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Barcelona, Ediciones B., 2011, 746 p.

 

Nueva Zelanda es el país de la nube blanca, como la llamaron los maoríes cuando la descubrieron. Para nosotros cae muy lejos, no sabemos nada de ella. Esta novela hizo famosa a una autora alemana que usaba varios pseudónimos y que conoció la isla como guía turística. Ella nos hace de guía, no sólo por los aspectos geográficos maravillosos de estas islas, sino por los enfoques antropológicos de la raza maorí, que habita estas tierras desde el siglo XIII. Inventa para eso una novela de amor y de odio, de confianza y enemistad, de malicia e ingenuidad, de envidias y choques violentos, que comienza a mediados del siglo XIX y que va a culminar a fines de ese siglo.

“La acción arranca en Londres en 1852, cuando dos chicas emprenden la travesía en barco hacia Nueva Zelanda. Para ellas significa el comienzo de una nueva vida como futuras esposas de unos hombres a quienes no conocen. Gwyneira, de origen noble, está prometida al hijo de un magnate de la lana, mientras que Helen, institutriz de profesión, ha respondido a la solicitud de matrimonio de un granjero. Ambas deberán seguir su destino en una tierra comparada con el paraíso. Pero ¿hallarán el amor y la felicidad en el extremo opuesto del mundo?” (Wikipedia) No lo hallan, ciertamente, porque los hombres con los que forman familia están muy lejos de lo que ellas soñaron. Lucas Warden, refinado y artista, pero también de tendencia homosexual, es incapaz de engendrar un hijo con Gwyneira. Y Howard O’Keefe, el marido de Helen, es un granjero torpe y basto, enemistado a muerte con los Warden.

La autora tiene una enorme habilidad en ir presentando aspectos inesperados de una trama que se va complicando debido a los caracteres de los protagonistas. A medida que los niños crecen van mostrando rasgos físicos y aspectos de carácter que inciden en una existencia nada fácil, y los hombres adultos se van haciendo viejos y perseverando en sus manías y borracheras. La relación de los ganaderos con los maoríes es interesada y distante, sólo son sus sirvientes. En cambio las mujeres de la novela aprenden el idioma y los tratan con mucha cercanía, para rabia de sus borrachos esposos. Porque eso sí, los hombres todos, ricos y pobres, se emborrachan casi a diario, menos George Greenwood, hombre decente y servicial, que de niño había estado enamorado de su maestra Helen y que jugará un papel importante a lo largo de la novela.

Llama la atención el conocimiento que muestra la autora sobre los animales, en especial perros y caballos, y es que ella misma les tiene una inmensa devoción, como lo demuestra los 150 libros que ha publicado sobre caballos y que vive actualmente en un pueblo de Almería rodeada de ellos. Tanto perros como caballos son descritos como otros personajes más. También llama la atención la refinada maldad del jovencito Paul, hijo de Gwyneira, resultado de una violación por parte de su suegro Gerald Warden. Es notable su aversión/celos hacia su hermanastra Fleurette, que Gwyneira tuvo con James McKenzie, ya que Lucas era incapaz de tener relaciones con ella.

La lucha de los maoríes por recuperar su territorio cobra fuerza con la muerte de los Warden, por lo que Gwyneira tiene que enfrentarse con Tonga, el joven jefe maorí. Gracias a la niña maorí Marama, que amaba a Paul porque había compartido con él la cuna desde su nacimiento, no llega a la sangre este enfrentamiento, pero queda en suspenso qué ocurrirá con el tiempo.

El estilo de Sarah Lark es sencillo y cautivador. Pasan las páginas y el lector está sumergido en la trama con toda naturalidad. Gran novela la de esta mujer, gran capacidad de sumergirse y poner de relieve mundos y culturas que no le pertenecen por nacimiento.

 

Noviembre 2015

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