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Barcelona, Tusquets Editores, 2014, 516 p.

Para los judíos, herejes son los que se apartan de la Ley; herejes son los que quieren tratar con los gentiles y aceptan su religión; herejes son los que quieren reproducir al Santísimo y su palabra en figuras humanas. Esos herejes están condenados al jerem o maldición, que lleva consigo la expulsión del grupo. Eso es lo que enfrenta Elías Ambrosius Montalbo de Ávila, judío sefardí que lleva dentro un irresistible impulso a ser pintor, al que da curso haciéndose discípulo de Rembrandt, el mejor pintor de los Países Bajos a mediados del siglo XVII. Elige la libertad de vivir como gran pintor a pesar de la proscripción judía y de que tiene que romper con su familia y con el amor de su vida, Mariam Roca. Rembrandt sabe que su discípulo tiene el genio de mirar a los ojos y adentrarse en el alma humana, que luego reproduce en sus pinturas.

Herejes, de Leonardo Padura, son dos novelas en una. La primera historia se desarrolla describiendo la vida de los sefardíes expulsados de España y Portugal, que transcurre alrededor de la riqueza de esa ciudad, con Rembrandt como figura central. Allí los judíos tienen libertad y muchos se hacen ricos. La segunda historia trata de la vida de los descendientes de una de esas familias, los Kaminsky, que quieren recuperar un cuadro de Rembrandt, herencia familiar durante generaciones, perdido en la huida de 1939 ante los nazis exterminadores. Daniel Kaminsky, que perdió a sus padres y a una hermana, cuando las autoridades cubanas y luego las norteamericanas no permitieron que desembarcara en sus costas el barco St. Louis cargado de judíos fugitivos, es el protagonista. Se casa con Marta Arnáez, hija de gallegos, su gran amor desde adolescentes. Pero deben emigrar al final del período de Batista y se establecen en Estados Unidos, donde nace su hijo Elías. Éste regresará años más tarde para tratar de descubrir si fue su padre el que mató a Román Mejías, un alto funcionario cubano, supuesto ladrón del cuadro de Rembrandt.

Ahí entra en funciones Mario Conde, policía retirado, protagonista de una serie policíaca del mismo autor que esta novela, serie a la que alude de vez en cuando. Mario vive en la Cuba empobrecida y desamparada de 2007 y recibe con gusto el dinero que Elías le ofrece para ayudarle en su pesquisa. Los hilos de la trama parecen desviarse hacia una muchacha Joven, Judy, que ha desaparecido misteriosamente. A Mario Conde le piden que averigüe su paradero y él se mete en un mundo insólito de emos, frikis, punkis, góticos, rastas y demás rarezas adolescentes, que muestran un desinterés total por el mundo adulto y por los propósitos ya corroídos y olvidados de la deshilachada revolución cubana. Es que Judy se había internado en esos medios, impulsada por sus lecturas filosóficas y su descontento vital. Conde persigue pistas que no le llevan a ninguna parte, aunque él teme lo peor: que Judy se haya suicidado.

Esta última historia se anuda con la desaparición del cuadro de Rembrandt a través de una hermana de Judy, María José, que vive desde hace cuatro años en los Estados Unidos, a quien su padre Alcides Torres – sobrino nieto de Román Mejías – le envió el cuadro millonario desde Caracas, adonde había sido enviado por el gobierno cubano para colaborar con Venezuela.

Padura es un maestro en ir estrechando y dirigiendo las sospechas hacia el que luego va a revelarse como culpable de la muerte de la joven Judy. Deja caer intuiciones en la mente de Conde, muchas inexplicables y que desvían de lo sucedido, pero otras acertadas, que conducirán al desenlace. El lector no sabe cuáles son las intuiciones válidas.

Elías Kaminsky, en una carta desde Amsterdam a su amigo Conde, transcribe al final de la novela la historia de la persecución y exterminio de los judíos por los tártaros y los cosacos, ocurrida en Polonia entre 1648 y 1653. Esa narración es real y muestra la barbarie que numerosos grupos han perpetrado contra los judíos a lo largo de la historia. Tal vez fue el motivo que impulsó al autor a escribir esta historia novelada.

Mario Conde, posible trasunto del mismo Padura, no cree en nada ni en nadie, como lo confiesa en la última frase de la novela: “Ya no hay nada en que creer, ni mesías que seguir. Sólo vale la pena militar en la tribu que tú mismo has elegido libremente. Porque si cabe la posibilidad de que, de haber existido, incluso Dios haya muerto, y la certeza de que tantos mesías hayan terminado convirtiéndose en manipuladores, lo único que te queda, lo único que en realidad te pertenece, es tu libertad de elección. Para vender un cuadro o donarlo a un museo. Para pertenecer o dejar de pertenecer. Para creer o no creer. Incluso, para vivir o para morirse”.

El estilo de Padura es deslumbrante, pícaro como sus personajes, original, lleno de giros cubanos. Su crítica de la situación política no es frontal, sino tangencial y por eso mismo, más penetrante y convincente. Pronto se podrá ver esta historia convertida en película de mucho éxito.

 

Noviembre 2014

 

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