EL CABALLERO DEL JUBÓN AMARILLO
Arturo Pérez-Reverte
Madrid, Suma de Letras, 2005, 372 p.
La quinta novela de la serie “Aventuras del Capitán Alatriste”, escenificada en la corte del débil Austria Felipe IV, más dado a la caza y a las mujeres que al gobierno de la España imperial, manejada de hecho por el conde-duque de Olivares. Iñigo de Balboa, el joven paje y compañero de Alatriste, casi su hijo, va a hacerse hombre en las rudas escaramuzas de la conspiración que ambos debelan, y también entre los brazos de Angélica de Alquézar, de la que está enamorado desde que ambos eran niños. Pero ella le va a empujar al peligro, en un doble juego amoroso y conspirador, que él comprenderá justo a tiempo y del cual logrará zafarse para alertar a su amo y salvar así la vida del rey. Diego Alatriste, todavía el mejor espada de la corte, se verá envuelto en intrigas palaciegas, que aprovechan su debilidad por la bella María de Castro, la actriz más relevante de la época, a la que también codicia el rey. Su eterno enemigo, Gualterio Malatesta – el ejecutor de la conjura – con el que ha cruzado aceros en las noches oscuras de los callejones y tabernas madrileños, va a estar a punto de acabar con su saga de invencible. Ambos saben que tienen un duelo particular del que no saldrán vivos ninguno de los dos. Pero todo termina bien para Alatriste, que es encumbrado a las alturas de Grande de España por el monarca que le debe la vida. Iñigo Balboa esperará, junto con nosotros los lectores, el desenlace de su extraña y apasionada relación con Angélica, de ahora en adelante convertida en imposible.
Pérez-Reverte ha logrado con sus cinco narraciones hasta ahora publicadas, pintar un cuadro de la España decadente del cuarto de los Felipes más vivo e interesante que el de una lección convencional de historia. Las intrigas de la corte, los bajos fondos, las pasiones humanas de siempre – lujuria, avaricia, soberbia – tanto en el pináculo de la escala social como en los albañales. Pérez-Reverte maneja un lenguaje propio de la época para arrebatar al lector hasta el siglo XVII y permitirle vivir asombrado el espíritu de esos tiempos. Como muestra de ese lenguaje, véase la descripción de la gente de mal vivir en la posada del Aguilucho:
“Rufos, bailes, cherinoles, ministros del dos de bastos, bachilleras del abrocho y, en fin, toda suerte de balhurria de la que jura no ser honrada en ninguna de las dos Castillas, andaba por allí tan a sus anchas como grajo por trigal o escribano por pleito. Y la Justicia se tenía lejos, en parte por no remover problemas y en parte porque el Aguilucho, que era arredomado y entendía su negocio, resultaba liberal alargándose lo oportuno para engrasar palmas de alguaciles y favorecerse del Sepan Cuantos; otrosí que, al tener el dueño un yerno sirviendo en casa del marqués del Carpio, buscar refugio en aquella posada era acogerse a sagrado” (p. 212).
Los personajes se hacen tan cercanos como si los viéramos en una película. Diego Alatriste, altivo, sombrío, a ratos colérico y feroz, pero también noble y valiente, absolutamente leal al rey, por quien se juega la vida, aunque sea su rival en amores. Iñigo Balboa, mozo de 16 años, fiel a su amo Alatriste, a quien admira y sirve con total entrega, y enamorado de Angélica de Alquézar, por quien quisiera consumir su vida, aunque en su escala de valores – no sin gran generosidad – primará la lealtad a su amo. Angélica, prototipo de la seductora, bellísima, desenvuelta, sensual, que arrastra a Iñigo a ser testigo de la conjura, lo cual permitirá debelarla. Francisco de Quevedo, amigo de Alatriste y de Balboa, oportuno, sagaz, prudente, y fiel a la amistad. Malatesta, el antagonista, sombra ominosa en todos los caminos de Alatriste, con quien tiene un contencioso permanente del que ninguno de los dos se puede librar.
Pérez-Reverte demuestra un gran conocimiento de la poesía española del Siglo de Oro, y entremezcla oportunamente fragmentos de grandes poemas en boca de los distintos personajes. En suma, una entretenida novela, que se lee más a gusto que muchos libros de historia.
Diciembre 2005