, en la cocina con la puerta entornada, te apartas el pelo sujetándolo a un lado con los dedos extendidos y veo tu perfil ensimismado en la disposición de las tazas, los vasos de zumo y la cafetera sobre la bandeja, muy pensativa, como si no estuvieras segura de que no falta nada, pasas ante la puerta del dormitorio, tal vez creyéndome dormido, y sé que vas a poner un disco, te gusta comenzar las mañanas con Aretha Franklin o Sam Cook o los Beatles, aunque también a veces con Miguel de Molina o de Concha Piquer, con una fuga cristalina de Bach, y mientras vienes sosteniendo la bandeja con miedo a que se te caiga yo estoy ya despierto y vuelvo a hablarte, te cuento perezosamente un sueño que he tenido, observo que añades la leche muy caliente a mi taza de café y que sin preguntarme le pones dos cucharadas de azúcar y me doy cuenta de que ya hemos adquirido costumbres, en tan pocos días, me extraña y lo agradezco, igual que me extraña oírme hablar tanto tiempo seguido, tan reflexivamente, tan despacio, con una precisión que he aprendido de ti, hablar en voz alta de mí mismo y de mi propia vida, nunca lo hice hasta ahora, tal vez porque nadie me ha hecho tantas preguntas como tú.”
Los párrafos sobre el miedo son magistrales (pp. 396-401). Gran novela, que hay que volver a leer. Julio 2005